sábado, 9 de diciembre de 2017

Elogio de la sencillez



Azorín

Seis de la mañana y un libro. Lo había buscado hace unos días para incluir alguna de sus páginas en un taller que preparo sobre periodismo y literatura. Hoy se me ocurrió abrirlo, pero no para hacer la tarea que digo, sino para dejarme llevar por cualquiera de sus crónicas. Como se sabe, vagabundear por un libro es uno de los más grandes placeres del homo legens y, a uno, que aspira serlo, le da a veces por callejear. Y aunque se trate de libros ya leídos –es el caso-, con frecuencia encontramos en ellos algo que nos parece nuevo o renovado. Los lectores, que somos los mismos, sentimos que las páginas cambian siempre, “como la salsa”, para decirlo con el viejo refrán gastronómico de los sicilianos.

Hace un momento me ocurrió con una crónica sobre el tema electoral. Para no suscitar dudas, adelanto lo que iba a decir unas líneas más adelante: estoy leyendo Parlamentarismo español, de Azorín, que reúne textos correspondientes a los años 1904-1906 y algunos a las Cortes liberales de 1916. Bien. En una crónica del 20 de octubre de 1905, titulada La amena discusión, descubrí el estilo casi impasible del diputado García Alonso. Azorín lo aprovecha para ofrecernos una sobria lección de estilo y una semblanza del personaje basada más en los detalles de forma que en los contenidos oratorios.

La discusión se daba acerca del registro electoral de la provincia de Valladolid, que según el señor Martín Sánchez no era un registro legal y que, por eso, debía provocar la indignación de todos los diputados. Aducía que ese registro era del año anterior y que eso tenía mayor gravedad que el problema de “las actas de Badajoz”, al que se le había dedicado un largo y ruidoso debate. Al parecer, el único indignado por lo de Valladolid era el propio orador, cuyas palabras subieron de tono para caer finalmente en una “profunda desesperanza”. Justo después apareció el señor García Alonso. En los breves párrafos que le dedicó Azorín se complace mi relectura de hoy. El primero es algo más que un mínimo perfil del diputado. Es también una discreta emoción del estilista expresada en las dos palabras finales:

Y el señor García Alonso, nuestro buen amigo, ha contestado con breves y sencillas palabras al señor Martín Sánchez. El señor García Alonso no tiene entusiamo ni por una cosa ni por otra; su discurso, por su placidez y por su uniformidad, es el de un hombre que lo mismo dice esto que podría decir otra cosa cualquiera. Lo aplaudimos.

De inmediato Azorín incluye una cita del discurso, cuya transcripción hago a riesgo, aquí y ahora, de asociaciones peregrinas:

El señor Martín Sánchez se queja de que en Valladolid se ha empleado un censo del año anterior. Está bien; no lo niego. Pero ese censo, que ha parecido nulo después de las elecciones, a los candidatos derotados, ¿por qué ha sido aceptado antes por éstos, en vez de recusarlo?.

Para Azorín el argumento “no tiene vuelta de hoja” y “no es preciso añadir más”. Por eso, retorna a la descripción del discurso y a la frase que le puso fin. A la primera, para decir apenas que García Alonso habló “fríamente y con parquedad”. A la segunda, para solazarse con la expresión “Y quedamos en que todo esto puede ser mucho y puede no ser nada”. Azorín la encuentra digna de Montaigne. Dice que el maestro habría sonreído. Creo que Azorín sonrió por él.

La crónica termina refiriendo unos contrastes. Se lamenta el de Monóvar, que otro amigo suyo, el diputado Junoy, no tome ejemplo de García Alonso y persista en arrebatos y furores oratorios, como le ocurrió en la sesión de ayer, cuando gritó y gesticuló con vehemencia, a propósito de las actas electorales de Jerez. Pero más que el señor Junoy, a Azorín parece irritarle el diputado Morote, quien “no acaba de seguir esta preciosa y muy concisa máxima: Simplicidad”. Y Azorín no sólo encuentra que carece de ella en sus discursos y en sus gestos (“colgar los pulgares –horror de horrores- en las aberturas del chaleco”), sino también en su indumentaria. Difícil no recordar que llevaba “una corbata roja, llameante, un chaqué o una americana excesivamente entallada y un gabán con una arquería románica en la espalda”.

No estaba yo para cumplir tareas con esta relectura, pero he aquí que ya el texto para mi taller quedó elegido. Y que sirva esta glosa, además, como recuerdo de que este año, el pasado 2 de marzo, se cumplieron cincuenta años de la muerte de José Martínez Ruiz, maestro del decir breve, y de su gracia.

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