lunes, 7 de noviembre de 2016

Armonizar las diferencias





María Zambrano

Releo Itinerario, de Octavio Paz. En una de las entrevistas allí incluidas (Respuestas nuevas a preguntas viejas, por Juan Cruz), refiriéndose al derrumbe de las ideologías y al envejecimiento de ciertas doctrinas, Paz dice:

Las jóvenes generaciones tendrán que construir una nueva filosofía política. Los fundamentos de ese pensamiento serán, sin duda, los de nuestra tradición moderna. Pienso en la tradición liberal y en la socialista, pienso en  las visiones de Fourier y en la lucidez de Tocqueville. Por último, creo que el pensamiento político de mañana no podrá ignorar ciertas realidades olvidadas o desdeñadas por casi todos los pensadores políticos de la modernidad. Hablo del inmenso y poderoso dominio de la afectividad: el amor, el odio, la envidia, el interés, la amistad, la fidelidad. Es bueno volver a los clásicos para apreciar la importancia del influjo de las pasiones en las sociedades. Éste fue, precisamente, el título de un pequeño y admirable libro de Madame de Stäel, escrito después de los años terribles de la Convención y el Directorio. Si se quiere saber lo que significan la ambición, la envida o los celos, nuestros sociólogos deberían leer o releer Macbeth, Otelo, Hamlet. Y lo que digo de Shakespeare puede extenderse a Balzac, Stendhal, Tolstoi, Galdós. Y, claro está, a los poetas, a Dante y a Milton, a Quevedo y a Machado, a Hugo que profetizó los Estados Unidos de Europa. El nuevo pensamiento político no podrá renunciar a lo que he llamado “la otra voz”, la voz de la imaginación poética. La vuelta de los tiempos será el tiempo de la reconquista de aquello que es irreductible a los sistemas y las burocracias: el hombre, sus pasiones, sus visiones.

Ojalá hubiese en los ámbitos académicos (o “gremiales”) de la política, mayor curiosidad por las otras voces, en especial, por la voz de los poetas. Así lo sintió también María Zambrano, cuyo libro Persona y Democracia, no sería una mala lectura en estos días. En sus páginas, la filósofa de Málaga nos recuerda que el orden democrático es un orden musical, que, en lugar de suprimir las diferencias, las armoniza. Y algo más: la democracia nos permite elegirnos como personas, no como personajes. 

Me quedo ahora con las luminosas palabras finales de su libro:

Y no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir, al mismo tiempo, a los demás. Y los demás son todos los hombres.

Con ello no se acaba el camino: más bien empieza.

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