sábado, 11 de agosto de 2018

La confesión



La Inquisición torturaba cuando no poseía evidencias de culpabilidad. Y torturaba aún más, cuando, además de la "confesión", necesitaba la inculpación de otros. Sus procedimientos fueron cruelmente afinados por el estalinismo, como lo mostró este libro de Artur London, exvicecanciller checo detenido en 1951 y juzgado en el célebre proceso de Praga.

Lo busqué hoy, después de ver las indignantes imágenes del ilegal "proceso" que se le sigue al joven diputado Juan Requesens, con cuyos padres y familiares me solidarizo. Lo abrí y leí estas palabras del fiscal, dichas con fuerte acento ruso: "Emplearemos métodos que lo asombrarán, pero que le harán confesar todo lo que queremos. Su suerte depende de nosotros..."

Los viejos inquisidores hacían el espectáculo después, con los aberrantes "autos de fe". Hoy, desde sus ministerios de información, el nuevo Santo Oficio difunde las "confesiones" de inmediato, con la misma saña con que fueron obtenidas. Dios quiera se les convierta en boomerang.

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