jueves, 1 de junio de 2017

El maestro y Margarita volaron






Iker Spozio. Una de sus ilustraciones de El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov


En una página de El maestro y Margarita, Toto de Lima y el Turco Najul acaban de leer estas palabras que el primero dice de memoria:

Todo era confusión en la casa de los Oblonski, como dijo muy bien el famoso escritor León Tolstói. Lo mismo habría dicho en este caso”.

La visita periódica de Toto y el Turco a las páginas de Bulgákov es un ritual. Y el párrafo del despelote que armó Asaselo con el pollo y la maleta del pobre economista de Kiev, una de sus paradas fijas.

Recordemos: Maximiliano, atendiendo a un misterioso telegrama, había llegado a Moscú para asistir al funeral de su sobrino Berlioz. Berlioz mismo había enviado el mensaje telegráfico, o eso suponía su atribulado tío.
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Toto y el Turco disfrutan siempre, casi por vicio, de esa ceremonia de la confusión que el diablo arma en la capital rusa. Pasan por encima de las alegorías políticas de entonces y buscan semejanzas con el presente. Se mueren de la risa, y el diablo –todo hay que decirlo- les despierta simpatías. Pero nada hay que les atraiga más que el gato. Mientras el Turco piensa en El puesto del gato en el cosmos del poeta Giannuzzi, Toto lee:

El gato que entretenía al príncipe de las tinieblas resultó ser un adolescente delgado, un demonio paje, el mejor bufón que nunca existiera en el mundo”.
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Esta noche habrá -recuerda Toto-, el sermón de la perseverancia. Pone la mano sobre un hombro del Turco y le dice:

Persevera, amigo, en la lectura de los buenos libros. Como decía Fernando González, el genio de Envigado, en alguno de ellos encontrarás la libertad”.

El Turco vuelve a las páginas de Bulgákov y lee o recita:

El maestro y Margarita bajaron de los caballos y volaron a través del jardín del sanatorio como dos sombras de agua”.

“Entonces se trata de volar”, pensó el Turco. Y Toto le abrió la ventana.


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