jueves, 27 de noviembre de 2014

Más vale Goytisolo que mal acompañado



 
La ingeniosa frase de Julián Ríos, recordada ayer por Francisco León en su blog, con motivo del reciente Premio Cervantes, viene a cuento por el tema de los patrimonios orales. Si éste necesitara precisiones, nada mejor que apoyarse en el autor de Makbara, quien abrió el camino para la protección del patrimonio inmaterial, como se recordó en el post anterior. En efecto, cuando Goytisolo se percató de que su plaza de Marraquech podía desaparecer como lugar de patrimonio oral,  se fue a la UNESCO para plantear el caso y escribió:


"¿Resistirá Xemáa el Fná a la creciente agresión diaria de una seudo-modernidad-desbocada? ¿O son Abdeslam y Cherkaui sus últimos juglares, testigos de la agonía y final de la halca? Espacio soberanamente único en opinión de poetas, historiadores, sociólogos y urbanistas, defenderlo será una forma de defender la humanidad de nuestro propio futuro. La plaza, como dice Bajtín del universo juglaresco de Rabalais, ´preserva una brecha alegre en un porvenir más lejano que volverá irrisorios el carácter progreso relativo y verdad relativa’ accesibles a nuetro siglo obtuso y su miope porvenir inmediato”.

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Defender una lengua en extinción, es también defender la humanidad de futuros ominosos. ¿Quién pude decirnos que no está cifrada en esa lengua, en algún relato o verso suyo, una secreta claridad? Y si no está cifrado nada, ¿quién puede afirmar que no necesitamos esa “nada”?
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Eliot y el patrimonio cultural 
 
“No dejar que se pierda un idioma, por muy pocos que sean los hablantes que de él queden”. Así lo dice la Guía de Principios sobre Diversidad Cultural, que hace tres años aprobó el Comité Jurídico Interamericano de la OEA, y que por generosidad de mis compañeros, me tocó proponer y redactar. 
   
Esta mañana recordé ese texto, al leer unos ligeros comentarios  sobre la declaratoria de la cultura oral de la etnia mapoyo, como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Se suele despreciar lo que se ignora, y así, algunos tratan con displicencia el tema. Otros -como quien redactó la desaprensiva alusión al pueblo mapoyo- dan pie para que se sospeche de algo cercano al desdén. Digo sólo "se sospeche", porque debe concederse el beneficio de la duda.
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Que desaparezca una lengua en la que un pueblo ha vivido, pensado, sentido, amado y escrito poesía, es -como decía T. S. Eliot- la expresión de una decadencia.  Tomando sus palabras podría confesar que yo no hablo mapoyo, pero si me informaran que ya nadie lo habla, “sentiría una inquietud que sería mucho más que una compasión generosa. Lo consideraría como un foco de una enfermedad que podría llegar a extenderse…”
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La defensa de los patrimonios culturales debe ser integral. Si se defiende y preserva la cultura oral mapoyo, se deben defender y preservar nobles patrimonios institucionales, como el IVIC y otros espacios, hoy en día abandonados o destruidos. Asimismo –y este es el punto-, creo que una buena defensa del IVIC, es, en rigor, incompatible, con el desprecio a la también noble cultura mapoyo.  
 
P.D: La referencia al IVIC se debe a que el comentario al que me refiero arriba denuncia con acierto lo que está ocurriendo con esa institución. Por eso, deploro que en el mismo texto se incluya una no muy feliz alusión a otro patrimonio cultural. Eso es todo.

