domingo, 31 de julio de 2016

Petróleo y poesía (sobre un libro de J. M. Villarroel París)


 José Miguel Villarroel París (San Antonio de Capayacuar, 1928 - Valencia, 1995).
Foto de Héctor López Orihuela
 
 

y mi pobre País pico de pájaro buchón que se lo lleva”

Alvaro Montero
(Bajo qué señal comenzó el fuego)

Dedico a Guy Monod, en cuya memoria viven imágenes petroleras que un día leeremos.

 

La poesía y el país. La poesía en el país. El país en la poesía. La poesía en su país. El país en su poesía. El país de la poesía. La poesía del país... Y así, podríamos continuar ad nauseam las permutaciones de la frase, hasta encontrar la señal que nos indique algún camino para mi intervención de esta tarde en Barinas. No sé muy bien en qué consistirá. Sólo tengo una idea: optar por convocar las imágenes que el nombre de la mesa (Releer a Venezuela) me sugiere, y dejarme llevar por ellas. Pido disculpas por el caos que, seguramente, ello supone, caos que trataré de compensar con la brevedad de estas palabras, por lo menos.

Lo primero que llega a mi memoria es la imagen de unos apamates llenos de petróleo, como emblema terrible de la violencia que la ocupación petrolera fue dejando por el oriente del país y por otros de sus puntos cardinales. Yo encontré esos apamates en un libro de poemas. Debo a Gonzalo Ramírez, aquí presente, y a Alejandro Oliveros, el descubrimiento de ese libro insólito de la poesía venezolana, escrito por el poeta Villarroel París, hoy olvidado como tantos buenos escritores.

Acostumbrado a que el tema petrolero se me apareciese sólo en otros géneros literarios (ensayo y narrativa, especialmente), la lectura del libro De un pueblo y sus visiones (Universidad de Carabobo, 1979), de J. M. Villarroel París, me deparó la sorpresa de otra perspectiva del tema y me ofreció un aluvión de imágenes que sólo un poeta puede ofrecer cuando se trata de mirar sombras, en este caso, las sombras de una patria. Leer el territorio del petróleo en Venezuela, a través de la memoria de un poeta, es acceder a un estadio superior del tema. Hagamos, entonces, un breve viaje de la mano del libro en el que Villaroel París recrea la errancia de su padre por los campos petroleros de nuestras tierras asoladas.

1. “Esta meseta está llena de taladros
Desde el Tejero Santa Bárbara Jusepín
Los apamates están llenos de petróleo
Muertos con una tristeza de país en ruina
Esta meseta está llena de taladros
Sembrada de hombres muertos
Un largo cementerio viene desde Caripito
Y no tiene fronteras
Es la gesta la nueva conquista entre pueblos
(...)
Esta meseta está llena de taladros balancines y mechurrios
Esta meseta esta de lleno de todo y de nada
”.


La narrativa nos había hablado de las casas muertas que la Venezuela agraria fue dejando en sus postrimerías, y también de las casas vivas que el petróleo comenzó a levantar en los inicios de su inserción tentacular en nuestras vidas. Algunas de esas casas iban a terminar totalmente derribadas o en ruinas, según soplaran los vientos del negocio (...)
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La antropología y la sociología, la ciencia política y la literatura también nos habían descrito el mundo particular de la explotación petrolera.  Podríamos, de ese modo, releer, entre otros textos importantes, Mene, Oficina Nro.1, Guachimanes, Sobre la misma tierra, Mancha de aceite, Venezuela: política y petróleo o Antropología del petróleo, y quizá comprobar que Díaz Sánchez, Otero Silva, Bracho Montiel, Gallegos, Uribe Piedrahita, Rómulo Betancourt y Rodolfo Quintero, respectivamente, siguen diciéndonos cosas importantes sobre el petróleo en Venezuela, pero no será suficiente. Faltará la visión del poeta, faltarán las imágenes fecundas que sólo la poesía es capaz de transmitirnos. No estarán, por ejemplo, esos apamates llenos de petróleo que disparan su terrible desamparo desde las páginas de uno de los poemas narrativos más sorprendentes de la poesía venezolana del siglo XX. O estas otras que quiero ahora compartir con ustedes:

La ciega hablaba en los corredores
Con pájaros traídos del barranco
Decía la última fiesta en Miraflores
Bailar hasta morirse vomitando
Una noche y otra por El Venado y Campo Rojo
Porque cantaba algunos tangos para sufrir
Viejas canciones de un siglo sin recuerdos
(...)
Un encuentro fugaz Diario festín de campo
Sus ojos disparados
Decían una noche sin lámparas Su carne tísica
¿y quién más que la muerte nos podía cantar?
Tarareamos este mundo de petróleo
Perdido el rostro la identidad el nombre
.


 

La ciega Buenaventura es una figura ominosa. Es la figura de la muerte emblemática que paseará su estela umbría por todas las estancias de este libro. No en balde es la primera muerta de este viaje, caída en la calle Maturín de Quiriquire y convertida desde ese instante en el perfil funerario del paisaje y en la voz espectral que lo recorre. Buenaventura es la muerte misma, la muerte que canta como la mabita.
 

2. Veníamos de un viaje en medio de la noche
Veníamos entre gentes de tantos campos perdidos y cerrados
Cuando yo abrí los ojos mis pies se habían llenado
Con todo el abandono de esos pueblos
Sellé mis compromisos con el pasado familiar
Pero es mentira aquí estoy cargando todos los cementerios.



Villarroel París irá paso a paso revelándonos el paisaje que captó en su niñez, cuando acompañó a su padre (un obrero petrolero) por los diversos campamentos que conformaron la geografía del oro negro. Asistió al bautizo del primer taladro en el Delta, “caño San Juan cayena putrefacta/ tierra del aluvión de la malaria” donde estuvo su padre encuellador, “en lo alto de la torre, temblando como un pájaro”. Asistió al incendio de Quiriquire desde la calle Bolívar y vio con asombro antiguo el fuego que era el diablo incontrolable de los campos petroleros. Asistió al desfile de las pintadas, las cariñosas, las amorosas, las putas tristes del asfalto, aptas para el amor y también para la certera puñalada, dada o recibida, conforme lo dispusiera su destino. Acudió a la fundación de pueblos que vivieron un fugaz esplendor antes de convertirse en los fantasmas que ahora son o en los lugares sin centro en que se tornaron algunos. Presenció la caravana de hombres que también forma parte del paisaje de este libro, o mejor dicho, que es el paisaje profundo de este libro doloroso, íngrimo.
 
3. Si la Venezuela minera, que apostaba -ingenua o maliciosa- por el progreso, tuvo en José Tadeo Arreaza Calatrava a su poeta cimero, la Venezuela herida por el petróleo, sólo tiene ahora que descubrir el suyo en J. M. Villarroel París.
 
Releer a Venezuela en las páginas de sus poetas, para conocerla, reconocerla y comprenderla, es una tarea fascinante que aún no hemos hecho del todo. Algunas contienen miradas oblicuas, íntimas o secretas a paisajes y a momentos cruciales de nuestra historia. Otras son memoria pura, es decir, recuerdo y recreación, fotos fijas o ramalazos que laceraron la infancia, como éstos que recogen los versos de la espléndida poesía narrativa de Villarroel París, voz plena de intemperies y abandonos que revela el rostro de otro país y las secuelas de un sacrificio cotidianamente preterido.
 
4. Mi padre llegó a El Tigre por el año 40
Con muchos pueblos muertos sobre su cabeza
Errante y desmontable estallante de luz entre sus aros
Llegó a El Tigre armado de fracasos y silencios
Un pueblo Un nombre un aletazo de pájaro muriendo
Entre mechurrios y cielos rojos
Un pueblo Un garabato en la sabana de Guanipa.



El libro concluye, como era previsible, con una elegía al padre. Es, probablemente, la más sobria elegía de la poesía venezolana. Ese padre, gallero y guapo, que levantó una casa para su familia y la llamó “En Dios confío”, se yergue en los versos de su hijo como un héroe de nuestra historia no historiada y como protagonista de una jornada anónima que espera todavía a sus poetas.
 
Mi padre muerto era viscoso aceite de piedra
Hablaba en voz alta para espantar vientos
Y los ruidos del mar en el puerto de Irapa
(...)
Y en cada viaje nos decía:
-Aquello está triste como un velorio
Las casas se están cayendo
El viejo Tigre ha muerto
La gente allí ha muerto.

Y mi padre que en Morón peleó con cuatro árabes
Que fundó pueblos y tuvo amores en Barrancas Temblador y Pedernales
Está allí tranquilo
Envuelto en su traje gris
Estrenado este último diciembre.


 
Eso ero lo que quería decirles mediante este borrador. Muchas gracias.
 
Freddy Castillo Castellanos
Barinas, 24 de febrero de 2006.
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(El texto anterior, además de ser leído en Barinas (2006), lo fue también (junto a otros dos) en Cumaná, gracias a una invitación de Ramón Ordaz, en junio de 2007, en el marco de la Bienal "Ramos Sucre" de ese año. Recuerdo el generoso agrado de Ramón por estas notas acerca de Villarroel París).
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P.S: El paisaje petrolero también está presente en Cabimas-Zamuro de Carlos Contramaestre; en Bajo la grúa y Sobre el andamio de Simón Petit; en algunas estrofas de Nuevo Mundo Orinoco de Juan Liscano; y en unos poemas que leí en la revista Zona Tórrida Nro. 43 (2011), de Hugo Fonseca Arellano, bajo el título Campo Norte, fechados en San Tomé, en noviembre de 1990. Cito apenas los que conozco y recuerdo en este momento. Una lista, mucho mayor, debe estar recogida  en algún estudio académico del que espero enterarme pronto para disminuir mi falta de información. Se entiende que me refiero al tema petrolero en la poesía venezolana, no en la narrativa, cuyos ejemplos son tan numerosos como conocidos.
 

domingo, 24 de julio de 2016

Orgulloso de su formación


El retrato de Gil de Castro

Que no tenía tan buena educación, dijo de él Mr. de Mollien, en un artículo publicado por el Morning Chronicle. En carta dirigida al general Santander el 20 de mayo de 1825, el ilustre afectado le respondió al inglés en estos términos: 

Lo que dice de mí es vago, falso e injusto. Vago porque no asigna mi capacidad; falso porque me atribuye un desprendimiento que no tengo; e injusto, porque no es cierto que mi educación fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible porque yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden mi país. Robinson, que Ud. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar; que estimó mucho el barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la academia de San Fernanrdo; y aprendía los idiomas extranjeros, con maestros selectos de Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués de Uztaris, en cuya casa vivía. Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitación. Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, Dalambert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses. Todo esto lo digo muy confidencialmente a Ud. para que no crea que su pobre presidente ha recibido tan mala educación como dice Mr. de Mollien; aunque, por otra parte, yo no sé nada, no he dejado, sin embargo, de ser educado como un niño de distinción puede ser en América bajo el poder español”. 

La justificada ufanía del autor de la carta, por la educación que recibió tanto en Caracas como en la capital del Reino, me parece que no ha sido muy reivindicada por quienes en los últimos tiempos se han apoyado anacrónicamente en Simón Bolívar para casi todo.

martes, 19 de julio de 2016

Lección de estilo


Sertón. Vaquero.  Foto de Araquém Alcántara.
 
La primera vez que la leí fue en un artículo de Alejo Carpentier. La citaba como ejemplo de estilo impecable y natural, contrastándola con la escritura de algunos autores “correctos”, pero desmañados. Me refiero a la carta de aquel vaquero de Canudos, quien, al finalizar el invierno, se dirige a su patrón para darle cuenta del trabajo con las nuevas cabezas del rebaño. 

“Hay hombres que nacen con su estilo a cuestas”, dice Carpentier y resalta “la nobleza del tono y el rústico vigor de las imágenes” que encuentra en esa breve carta del sertanejo:

Euclides da Cunha (a quien debe Carpentier el formidable ejemplo) advirtió la sustitución de la fórmula de despedida “su seguro servidor”, por una expresión más íntima: “su amigo y vaquero”. También ahí está la nobleza, que dice Carpentier. La copio: 

Patrón y amigo: le participo que la boyada cayó en el despotismo. Sólo cuatro reses entregaron el cuero a las varas. El resto atronó en el mundón. Su amigo y vaquero (Aquí, la firma). 

Todo el desastre quedó estampado en esas líneas. Tres palabras le bastaron al autor de Los sertones para referirlas: “Una alarmante concisión”.

El consejero


Euclides da Cunha
 
Desde que Roberto lo mencionó el viernes pasado, he estado releyendo Los sertones. Fascinante. Tiene razón Antonio Candido: Euclides da Cunha es mucho más que un sociólogo. Es casi un iluminado. De la tragedia de su vida, a las otras tragedias, hay literatura, tanta, que uno, atrapado por la prosa, se olvida de los determinismos raciales o geográficos que atraviesan sus páginas.
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La mención de Roberto tenía que ver con lo que nos está pasando desde hace mucho tiempo y que no termina de pasarnos. En una parte referida a las peregrinaciones, Euclides da Cunha copia un documento publicado en la Capital del Imperio en 1877, que da cuenta de cómo se presentó el Consejero en la aldea del Itapicuru de Cima, cuando ya tenía gran renombre: 

Apareció en el sertón del Norte, un individuo, que dice llamarse Antônio Conselheiro y que ejerce gran influencia en el espíritu de las clases populares, sirviéndose de su aspecto misterioso y ropas ascéticas, con los que se impone a la ignorancia y la simplicidad. Dejó crecer sus barbas y sus cabellos, viste una túnica de algodón y se alimenta tan poco que casi es una momia. Acompañado de dos profetas, vive rezando, pregonando y dando consejos a las multitudes que reúne donde le permiten los párrocos, y moviendo los sentimientos religiosos, va juntando al pueblo y guiándolo a su gusto. Revela ser hombre inteligente pero sin cultura”. 

Da Cunha ya había hablado de la formación del monstruo. Había dibujado en pocas líneas el proceso delirante del poder: “La multitud lo remodelaba a su imagen. Lo creaba”.  

“Y creció tanto que se proyecto en la Historia…”
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Vagan en la memoria resonancias.

domingo, 17 de julio de 2016

Ricardo Aguilar y el azar concurrente



Diseño de portada: Ricardo Aguillar


Ricardo Aguilar, un diseñador que admiro y aprecio, formó parte del equipo que, encabezado por Santiago Pol, fundó una escuela de diseño integral en Guama. Allí vive Ricardo, en estos tiempos de penurias y de ingratitudes. Probablemente, no son pocas las personas de su entorno que saben de su honestidad y su talento, valores que algunos todavía ignoran desde comodidades burocráticas.

Hoy he releído un estupendo artículo que Ricardo escribió en el 2010, acerca de un libro de Victor Papanek. Copio el último párrafo:

Hace poco una amiga y alumna (o alumna y amiga; no sé que es más preciado) me mostró un libro que no sin dificultad reconocí como aquel viejo texto que nunca había leído en su totalidad porque solo llegaron a mis manos algunos capítulos fotocopiados. Mi manifiesto entusiasmo fue recompensado con una copia del libro del cual he extraído el epígrafe y la cita que acompaña este breve artículo elaborado bajo su frondosa sombra. Es el libro ya citado que, pienso, debería ser reeditado con un excelente diseño que tenga en consideración, por sobre todo, los bajos costos para que sirva como ejemplo del diseño que hace suyo el reto de administrar los recursos cada vez más escasos de un mundo que solo ha conocido hasta ahora los embates de una explotación desmedida Además, para que pueda ser asequible a los alumnos de diseño integral y a todo aquel que se interese por saber algo de las motivaciones que mueven al diseñador comprometido con su medio y que espera con optimismo los grandes cambios que se avizoran”.

Ese es Ricardo Aguilar: maestro, lector, amigo, humilde, amable, siempre lúcido.

Con una foto de Lezama Lima, Ricardo hizo aquella portada de “Azar concurrente”, que pongo de nuevo acá, como recuerdo y afecuoso saludo, para él y para su hijo.
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(El libro de Papanek al que se refiere Ricardo es Diseñar para el mundo real. Y esta la frase que le sirvió de epígrafe a su artículo: "El diseño puede y debe convertirse en la manera según la cual los jóvenes puedan participar en una sociedad cambiante")

sábado, 16 de julio de 2016

Este sueño es corto, pero es feliz


Héctor Babenco y Meryl Streep. Hacían Ironweed, 1987

Un espectador imaginado hace mucho por Manuel Puig demuestra su admiración por Babenco con un relato. Le narra a un amigo el momento en que Helen (Meryl Streep), otrora artista de gran futuro y ahora indigente, empieza a cantar “He’s me pal”, de Gus Edwards, viejo director de vodeviles. El admirador de Babenco, que lo es también de los dos grandes actores de esta historia (el otro es Nicholson), intenta aproximarse a ese instante de nostalgia por el reino perdido, pero se detiene y busca la película para poner la escena y agradecer a Héctor Babenco aquella terrible maravilla. Es “Ironweed” (“Tallo de hierro”).
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Gracias a Héctor Babenco, en 1985, los lectores de Manuel Puig supimos que El beso de la mujer araña había retornado con honores a su origen. Sin duda, la novela, llena de imágenes y de películas -como tantas otras de Puig- era (y es) cine también. Y del bueno. William Hurt se ganó el Oscar ese año por su magnífico “Molina”. Y no era para menos. El poeta Néstor Perlongher  dijo entonces que “la maestría de Hurt” nos permitió ver a un Molina capaz de convertir su deseo de ser mujer “en una especie de monumento vivo a la mujer”.  

Ahoro que lo cito, reparo en las confluencias: Perlongher, uno de los más destacados integrantes del Frente de Liberación Homosexual de Argentina, fue un lúcido pensador político. Imposible que el libro de Puig y el filme de Babenco no provocaran en él una mirada crítica y certera:  

En el desenlace trágico puede leerse también la persistencia histórica de ciertas relaciones de contigüidad entre la homosexualidad y la marginalidad, entre la perversión y la muerte”.  

Por cierto, Perlongher, argentino como Babenco, al igual que éste, vivió mucho tiempo en São Paulo. Allí murieron ambos. Perlongher en 1992 y el director argentino-brasileño, el jueves pasado. Tenía 70 años. Por eso esta pequeña anotación en su memoria. 

Como dice el final de la novela de Puig, que en el de la película repite  Sonia Braga: “Este sueño es corto, pero es feliz”.  

Descansa en paz, Héctor Babenco.

domingo, 3 de julio de 2016

Cimino


Michael Cimino (1941-2016)
 
Domingo sólo de nubes todavía. Otro deceso. No paran. Murió ayer Michael Cimino, el genial director de El francotirador (The Deep Hunter, 1978). Fue hallado muerto en su casa. Hasta ahora no hay claridad sobre las causas del  deceso. Tampoco se sabe bien si falleció siendo Michael o Elizabeth. Lo cierto es que siempre será Cimino, gran destructor de géneros manidos y uno de los pocos que pudo ganar –en el cine- la guerra de Vietnam. Paz a su alma.

sábado, 2 de julio de 2016

"Aquí estoy como el Morocho Henández..."


 
 
Hoy murió el “Morocho” Hernández, el primer boxeador venezolano que llegó a ser campeón mundial. Ocurrió en 1965, en una pelea que le ganó a Eddie Perkins, por decisión dividida y no del modo demoledor que durante varios años estuvimos esperando sus confiados seguidores. El Morocho nos parecía imbatible y era vox populi que por esa época (primer lustro de los 60) nadie lo superaba en su división (peso Ligero y Welter Junior). 

Por varios años me recuerdo deseoso y pendiente (como todo el mundo) de que Joe Brown, el campeón mundial de los ligeros, aceptara su reto o de que Carlos Ortiz accediera a lo mismo. La fuerza del “Morocho”, su agilidad y, sobre todo, su fulminante derecha, generaban tanto temor en los campeones, que ninguno se atrevía a plantarle cara. Finalmente llegó la hora y el “Morocho” nos dio la alegría del esperado campeonato, pero ya no era el tiempo del esplendor y su reino sería corto.
 
Sin embargo, después de perder la corona con Lopopolo, el "Morocho" sostuvo varias peleas en las que a ratos parecían recobrados su brillo y sus fuerzas. Así, en 1969, en Buenos Aires, en un combate que terminó perdiendo claramente, vivió unos mintuos extraordinarios. Con su letal derecha, para asombro de todos, derribó en el segundo round nada menos que al campeón de entonces, el argentino Nicolino Locche, acertadamente llamado el “Intocable”. El “Morocho”, guapo siempre, perdió esa noche en 15 batallados rounds.
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En el 60, cuando el presidente Rómulo Betancourt apareció ante las cámaras de la televisión, con las manos vendadas, después del atentado que casi se lo lleva de este mundo, lo primero que dijo fue: “Aquí estoy como el Morocho Hernández antes de una pelea”. 
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Acá estamos nosotros, deseándole al “Morocho” la paz que se merece. Guantes colgados, memorias juveniles y de infancia, lo despiden.