sábado, 23 de agosto de 2014

La caída


Albert Camus

Al acordarme de Camus esta mañana, fui por La caída y saltó un viejo subrayado.  

Jean-Baptiste, ya no es el juez que finge virtudes y al que todos reconocemos como hombre atildado, pulcro y noble. Ahora habla desembozadamente desde su egoísmo: 

Es muy cierto aquello de que muy raramente confiamos en quienes son mejores que nosotros. Más bien huimos de su cercanía. Lo más frecuente, en cambio, es que nos confesemos a quienes se nos parecen y comparten nuestras debilidades. No deseamos, pues, corregirnos ni mejorarnos: primero tendría que juzgársenos por estar en falta. Y lo que deseamos únicamente es que nos compadezcan y que nos animen a seguir nuestro camino. En suma, que al propio tiempo querríamos no ser culpables y no hacer el menor esfuerzo por purificarnos. No tenemos ni suficiente cinismo ni suficiente virtud; no poseemos ni la energía del mal ni la del bien. ¿Conoce usted a Dante? ¿Realmente? ¡Diablos! Entonces sabrá que Dante admite ángeles neutros en la querella entre Dios y Satanás; ángeles que él coloca en el limbo, una especie de vestíbulo de su infierno. Nosotros estamos en el vestíbulo, querido amigo”. 

Es dura La caída, pero creo que en sus páginas nihilistas hay más luces que en ciertos elaborados optimismos de hoy. Quiso el azar concurrente que al terminar algunas de sus páginas, escuchara por la radio a unas personas que hablaban de cómo sueñan el país. En la lectura, la descarnada lucidez. En las voces, no sé si aguas estancadas, pero, seguro, la superficial repetición de unas consignas.
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Quedarse o irse, no es el dilema. Hay algo previo: la lucidez para reconocer las grandezas (algunas olvidadas) y, sobre todo, para aceptar las miserias, que no son pocas. Algunos que se han ido del país, quizá estén más en él, que otros que se quedan y persisten en el disimulo de que somos muy “buenos”. Cuando hablan del panteón civil mencionan a Bello, pero ocluyen el porqué de su ausencia.
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Venezuela, en el laberinto de su soledad, parece que no contara ni consigo misma.
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Pero no todo es La caída esta mañana. En un número viejo de la revista española “Palimpsesto”, que encontré buscando otra cosa, leo ahora unos poemas del mexicano Antonio Deltoro, que me gustan mucho. En ellos evoca la imagen de su padre, quien siempre está presente en sus lecturas. Yo, que tengo la biblioteca del mío en la mía, suelo sentir algo parecido a lo que expresa hermosamente Deltoro en este poema que copio con gusto: 

DEPARTAMENTO 

 A veces leo un libro sabiendo que sus ojos lo leyeron
 y trato de vislumbrar qué es lo que sentía,
 de qué fracaso lo curaban sus páginas, qué alegría buscaba.
 Otras lo leo con los ojos limpios de su recuerdo.
 Ahora apoyo el codo en esta mesa
 y sé que fue la primera que compraron en México:
 ¿fue o es? No lo sé, la recuerdo en el comedor de otra casa.
 Vivo en un departamento en el que vivieron los míos;
 todo está tocado aquí, incluso lo nuevo,
 todo me recuerda que es hábito del tiempo la muerte:
 por su larguísimo pasillo pasan, como por un puente,
 su inexistencia y mi vida enlazadas.
 No se llevaron mis mayores su tiempo;
 sin que nadie le haya dado cuerda el reloj
 se ha puesto otra vez a sonar.
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Me acuerdo que debo escribir unas líneas sobre Roussel. Tratándose de quien se trata, repito la frase, diciendo “lunas ígneas sobre Roussel”. Las dedicaré a Vladimir Delgado, piloto y compañero de un nuevo taller ambulante.

(Barquisimeto, mañana del viernes 22 de agosto de 2014)

viernes, 1 de agosto de 2014

Gallardía


Retrato de Dante Alighieri. Anónimo de la segunda mitad del siglo XVI
 
 
En casa busco la palabra que esta mañana recordé al pensar en un amigo y encuentro en Dante esta lectura: 

El hombre amado por la gallardía da y recibe sin sentir pena; no le pesa al sol dar su luz a las estrellas ni ayudarse de ellas en la producción de sus efectos, porque en lo uno y en lo otro, bien sabe conseguir deleite. No se deja arrastrar por la ira en sus palabras, sino que sólo recoge aquellas que son buenas, y sus consejos resultan discretos y elegantes; amado por sí mismo y deseado de las personas sabias, pues aprecia igual las alabanzas y el desprecio de las personas toscas; por ninguna grandeza se otorga al orgullo, sino que, cuando le parece que es conveniente mostrar su franqueza, también entonces merece nuestro elogio…”  

(Al viejo amigo, RGA, que por estos días es noticia)