martes, 25 de noviembre de 2014

El fulgor de las palabras

 Plaza Xemáa el Fná. Juan Goytisolo

Está escrito y documentado en informes de la UNESCO. La prensa lo registró en su momento y es verdad que se repite en diversos ámbitos: a Juan Goytisolo se le debe, en buena medida, la Convención que protege el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. En octubre de 2009, en Córdoba, muy cerca de la Mezquita, escuché del propio Federico Mayor Zaragoza, ex Director General de la UNESCO, la versión del hecho: un día recibió en su despacho la visita del escritor barcelonés, quien le habló entusiasmado de la plaza de Xemáa el Fná, de Marraquech, como un espacio único en el mundo. Allí, le dijo, se alberga un patrimonio oral milenario. Goytisolo, vecino del lugar, le planteó a Mayor Zaragoza la necesidad de hacer algo para protegerlo y el Director General puso en manos de expertos el tema. Al cabo de poco más de tres años, la Asamblea General de la UNESCO aprobaría el instrumento que hoy sirve para la salvaguardia del acervo cultural inmaterial de los pueblos.  
Hoy, cuando me enteré de que Juan Goytisolo había ganado el "Cervantes", no sólo recordé algunos libros suyos que adoro, sino también, esa especie de conciencia cultural que él encarna, puesta al servicio de imaginarios olvidados. Antes de obtener para todos la declaratoria a favor de la plaza de Marraquech, escribió así sus temores: 
"...Xemáa el Fná resiste a los embates conjugados del tiempo y una modernidad degradada y obtusa. Las 'halcas' no desmedran, emergen talentos nuevos y un público siempre hambriento de historias se apandilla jovial en torno a sus juglares y artistas. La increíble vitalidad del ámbito y su capacidad digestiva aglutinan lo disperso, suspenden temporalmente las diferencias de clase y de jerarquía (...). Al claror de las lámparas de petróleo, he creído advertir la presencia del autor de Gargantúa, de Juan Ruiz, Chaucer, Ibn Zaid, Al Hariri, así como de numerosos goliardos y derviches. La imagen zafia del bobo besuqueando su teléfono celular no afea ni abarata la ejemplar nitidez de su egido. El fulgor e incandescencia del verbo prolongan su milagroso reinado. Mas a veces su vulnerabilidad me inquieta y el temor se agolpa en mis labios cifrado en una pregunta: ¿Hasta cuándo?"
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Sé que le acaban de otorgar el Premio Cervantes por su inmensa obra literaria. No podía ser por otra cosa. Pero también sé que buena parte de esa obra es para ser leída en voz alta. Son muchas los voces preteridas que viven, se aglomeran y cantan en sus libros. Por eso he querido recordarlo hoy, por (y en) su plaza infinita de salmodias. Allí celebraremos el Cervantes.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Poeta y político (dionisíacas y vetos)


Dionisíacas
“La tarde será larga y sin hastío. / Mañana leeremos a Gustavo / Adolfo que comprende el mundo/ como el verso final de la Comedia…”

Es Dionisio Ridruejo en los Cuadernos de Madison. En sus versos encuentro la plenitud del acento humano que les atribuyó nada menos que Marià Manent. También, el sereno discurrir de una mirada. 
 

Ridruejo está preparando una clase sobre Bécquer para el seminario que imparte en la Universidad de Wisconsin y se ha detenido a describir en su poema la monacal habitación donde se encuentra. Mira una mellada estantería, que es “vasar de manzanas” y oye crujir la mecedora, “mientras Manrique, tras el rayo iluso,/ vaga orillas del Duero”.  



El poeta de Soria piensa que la austeridad le va, pero añora, sin embargo, su vieja “costumbre sensual y decorada”. Disfruta del ocio, del inmenso regalo que es “el tiempo a sobras”, y recuerda una antigua enseñanza del colegio: los soñaderos, esos espacios del salón en los que se encontraba albergue para la fantasía y la pereza.  
 
Revisa las notas y encuentra “todo en orden/ y por su orden”. De pronto, suena el teléfono negro y "de su abismo/ brota entera una voz”.  
 
Afuera ya es de noche.
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Hoy, para mí, también “la tarde será larga y sin hastío”. Seguiré leyendo a Ridruejo, que ya anda por Austin y lleva otro cuaderno. Dice que le han recetado pasear.  
 
