viernes, 24 de marzo de 2017

Poesía, política y supervivencia






 Martha Nussbaum

Una página de Martha Nussbaum en la que cita a Whitman. 

Unas palabras de Whitman en las que se habla de la necesaria presencia del artista literario en la discusión política de Norteamérica. 

Una apreciación de Nussbaum: ese llamado mantiene su vigencia, porque “en la vida política de nuestros días, con frecuencia carecemos de la capacidad para vernos unos a otros como enteramente humanos”. 

Una  razón de Whitman: el poeta es el árbitro de lo diverso, equilibra su tiempo y su tierra.
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Voy a los textos que Rafael Cadenas seleccionó y tradujo bajo el título Walt Whitman. Conversaciones, y leo:

¿Qué quiero yo de la política práctica? La mayor parte de la política práctica que veo por todas partes es villanía práctica… No espero que la política renueve a la política: lo espero de fuerzas que están fuera de ella –las grandes fuerzas morales, espirituales- y éstas perseveran en su trabajo a toda costa, a través del fango y el espejismo, hasta que llegue el momento apropiado y entonces asuman el control

Las primeras frases tal vez eviten que alguien diga que eso es “antipolítica”, pero, vistas las cosas por aquí, no me atrevo a asegurarlo.

Volvamos a la poesía, ahora de la mano de Octavio Paz:

El nuevo pensamiento político no podrá renunciar a lo que he llamado “la otra voz”, la voz de la imaginación poética. La vuelta de los tiempos será el tiempo de la reconquista de aquello que es irreductible a los sistemas y las burocracias: el hombre, sus pasiones, sus visiones.

Por eso -Paz, el primero- algunos vemos –y sentimos- en la poesía una forma de supervivencia.

viernes, 10 de marzo de 2017

De la amistad (y también, de la servidumbre voluntaria)





 Estatua de Etienne de la Boètie en Sarlat-la-Canéda, Aquitania

Ocho de la mañana y unas páginas sobre la amistad leídas hace tiempo. Su recuerdo me vino al oír a una dirigente política hablar acertadamente de nuestro momento, en un espacio radial, que fue, por cierto, un suave avance sobre el machismo. Pensé en el Discurso sobre la servidumbre voluntaria y en aquello de que “la lógica de la libertad es distinta y contraria a la lógica de la dictadura”. De inmediato, volví a esta vieja anotación:

El ensayista hace un espacio entre sus páginas para iluminar lo que ha escrito (también lo que está por escribir). Pone en el centro de su lidia el recuerdo de Etienne de la Boètie. Siente ahora que su obra empieza a honrarse. Se dispone a ofrecerle los veintinueve sonetos de su amigo a la condesa de Guissen, pero antes de enviar a ese buen destino los más ingeniosos y gentiles versos salidos de la Gascuña, discurre un momento sobre la amistad, uno de sus temas más queridos, por haber conocido de cerca el más sublime ejemplo de la misma. Nos lleva, entonces, de paseo por los clásicos e ilustra su recorrido con citas admirables. Elijo una: la respuesta que un joven soldado le dio a Ciro, quien le preguntaba si cambiaría por un reino el caballo que acababa de hacerle ganar en las carreras. “Por un reino no, señor –dijo el joven-; yo lo cedería con gusto a cambio de un amigo, si hallase hombre digno de ello”.

El ensayista sabe que el fuego de la amistad es templado y uniforme y siempre está encendido. Seguro que Montaigne pudo decir de Etienne de la Boètie, lo que Borges afirmó bellamente de Manuel Peyrou: Suyo fue el ejercicio generoso de la amistad genial. Que es, sin duda, un ejercicio no tan frecuente, como lo recordaba el ensayista en su castillo.
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Y por sus resonancias, aquí y ahora, estas palabras de Etienne de La Boètie, para cerrar este recuerdo, tal como comenzó:

La amistad es algo sagrado, no se da sino entre gentes de bien que se estiman mutuamente. No se mantiene tan sólo mediante favores, sino también mediante la lealtad y una vida virtuosa. Lo que hace que un amigo esté seguro del otro es el conocimiento de su integridad. Tiene como garantía de ello la naturaleza de su carácter amable, su confianza y su constancia. No puede haber amistad donde hay crueldad, deslealtad, injusticia. Cuando se juntan los malos, siempre hay conspiraciones, jamás una asociación amistosa. No se aman, se temen; no son amigos, sino cómplices (...) Sería difícil encontrar en la vida de un tirano una sólida amistad, ya que, al estar por encima de todos y no tener iguales, se sitúa más allá de los límites de la amistad, que sólo se da en la más perfecta equidad, cuya evolución es siempre igual y en la que nada se enturbia.

sábado, 4 de marzo de 2017

Los dioses tienen sed (novela del Terror)





 Arturo Michelena. Carlota Corday camino del cadalso

Ni en la modesta biblioteca de mi padre este autor podía encontrarse fácilmente. En cambio, el libro clásico de Lamartine sobre la Revolución Francesa, con sus tres tomos empastados, ocupaba un lugar de privilegio. Casi oculto, como si los interdictos decretados sobre su nombre lo siguieran hasta Barquisimeto, a Anatole France había que descubrirlo detrás de alguna fila o en el extremo no visible de un estante. Fue así como me topé una mañana con Los dioses tienen sed. Mi fervor por los surrealistas había pasado y aquel panfleto llamado “Un cadáver” en nada mermó mi curiosidad por leer al denostado France. Antes bien, la había incrementado, y mi hallazgo se hizo aún más feliz mientras avanzaba sobre las páginas de esa magnífica novela sobre el Terror.  

Hoy he vuelto, por puro azar, a esa pequeña edición argentina de 1944. En sus páginas encuentro de nuevo vivas resonancias.

Acabo de leer que “la ciudadana Gamelin” ha dicho que “a fuerza de comer castañas” se volverán “castaños”. Es el 1 de julio y “ella y su hijo” ese día sólo han comido castañas cocidas. Para el jacobino Evaristo Gamelin todo se debe a la “guerra económica” de los “acaparadores y los agiotistas” quienes los “condenan a pasar hambre, de acuerdo con los enemigos de afuera”, para que los ciudadanos odien a la Revolución.

Gamelin discurre frente a su madre y trata de explicarle la necesidad del control de precios sobre la harina y otros alimentos, así como también la sana decisión de guillotinar “a cuantos fomenten la insurrección y pacten con las naciones extranjeras”. “Confiemos en Marat”, dice al final de su discurso.

“La ciudadana Gamelin meneó la cabeza y dejó caer la escarapela mal prendida en su cofia:

-No te apasiones, Evaristo. Ese Marat es un hombre como los otros y no vale más que los otros. Tú eres joven, iluso, entusiasta. Lo que ahora dices de Marat, lo habías dicho ya de Mirabeau, de Lafayette, de Petion, de Brissot.

-¡Nunca! –exclamó Gamelin, sinceramente desmemoriado.    

Pocas páginas más adelante, Anatole France conduce a Evaristo al lugar donde se entera de que han matado a Marat. “Estaba en el baño y le asesinó una mujer venida ex profeso de Caen para realizar el crimen”.

Gamelin –nos dice el novelista- “se quedó paralizado… abatido por el dolor. La fiebre de sus ojos abrasaba sus lagrimales; ni llorar podía”.

De inmediato, venganza y sangre, porque los dioses tienen sed.
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Dejo a France y busco a Lamartine para leer la breve carta que Carlota le escribió a su padre, con esta cita de Corneille:

El crimen, no el patíbulo, deshonra.

Al día siguiente, cuenta Lamartine, Carlota fue llevada, a las ocho de la mañana, al Tribunal Revolucionario…