Iker
Spozio. Una de sus ilustraciones de El maestro y Margarita, de Mijaíl
Bulgákov
En
una página de El maestro y Margarita, Toto de Lima y el Turco Najul acaban de
leer estas palabras que el primero dice de memoria:
“Todo era confusión en la casa de los
Oblonski, como dijo muy bien el famoso escritor León Tolstói. Lo mismo habría
dicho en este caso”.
La
visita periódica de Toto y el Turco a las páginas de Bulgákov es un ritual. Y
el párrafo del despelote que armó Asaselo con el pollo y la maleta del pobre
economista de Kiev, una de sus paradas fijas.
Recordemos:
Maximiliano, atendiendo a un misterioso telegrama, había llegado a Moscú para
asistir al funeral de su sobrino Berlioz. Berlioz mismo había enviado el
mensaje telegráfico, o eso suponía su atribulado tío.
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Toto
y el Turco disfrutan siempre, casi por vicio, de esa ceremonia de la confusión
que el diablo arma en la capital rusa. Pasan por encima de las alegorías
políticas de entonces y buscan semejanzas con el presente. Se mueren de la
risa, y el diablo –todo hay que decirlo- les despierta simpatías. Pero nada hay
que les atraiga más que el gato. Mientras el Turco piensa en El
puesto del gato en el cosmos del poeta Giannuzzi, Toto lee:
“El gato que entretenía al príncipe de las
tinieblas resultó ser un adolescente delgado, un demonio paje, el mejor bufón
que nunca existiera en el mundo”.
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Esta
noche habrá -recuerda Toto-, el sermón de la perseverancia. Pone la mano sobre
un hombro del Turco y le dice:
“Persevera, amigo, en la lectura de los
buenos libros. Como decía Fernando González, el genio de Envigado, en alguno de
ellos encontrarás la libertad”.
El
Turco vuelve a las páginas de Bulgákov y lee o recita:
“El maestro y Margarita bajaron de los
caballos y volaron a través del jardín del sanatorio como dos sombras de agua”.
“Entonces se trata de volar”, pensó el Turco. Y Toto le abrió la
ventana.
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