jueves, 27 de abril de 2017

El tiempo de los asesinos






 Henri Fantin-Latour. Ángulo de mesa. Rimbaud, sentado, reconocible

“He aquí el tiempo de los Asesinos”, se lee al final de uno de sus textos en prosa, de cuya publicación, en 1886, él ni se enteró. Lo recuerdo, porque Cuchi, al ver unas imágenes de anoche en la Urbanización Sucre de nuestra ciudad, me acaba de decir: “Arremeten como drogados”.

Busco Iluminaciones y leo: “En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y ruboriza”.
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Verlaine quiso dar una idea de cómo era físicamente su amigo y nos dijo en el prólogo:

En un cuadro muy bello de Fantin-Latour titulado Angulo de mesa, que creo que actualmente está en Manchester, existe un retrato de busto de Rimbaud a los dieciséis años.

Busco la imagen, pero ni ella ni el amanecer, borran del todo la noche.

miércoles, 26 de abril de 2017

Hoy ha llovido abril...





 Foto de la gran Dora Maar. Picasso pintanto Guernica. 1937

Lo conocí en la hermosa voz de Esther Plaza, una tarde del 73, viendo un programa de la Televisora Nacional, en el que la estupenda actriz leía poemas de españoles (Sahagún, Aub). Poco después, tuve la suerte de encontrarlo en un libro de su autor. Hoy, por el día, lo leo de nuevo y trato de recordar en vano el tono de la primera vez y siento que también en Guernica está mi patria.

Es un poema de Carlos Álvarez (Jerez de la Frontera, 1933):

Hoy ha llovido abril sobre mi sangre…
la guerra
dicen que terminó hace muchos años,
el paisaje
es aquí diferente:
tiene
sujeto a la maleza
el sombrío color de los mineros,
pero es verde el metal;
pasan los ríos
cansados del trabajo, vestidos
con el traje común de las faenas;
nada
sugiere
la tarjeta postal para el disfrute
del que paga con marcos,
libras,
dólares…
Y porque ocurre
que el lunes era día veintiséis,
hoy miro al cielo, escucho
si vuelven los aviones de Guernica,
si proyecta
la cruz gamada el sol sobre los campos,
sobre este campo herido…
busco
descubro en mis raíces,
encuentro
que también en Euzkadi está mi patria…
que también en Guernica está mi sangre.

(Carlos Álvarez, Guernica, en Noticias del más acá, Madrid, Bilbao, 1962-63)

Carlos Álvarez es el autor de Aullido de licántropo.
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GUERNICA

Juan Larrea, al escribir acerca del toro y el caballo refutó al propio Picasso, quien hizo declaraciones contradictorias sobre el significado de esos animales en su famoso cuadro. En una ocasión –afirma Larrea-  “Picasso permitió decir a Jerome Seckler en su nombre, que el caballo representaba al pueblo y el toro la brutalidad”. Más tarde, en una entrevista de 1947, respondió que no se había servido de ningún símbolo y que el toro era sólo un toro y el caballo sólo un caballo.  

Mirando algunos trabajos anteriores de Picasso (Minotauromaquia y Sueño y Mentira de Picasso) y, sobre todo, los bocetos iniciales de Guernica, Larrea encontró que el pintor distinguía claramente entre dos tipos de caballo: el alado, noble, “símbolo de la virtualidad poética”, y el jamelgo de pica, que representa lo contrario. Sobre datos como ese, escribió:

“…para la sensibilidad española que emite sus mejores vibraciones, como se sabe, cuando la muerte lo puntea, no existe animal de nobleza comparable a la del toro. Por el contrario, el caballo de las corridas –diametralmente opuesto al que dio origen a la voz cortesana ‘caballerosidad’- es un animal achacoso, ridículo, un cadáver ambulante, una basura sin la más lueñe dignidad biológica. Es una bestia de mala muerte, según se dice en castellano, de muerte infame. Ocurre así que cuando la sensibilidad española pretende representar algo decrépito en lo que se congregan ridículamente los residuos del pasado, idea que es la que Picasso tiene del franquismo, no dispone de símbolo más acertado que el caballo de pica”.

¿Y la mujer de Guernica? Acá, Larrea no duda:

Esa mujer, cuya fisonomía y actitud fueron tomadas por Picasso de Dora Maar, su compañera de entonces, representa, como se expondrá después, la República española”.  
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Todo lo anterior no es más que una excusa para recordar la fecha. Este  26 de abril se cumplen 80 años de la “explosión de la muerte interminable” (Valente) sobre un pueblo de Vizcaya.

Leo el poema de Valente (cumpleañero ayer) sobre el cuadro de Picasso:  

PICASSO-GUERNICA-PICASSO: 1973

No el sol, sino la súbita bombilla pálida ilumina
la artificial materia de la muerte.

El espacio infinito de una sola agonía,
las repentinas formas rotas
en mil pedazos de vida violenta
sobre la superficie lívida del gris.

No el sol, sino la pálida
bombilla eléctrica del frío
horror que hizo nacer
el gris coagulado de Guernica.

Nadie puede tender sobre tal sueño
el manto de la noche,
callar tal grito,
tal lámpara extinguir
que alumbra
la explosión de la muerte interminable,
la cámara interior donde no puede
reposar ni morir en el gris Guernica
la memoria.

(José Ángel Valente, Interior con figuras)

viernes, 21 de abril de 2017

El principio del fin






Hace pocos días se cumplieron 105 años de la tragedia. La industria crecida a sus expensas, celebró en el 2012, con fastos de crucero y costosos saraos de la nostalgia, la fecha secular del hundimiento.

En la babel casera, entre varios libros sumergidos, busco uno, para anotar estos versos de su Canto XXV:

Sólo al amanecer,

cuando los icebergs emergieron

rosados contra el horizonte,

sólo cuando se creía,

en vista del inminente salvamento,

`que el fuego del sol parecía reflejarse

en los ventanales

de un centenar de palacios`,

en el húmedo fondo del bote

un puñado de trapos

cobró vida bajo los pies

de treinta y cinco navegantes.

Algo comenzó a moverse,

algo andrajoso que chorreaba

en una lona sucia,

despertó y comenzó a hablar.

Cinco extraños surgieron a la luz,

cinco chinos desconocidos.



Sin nombres, sin un centavo, sin documentos,

sin hablar una palabra de inglés:

nadie ha podido saber hasta el día de hoy

cómo habían logrado subir a bordo del Titanic,

cómo y cuándo entraron en el bote,

y qué ha sido de ellos.

Luisana (@lulucastello) sostiene que el fantasma que un día se cruzó con nosotros en París y nos pidió desesperadamente que le tomáramos una foto en el Pont des Arts, era uno de esos chinos.
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Leo a Enzenzberger, en traducción de Heberto Padilla:

Eso fue sólo el principio.

El principio del fin

es siempre discreto.



A bordo son ahora

las once cuarenta. Hay una grieta

de doscientos metros



en el casco de acero,

bajo la línea de flotación,

abierta por un cuchillo gigantesco.



El agua corre

hacia las escotillas.

Emergiendo treinta metros,



el iceberg pasa silencioso,

se desliza junto al barco resplandeciente,

y se pierde en la oscuridad.

(Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic)