viernes, 14 de octubre de 2016

50 años de Falsas maniobras

Rafael Cadenas

Era un domingo del 66. No recuerdo si todavía era abril o ya era mayo.   Si tuviera ordenado mi archivo, podría precisar la fecha, pero esa es una tarea que requiere (y amerita) tiempo que no tengo ahora y que espero tener pronto. Lo cierto es que fue un día feliz para mí: leí en el Papel Literario unos textos que me deslumbraron. Durante largo rato estuve contemplando la lluvia en el patio de mi casa, mientras memorizaba uno de los poemas que me había fascinado. Digo uno, pero miento. Eran tres o cuatro los textos que todo el santo día estuve repitiéndome. Sólo dejé la publicación cuando, al atardecer, salí con mis padres a hacer una visita. Y la suerte me acompañó: en la casa visitada (era de un colega y amigo de mi padre) habían comprado El Nacional y lo tenían en la mesa del recibo. Allí estaba, por supuesto, el Papel Literario. Así que los poetas (en especial, “el poeta”) no me desampararon ese día. Yo contaba las horas que faltaban para comentar con una compañera del liceo el enorme descubrimiento que esa mañana había tenido de la nueva poesía venezolana. Quería compartir con ella mi efusión.

¿Qué había leído con tal entusiasmo? La muestra que el Papel Literario  publicó del libro premiado y de las tres menciones honoríficas del Premio de Poesía “José Rafael Pocaterra” del Ateneo de Valencia de ese año. Bastan los nombres de los autores y los títulos de los libros para rubricar la calidez de mi imborrable lectura: Francisco Pérez Perdomo, ganador, por su libro La depravación de los astros; Rafael Cadenas (Falsas maniobras), Jesús Sanoja Hernández (La mágica enfermedad) y Luis Alberto Crespo (Si el verano es dilatado), con sus valiosas menciones honoríficas.

Barquisimetanos orgullosos y lectores asombrados, durante varias semanas, mi compañera Blanca Cabral y yo no hicimos más que hablar de Cadenas.
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Cuando se cumplieron treinta años de la publicación de Falsas maniobras, un gran escritor de mi generación, Alejandro Oliveros, recordó la primera vez que oyó el nombre de Rafael Cadenas. Fue, justamente, ese mismo año de 1966, y también, con motivo del concurso de poesía “Pocaterra” en el que Cadenas figuró “oficialmente” como segundo, pero no. Casi desde el mismo día del veredicto, sin desmérito de nadie, Rafael Cadenas concitó la atención principal de una mayoría de lectores, que desde entonces, lo ha seguido con creciente admiración.  


Han pasado cincuenta años. Para celebrarlos, me voy de nuevo a Mi pequeño gimnasio y hago en silencio el reparador ejercicio de la relectura.
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MI PEQUEÑO GIMNASIO

Consta de una almohadilla que golpeo con acompañamiento musical.
Un saco de arena donde descargo todo el peso de la calle.
Una esterilla para hacer contorsiones que producen olvido.
Un hueco en triángulo donde me oculto para no ver.
Una cuerda donde me castigo por toda la prudencia del día.
Un artefacto en forma de 0 en el que me doblo para evitar los reclamos de mi conciencia.
Una barra horizontal sobre la cual me río de mis intenciones.
Una tabla donde doy golpes innecesarios que podrían estar mejor dirigidos.
Un pequeño extensor de idiota que me estira por todos los frutos que no tomé, los actos que no hice, las palabras que no me atreví a decir.
Una soga donde extorsiono mi brazo derecho por todas mis indecisiones, olvidos, cambios.
El resto lo compone el ajuar ordinario de todo deportista.
Los ejercicios son efectuados en la oscuridad.
Por vergüenza no admito espectadores. (El descontento sordo, por otra parte, ahogaría al que osara entrar).
Soy de todas maneras un aprendiz. No he podido alcanzar mis rodillas con la frente, todavía me es imposible arquearme hacia atrás hasta tocar el suelo, tampoco logro pararme sobre las manos.
Algunas veces el exceso de pesadez me vuelve ridículo. (Me recuerdo en lamentables posiciones y siento dolor).
A pesar de mis esfuerzos sigo siendo carnal, rudo, indisciplinado.
En el fondo los ejercicios están enderezados a hacer de mí un hombre racional, que viva con precisión y burle los laberintos.
En clave, persiguen mi transformación en Hombre Número Tal.

Llanamente y en mi intimidad, espero con ellos dejar de ser absurdo.

(Rafael Cadenas, Falsas maniobras, 1966)

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