martes, 4 de febrero de 2020

El lector iluminado


 George Steiner

Cuando ayer puse su nombre y el título de un libro suyo en la breve bibliografía de un taller literario que pronto ofreceré, pensé en que su presencia habitual en mis trabajos de este tipo ha sido imprescindible. Nunca falta. Allí estaba su nombre, junto a Borges, Paz y Gadamer. No podía faltar tampoco ese título ineludible que nos permite dialogar con tantas voces: La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan.

Hace unos minutos me enteré de que había muerto ayer, en su casa, en Cambridge, Inglaterra. Este año habría cumplido 91. Hablo, por supuesto, de George Steiner, a quien tuve y tendré como uno de mis guías más queridos. Entre todos los autores de eso que llaman “literatura comparada”, era para mí el único entrañable. Lo sentía –y siento- mucho menos “scholar” que creador y mucho más memorioso que erudito. Sus reveladoras páginas autobiográficas –como lo recordará mi amigo el Turco Najul- nos acompañaron en los primeros talleres para docentes en aquella aventura académica (si el oxímoron es posible) que ambos tuvimos en San Felipe hace poco más de dos décadas. La poesía memorizada y la cultura respirable y viva, estaban en sus páginas leídas siempre con asombro y fervor. No sólo nos transmitía un saber. Intentaba contagiarlo. Hoy busco una vieja nota acerca del lector y la lectura, para iniciar el pequeño homenaje doméstico a Steiner y volver a sus libros, que ocupan uno de los estantes más amados de esta comarca de fantasmas. La comparto.

Desde muy temprano creo haber estado dialogando con un ensayo fascinante de George Steiner. Entre un párrafo y otro, la memoria me ha traído imágenes de viejas lecturas, mejor dicho, de diversos momentos de lectura, incluidos algunos que creo no haber recordado antes… A falta de cálamo, con un bolígrafo fui dando cuenta de esas asociaciones imprevistas. Así como el loco, “el lector no tiene hora fija” y me vi leyendo en madrugadas, tardes y nochecitas, con libros abiertos y otros por abrir, sobre la mesa o en la cama, y también, en la carretera o en el aire… y en las salas de algunas bibliotecas públicas, especialmente de la “Pío Tamayo” de Barquisimeto, cuando quedaba en la calle 26…

Steiner, en su iluminadora y perspicaz reflexión acerca del lector clásico (a propósito del magistral cuadro de Chardin, en el que un filósofo elegantemente vestido está leyendo) recusa sin contemplación alguna a nuestra época, porque sus burdos y mecánicos sistemas educativos, han atrofiado la lectura: “Ya no aprendemos de memoria. Nuestros espacios interiores han enmudecido o están obstruidos por estridentes trivialidades”.

No podemos pasar por alto lo de la “estridencia”. Es clave, porque con ella viene lo peor de la barbarie advertida por Steiner: “No hay silencio posible” (por decirlo con un título del poeta Efraín Cuevas), y si lo hay, es también una especie en extinción.

Steiner nos recuerda que, tanto para la lectura como para la memoria, es imprescindible el silencio… Hagamos, por favor, el que todavía pueda hacerse…

Que en paz descanse Georges Steiner, lector iluminado.