sábado, 3 de septiembre de 2016

Última ratio regum


Wifredo Lam. A tres centímetros de la tierra. 1926
 
El monarca, abandonado por su guardia personal, se pasea por el palacio apoyándose en las paredes que se le hacen inmensas y en los espaldares vacíos de las sillas. Apopléjico, lo ayudan también barandas y cortinas mustias. Es el final. Para su sorpresa y enojo, reparó que la música que lo despertó hace un momento no era otra que la del “manducumán”, tocada por sus granaderos en un sorpresivo y ominoso cambio de tercio. 

En el alma sombría de Henri Christophe retumba en este instante la más absoluta soledad. Tira, demente, su bicornio contra el suelo y, arma en mano, se prepara para morir “de bruces en su propia sangre”. 

“¡Están tocando el manducumán”, se repitió, para no mentirse más a sí mismo.  Los incontenibles aires de libertad que afuera suenan marcan su fin. Frase tras frase se ha tensado el ambiente. Ahora el rey hace salir a las princesas y pide ropa limpia y perfumes.
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Siempre he admirado ese capítulo  (Ultima ratio regum) de El reino de este mundo. En él, Alejo Carpentier nos recuerda que los últimos argumentos de los poderosos casi siempre son suicidas.
 

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