domingo, 14 de agosto de 2016

El atizador



Como dijo una vez Alfredo Deaño: para apreciar bien a este filósofo no sólo se requiere leerlo, sino también saber escuchar a Mahler, a Brahms, a Schoenberg, a Bach. Y todavía más: para rescatarlo de la burocracia académica que pretendió hacerlo inaprehensible, es bueno acompañarlo de Musil, de Broch, de Adolf Loos y de Alma Mahler, señora tentacion en la Viena de su tiempo. Y, por supuesto, no separarlo tanto de su amigo Bertie.
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Cuenta Rudolf Carnap que cuando lo conoció -advertido ya por Schlick-, lo dejó hablar. Sólo después, y con mucha cautela, le hizo algunas preguntas. A pesar de su temperamento amable, "era hipersensible y se irritaba con facilidad", añade el filósofo.
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Es famosa la anécdota que Popper refirió en su autobiografía y que dos periodistas británicos de la BBC se encargaron de confrontar con las versiones de testigos presenciales, dando lugar a un libro titulado Wittgenstein's Poker: the Story of a Ten-Minute Argument Between Two Great Philosophers (2001), en el que los detalles del episodio varían de una memoria a otra y hasta uno de los testigos (discípulo fiel de Wittgenstein) llega a decir que el hecho fue totalmente una invención.

El origen de esa especie de leyenda “filosófica” se encuentra en esta breve narración de Popper, de cuya veracidad no dudamos, aunque sean “refutables” algunas de sus “precisiones”: 

"... continué diciendo que si yo pensara que no había genuinos problemas filosóficos, no sería ciertamente un filósofo; y que el hecho de que muchas personas, o quizá todas, adoptaran irreflexivamente soluciones insostenibles para muchos o, quizá, todos los problemas filosóficos, proporcionaba la única justificación para ser filósofo. Wittgenstein saltó de nuevo interrumpiéndome y habló largo y tendido acerca de rompecabezas y de la no existencia de problemas filosóficos. En un momento que me pareció apropiado le interrumpí y presenté una lista que tenía preparada de problemas filosóficos, tales como: ¿conocemos las cosas a través de nuestros sentidos?, ¿obtenemos nuestro conocimiento por inducción? Wittgenstein rechazó estos problemas por ser más lógicos que filosóficos. Me referí entonces al problema de si existe el infinito potencial, o quizá incluso el actual, problema que rechazó por ser matemático. (Este rechazo se reflejó en las actas.) Mencioné entonces algunos problemas morales y el problema de la validez de las reglas morales. En este punto, Wittgenstein, que estaba sentado junto a la chimenea y había estado jugueteando nerviosamente con el atizador, que a veces usaba como batuta de director para recalcar sus afirmaciones, me desafió: ¡dé un ejemplo de una regla moral!’, y yo repliqué: ‘no amenazar con atizadores a los profesores visitantes.’ Tras lo cual, Wittgenstein, en un acceso de rabia, tiró el atizador y abandonó furioso el lugar, dando un portazo".
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Cuentan que Russell (otro testigo presencial), dijo: “¡Wittgenstein, suelte de una vez ese atizador!”, y que en ese momento el “ingeniero alemán” (que no era ni ingeniero ni alemán, sino filósofo y austríaco), salió enfurecido de la sala. Vaya usted a saber si fue así o si la réplica de Popper fue dicha después de que Wittgenstein abandonó la sala sin mayor rabieta, sino con su habitual intemperancia. No sabemos. Lo cierto es que a partir de ese relato se habla del “Principio popperiano del atizador”, que es un principio de buena hospitalidad, esbozado con ingenio al calor de un debate legendario.  

De ese hecho, ocurrido en el Centro de las Ciencias Morales de Cambridge, se cumplirán 70 años el próximo 25 de octubre. No estaría mal celebrarlo leyendo a sus dos protagonistas y volver a preguntarse si, en verdad, no hay que asombrarse de que los problemas más profundos no sean propiamente problemas.  

 Comencemos a atizar el fuego.

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