Por eso, ahí va, solo, “hasta la frontera de la noche”.
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Ridruejo y Benet viajaron juntos una vez por tierras castellanas. Visitaron un castillo que durante la guerra fue usado como cárcel de republicanos. Cuenta Benet que en el castillo los atendió un hombre que había sido, precisamente, uno de esos presos. Después de entrar en confianza les refirió que todas las noches, antes de la cena, los sacaban al patio  y los obligaban a cantar el Cara al Sol, lo que hacían sin ganas, y en bajísimo tono, al punto de que apenas se les oía un murmullo. Sin embargo, cuando llegaban a un determinado verso del himno, todo cambiaba. Se tornaban alegres y el canto les brotaba vibrante y encendido. El asunto preocupó al director de la cárcel, quien lo consultó con el capellán. Éste le dio una respuesta relancina, diciéndole que el espíritu falangista de José Antonio ya había penetrado en el alma de los rojos.  
 
¿Qué verso era ese? preguntó Benet. “Volverán banderas victoriosas”, musitó el vigilante. Al oír su respuesta, una sonrisa de íntima satisfacción pobló el rostro de Ridruejo. Y es que, como algunos saben, él es el autor de ese verso, y del siguiente: “Al paso alegre de la paz”.  
 
Conjetura Benet que en ese instante su amigo Dionisio entrevió la “félix culpa” de un pecado juvenil y mitigó su pena, al saber que de todo el himno de la Falange, sólo sus versos habían tenido la aceptación de los vencidos, quienes, además, los cantaban  como arma irrefutable contra los fascistas. En esas líneas cifraban su esperanza.
 
En el castillo de Cuéllar la secreta rebeldía de unos presos republicanos, sin saberlo, le tributó a Dionisio Ridruejo la justicia poética que merecía su dignidad.
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Vetos
He buscado sin éxito un viejo artículo que escribí sobre Ridruejo en los 80. Fue publicado en El Impulso. No creo que valga mucho, pero quizá me permita retomar una reflexión acerca de una “rara avis”: los políticos que, como Ridruejo, son también intelectuales y poetas. En el caso del soriano se dio, además, una circunstancia singular: en un país cruentamente dividido, comenzó en un bando y evolucionó (subrayo este vocablo) hacia el otro, con una honestidad infrecuente en ese oficio. Sobrellevó cuarentenas decretadas por los envidiosos de uno y otro lado y supo mantener intacta su conciencia cívica. Por eso, llegó a ser factor de unidad en los últimos años del franquismo.  
 
Sí, no he conseguido el artículo, pero me he topado con algo muchísimo mejor. Me refiero a una página marcada en un libro de Ridruejo: Escrito en España. En ella alude al poder que ejercen “la envidia, el resentimiento y la pequeñez” para ningunear valores y enaltecer mediocres. En las líneas que de seguidas copio, Ridruejo lo dice con tres ejemplos admirables: 
 
Todavía hace poco tiempo –para no ir muy lejos- un grupo de jóvenes españoles de inclinación progresista ‘descubría’ con sorpresa, hablando conmigo, que don Manuel Azaña había escrito algunos libros de excelente literatura. Nombres como los de Sanz del Río o Giner –y no digamos otros más directamente relacionados con la política- no son conocidos más que por las referencias que puede haber dado en ellos algún refutador”. 
 
Eso pasa con los vetos. Privamos a otros de conocer a quienes tienen mucho que decirnos, sobre todo, cuando los discursos “oficiales” de uno y otro signo parecen agotados. Lastimosamente, los interdictos casi siempre logran imponerse. Pero la historia sigue. Y como dijo Pere Gimferrer, algo hay que no pueden hacer los filisteos: escribir poesía. Algunos, apartados, la escriben y dejan su lucidez como legado.  
 
Leamos al poeta Ridruejo, en el final del prólogo a su Escrito en España, en mayo del 61: 
 
El que, desdeñando mi palabra, quiera buscar móviles secundarios y privados en mi conducta, se equivoca o me calumnia. Y ello no es cosa mía (….).
 
Sin la menor causa de resentimiento, sin la menor codicia de poder o de brillo, he vuelto a la actividad que, a mi juicio, me viene exigida por mi simple conciencia de ciudadano solidario. Y esto es todo”.














 

martes, 11 de noviembre de 2014

Alción




Es mérito de los griegos y de Ovidio. El mito narra la historia de una metamorfosis. Alcíone, hija de Eolo, fue transformada por Zeus en pájaro ( martín pescador).  

Ovidio, a su vez, convirtió ese mito en una hermosa fábula. Son varias las versiones, pero en todas encontramos a un alción con tiempo y paz para incubar sus huevos. Lo hace en nidos que flotan sobre el agua, en medio de olas calmadas, durante siete días antes y siete días después del solsticio de invierno. 

El texto de Ovidio termina así: Eolo guarda los vientos y les impide salir, y serena el mar para sus nietos.
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Por más que arrecie, siempre habrá un momento (y un recodo) para Alción. 

jueves, 6 de noviembre de 2014

El diarista

Ernst Karl Eugen Körner. El patio de la reina
 
Dos vueltas al parque y Su Ilustrísima. Sereno, dichoso en la casa sola, el fulgor con sus alas.
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El diarista está en Sevilla y dice que ha visto en la huerta de la reina muchas matitas de rosas cargadas de flores que no tienen de alto sino como media vara y forman una preciosa maceta. El diarista es minucioso y da también la medida de los pequeños jarrones: una tercia de alto y una cuarta de diámetro.  

El diarista es un desterrado venezolano. Desterrado por la intemperancia de tirios y troyanos. Más por los suyos (los conservadores) que por sus adversarios los federales.  

Hoy es 29 de abril de 1863 y ha recibido cartas de Anita Herrera y de Alegret. Éste le informa que ya envió sus libros con dirección a La Guaira en el bergantín "Jaime". Cuando lee la noticia recuerda unas ruinas y vuelve a pensar en la guerra que aniquila a su país y que debió evitarse a toda costa. Así lo dijo hace unos meses y fue acosado hasta el destierro. 

Todavía en su patria Valentín Espinal es casi un secreto.

sábado, 1 de noviembre de 2014

BRICEÑO GUERRERO


José Manuel Briceño Guerrero (1929-2014)  en la UNEY
 
Con José Manuel Briceño Guerrero se nos va, probablemente, el más importante pensador venezolano contemporáneo. Perteneció a una generación de destacados intelectuales que hizo del estudio y la escritura una ascendente forma de vida. Entre ellos, fue Briceño el maestro por excelencia. Por eso, su palabra seguirá resonando como aliento para muchos y no sólo como merecido objeto de aplausos y reconocimientos.  

Compartió sus saberes en diversas aulas. Desde hace mucho las prefirió abiertas, no ceñidas a la burocracia académica ni a los calendarios administrativos. Así, ideó el postgrado lento, entregado con parsimonia a la charla, la reflexión y la lectura, sin prisa por la retribución en títulos o en premios. Leyó –y procuró que lo hicieron también sus discípulos- a los grandes autores en su lengua original. A los idiomas dedicaba largo tiempo, como buscando en ellos una música primigenia. Le oí contar un día su encuentro con Borges. El gran argentino, cual Ulises en su Arte Poética, “lloró de amor” al oír a Briceño escanciar hexámetros de Homero. La escena es imborrable. Le pregunté si la había escrito y me dijo que no. No me aseguró que lo haría, pero ojalá lo haya hecho. 
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Cuando alguien que lo escuchaba hablar de Descartes estaba a punto de tenerlo como un “homme de raison”, debía morderse la lengua, pues en cualquier momento el Viejo se desplazaba por los caminos de las leyendas y los sueños. Entre sus saberes no estaban sólo los del Siglo de las Luces. Le entusiasmaban los ritos, los silencios míticos, las magias ancestrales.  

Por sus muchos viajes, estudios e idiomas, fue universal. También lo fue porque nunca dejó de ser llanero de Palmarito y Barinas, larense de Barquisimeto y Carora y andino de la noble sierra merideña.
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Se fue el último día de octubre, víspera de santos y de muertos. Se montó en “el Viajadero” de su infancia y anda ahora por las nubes.