miércoles, 26 de marzo de 2014

Octavio Paz, nuestro maestro





 Octavio Paz. Gran Bretaña. 1970

Aprendí a leer la poesía contemporánea en los libros de Octavio Paz. Un día abrí Corriente Alterna y descubrí un camino. No he cerrado ese libro todavía. Pero lo admirable es que la ruta vital encontrada en esas páginas, permanece abierta y, sobre todo, que continúe encendida.


Paz hablaría después de la “casa de la presencia”. Sus libros son esa casa iluminada, en la que el diálogo con todos es siempre posibilidad infinita. Porque si hay un rasgo que sobresale en él, es su vocación ilustrada, lo que algunos llaman “universalidad” y que no se expresa en un decorado “cosmopolita”, sino en una insaciable comprensión creadora.


Paz leyó hacia todos los puntos cardinales (que en realidad son cinco: México en el centro), recreando lo leído con la pasión de su inteligencia desafiante. Deletreó y lo deletrearon. Encarnó una tendencia de la modernidad que cruza Oriente y Occidente, que se vuelve anacrónica y extraterritorial, que se aclimata en Dante, reaparece en el siglo de oro español, se pierde en las neblinas del romanticismo alemán, es hija del limo cantado por Nerval, aflora con los surrealistas en tiempos de entreguerras, se va a las catacumbas, y en Hispanoamérica empieza por llamarse Darío, luego Borges y definitivamente y con honores, Octavio Paz.


Los modernistas brasileños hablaron de “antropogafia cultural” para referirse a esa tendencia tentacular de nuestros verdaderos fundadores. Creo que Paz es su mayor ejemplo. La cultura (ningún tema le fue ajeno), como una integración de emociones, vivencias y pensamiento, y también, como una vía para el diálogo, lo definió enteramente. Como en su Laberinto de la soledad: primero, un diálogo con su país y consigo mismo, y al final, un diálogo con el mundo, con los desterrados hijos de Eva que somos, por fin, contemporáneos de todos los hombres.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario