viernes, 27 de mayo de 2016

La habitación de Proust en el taller de Reyes


Alfonso Reyes
 
Seis de la mañana. Oigo trinos. Cuchi bajó a caminar. Bebo café y ya en la sala abro un libro.  

Es el primer tomo de los diarios de Alfonso Reyes, quien está en París. El miércoles 18 de noviembre de 1924 hace una anotación muy breve. Sólo dice que hoy “hace dos años que murió Marcel Proust” y que (he aquí lo bueno) él, Reyes, ese día ha comenzado a habitar “exactamente en la misma casa en que murió Proust”.  Da la dirección: 44 rue Hamelin. Para el día siguiente, como era previsible, ya Reyes se ha hecho amigo del conserje del edificio y lo ha interrogado acerca de la vida de Proust. La entrada correspondiente a ese día (19 de noviembre) es un tesoro que el escritor aprovecharía poco tiempo después para escribir un ensayito divino que tituló La última morada de Proust. La anotación del diario es una precisa tanscripción de cuanto le referió el conserje.  

Cuando los diarios de Reyes comenzaron al fin a publicarse (1969), sus lectores descubrieron que la prosa maravillosa del autor no estaba del todo presente en esas páginas,  y que éstas eran, sobre todo, el  registro puntual, casi telegráfico, de sus días. En pocas palabras: un diario llevado no para ser leído como obra literaria, sino para ayudar al autor a recordar y registrar momentos, observaciones y noticias que consideraba importantes para su trabajo diplomático, sus investigaciones, y para la ecritura de su obra.  

A veces sucedia algo notable y, por supuesto, allí se esmeraba el diarista en no perder detalles, pensando en el uso futuro de esos datos. Justamente, la anotación de su charla con el conserje “proustiano” fue el primer borrador del breve ensayo que mencionamos y que Reyes incluyó en su libro Grata compañía 

En la edición anotada de este primer tomo, el editor Alfonso Rangel Guerra lo dice expresamente y añade una información que confirma la previsión escritural de Reyes: en el cuaderno, sobre la entrada de ese día el diarista escribió “con letra grande, subrayada, en diagonal: “usado ya” y “ya”. Sin duda, Reyes en el una fuente de información para sus ensayos y también, en ocasiones, un archivo de borradores o de algún amago ensayístico olvidado. 

Leamos la entrada: 

París, miércoles 19 de noviembre 1924.

El conserje me cuenta que M. Proust vivió aquí, en el quinto piso, los tres últimos años de su vida. Trabajaba en un cuarto interior, forrado de corcho, donde sólo él entraba; había rogado al inquilino del sexto que no hiciera ningún ruido; dormía de día y trabajaba de noche. Una que otra noche también salía. Era popular en el barrio y en la vecindad. Caritativo con los del sexto piso –la gente humilde de la casa-. De pocas palabras. Muy amable. La portera lloró al recordarlo. Solía venía a verlo el señor Fernández (don Ramón), un petit. Tiene un hermano, cirujano, en 2 avenue Hoche, y la hija de éste, Mlle. Proust, también escribe. El conserje subió a verlo dos minutos después de su muerte y estaba aún como vivo. La noche anterior, dijo a la señora Albaret, la que lo cuidaba: ‘Hoy he escrito la última línea de mi libro. Demain, je ne serai plus’. El piso en que vivió está ya todo cambiado, porque, con no poder entrar nadie en su cuarto, estaba muy sucio, y hubo que reformarlo todo para volverlo a alquilar. Tuvo un secretario que era aficionado a pintar, que un año o medio año antes de la muerte de Proust partió para México, donde aún debe de estar, habiendo dejado en manos del conserje un gabán que no se acordó de pasar a recoger. 

Estaba la entrada de la casa llena de flores hasta la calle, el día de la muerte de Proust”.
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Alfonso Reyes convirtió cuatro años después esa anotación del diario en un breve y hermoso ensayo que publicó por vez primera en la revista Valoraciones de La Plata, en la que, por cierto, colaboraba su amigo Pedro Henríquez Ureña, profesor en la famosa universidad de la ciudad geométrica. ¿Cómo escribió Reyes la información del conserje acerca de la suciedad del cuarto de Proust? Leamos: 

“.Proust trabajaba en el quinto piso, en un cuartito interior, forrado de corcho, donde no pudo entrar, durante tres años, la mano profana del aseo 

El prodigioso Reyes ya lo ha dicho y exaltado todo con el hermoso pliegue de la última frase. Pero eso no es todo. Añade:

Porque el microbio es el condimento esencial de cierta cocina”.  

Tras ese giro magistral, se refiere al temor proustiano por la bulla. Dice: 

El ruido sobresaltaba a Proust, como a Lamartine, como a Flaubert, como a Juan Ramón. Una interrupción en el proceso de escribir podía causarle un colapso, como la interrupción de un proceso fisiológico elemental. Gómez de la Serna dice que, en el estilo de Proust, se oye hasta el zumbido de la mosca que anda por el cuarto”.   

Esa mosca (que no estaba en el borrador) será la marca del texto de Reyes. Después de darle el crédito debido al conserje, de quien aprovechó toda la información, y cuya opinión supuso importante para Proust (éste solía hacer caso “de lo que hablaban los criados”), el ensayista vuelve a la mosca y concluye su escrito con una ociosa y delicada maravilla que me deleito en copiar como cierre de esta nota: 

“… Y me concentro para oír el zumbido de la mosca de Proust: la mosca viciosa del escritor, la mosca reacia, que se abreva en tinta de escribir, a cada reposo de la mano”.

viernes, 6 de mayo de 2016

Lezama en el Paseo del Prado


Lezama Lima camina por el Paseo del Prado
 
Que lo dejen, verdeante, que se vuelva y  que le permitan salir de la fiesta hasta “la terraza donde están dormidos”. Eso pide Lezama para el cronista social de La Habana Elegante 

Que dejen que se vuelva, repite Lezama, “mitad ciruelo/ y mitad piña laqueada por la frente”.  

Si no es por Julián del Casal, será entonces por José Martí que sabremos que “la señora de Moruaga llevaba un elegante traje de raso blanco con encajes de Chantilly negro, revelando, dede luego, la hábil confección de un modisto parisiense”.
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Que Lezama siga su camino por el Paseo del Prado y que  lo protejan las sombrillas de la medianoche.
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La rabia del sol
araña las palmeras
como un gato de seda. 

La galga rusa y el tapiz,
inelegante diálogo
en la mudez del guante.
Y el buzo sacando de las aguas
un pez de cinco colas
por el arco raptor
de sedas destrozadas. 

(Lezama Lima, Paseo del Prado. Sombrillas de Medianoche)
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Todo pasó
cuando ya fue pasado, pero también pasó
la aurora con su punto de nieve. 

(Lezama Lima, Oda a Julián del Casal)
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La nieve que refirió Sarduy cae todavía sobre La Habana.

lunes, 2 de mayo de 2016

El laberinto de Borges


El monstruo verde
 
Cinco de la mañana, lluvia y laberinto. Borges lo visita y escribe: 

Este es el laberinto de Creta. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro y en cuya red se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos. Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro y en cuya red se perdieron tantas generaciones como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto”.
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El lector visita el laberinto y escribe:  

Este es el laberinto de Borges. Este es el laberinto de Borges, también llamado el monstruo verde. Este es el laberinto de Borges, también llamado el monstruo verde, en cuyo centro está escrito un minotauro, que espera para siempre a su lector. Este el laberinto de Borges, también llamado el monstruo verde, en cuyo centro está escrito un minotauro, que espera para siempre a su lector y en cuyas galerías infinitas se han extraviado tantas personas obsesivas, como yo, que sigo perdido en su rizoma.