viernes, 21 de abril de 2017

El principio del fin






Hace pocos días se cumplieron 105 años de la tragedia. La industria crecida a sus expensas, celebró en el 2012, con fastos de crucero y costosos saraos de la nostalgia, la fecha secular del hundimiento.

En la babel casera, entre varios libros sumergidos, busco uno, para anotar estos versos de su Canto XXV:

Sólo al amanecer,

cuando los icebergs emergieron

rosados contra el horizonte,

sólo cuando se creía,

en vista del inminente salvamento,

`que el fuego del sol parecía reflejarse

en los ventanales

de un centenar de palacios`,

en el húmedo fondo del bote

un puñado de trapos

cobró vida bajo los pies

de treinta y cinco navegantes.

Algo comenzó a moverse,

algo andrajoso que chorreaba

en una lona sucia,

despertó y comenzó a hablar.

Cinco extraños surgieron a la luz,

cinco chinos desconocidos.



Sin nombres, sin un centavo, sin documentos,

sin hablar una palabra de inglés:

nadie ha podido saber hasta el día de hoy

cómo habían logrado subir a bordo del Titanic,

cómo y cuándo entraron en el bote,

y qué ha sido de ellos.

Luisana (@lulucastello) sostiene que el fantasma que un día se cruzó con nosotros en París y nos pidió desesperadamente que le tomáramos una foto en el Pont des Arts, era uno de esos chinos.
--  

Leo a Enzenzberger, en traducción de Heberto Padilla:

Eso fue sólo el principio.

El principio del fin

es siempre discreto.



A bordo son ahora

las once cuarenta. Hay una grieta

de doscientos metros



en el casco de acero,

bajo la línea de flotación,

abierta por un cuchillo gigantesco.



El agua corre

hacia las escotillas.

Emergiendo treinta metros,



el iceberg pasa silencioso,

se desliza junto al barco resplandeciente,

y se pierde en la oscuridad.

(Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic)

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