jueves, 30 de julio de 2020

FOOL DE RUIBARBO EN SU MEMORIA

 

Jack Phillips, radiotelegrafista del Titanic


El Enfermero se acaba de topar en uno de los cuadernos de Nelly con una mención que lo asombra. Nelly se refiere en ella a un joven de su pueblo. Al parecer, había pegado una foto suya en la página. No está la foto en el cuaderno, pero sí lo que escribió debajo. El Enfermero lo lee con avidez:

 

Este es mi amigo Jack. Prometió que me iba a escribir cartas, desde los puertos a los que llegase, porque nunca se olvidaría de mí. Me acabo de enterar -y estoy muy triste por eso- que Jack murió en el hundimiento de ese enorme trasatlántico del que tanto hablan estos días. Llorando, recorté la foto de uno de los periódicos que lee el señor Fry. Dicen en la noticia que Jack cumplió con su trabajo hasta el último momento. No dejó su puesto de trabajo y siguió enviando mensajes pidiendo auxilio a otros barcos. Era uno de los telegrafistas del Titanic. He rogado a Dios por su alma y me siento desolada. Jack me llevaba tres años. Un día me escribió desde Irlanda. Estoy seguro de que me habría escrito desde New York”.

 

Más adelante, Nelly anota en su diario que ella admiraba a Jack y que los mejores recuerdos de su pueblo están relacionados con él. Habla de la enorme emoción que le produjo encontrar un día, en su casa de Farncombe, una carta en la que Jack le envió, con una bella dedicatoria, el menú de primera clase de un barco en el que trabajaba en esa época. Lo copia:

 

Pavo asado con salsa de arándanos y arroz hervido. Prime rib roast con papas al horno con crema y ensalada de berros. Postres: gelatina de champaña, pastel de helado vienés, nueces variadas, fruta fresca, queso y galletas. Café”.

 

Inglesa al fin, Nelly apunta que echa de menos el cordero a la menta y que le intriga eso de “Prime Rib Roast”. Anota debajo: “Debo preguntarle al señor Fry”.

 

Por momentos, la cocina le hace olvidar a Nelly la triste imagen de su amigo Jack, a quien un día, por su cumpleaños, le hizo un “fool de ruibarbo” que le encantó. Cierra la entrada de su diario así: “Hoy haré “fool de ruibarbo” en su memoria.

 

El Enfermero no sale todavía de su sorpresa y se queda pensando en la radio sin respuesta del Titanic, con la íngrima voz de Jack como grito final de la tragedia.

NELLY Y UN AMANTE DE LA COCINA FRANCESA

 

Roger Fry. Autorretrato


Después de leer las páginas que Gerald Brenan dedica a Roger Fry en sus memorias, el Enfermero entendió mejor la admiración que por él sintieron dos mujeres muy distintas: Virginia Woolf y Nelly Boxall. La primera, poco dada a la escritura de biografías, hizo la de su amigo Roger, con la sobriedad que le era propia, ceñida a los aspectos más resaltantes de la actividad artística e intelectual del biografiado. Nelly, quien fue cocinera de Fry desde 1912 hasta 1916, anotó en “su” diario algunos detalles que permiten confirmar los rasgos más resaltantes que tanto Brenan como Virginia destacan en el gran artista y crítico de arte de Bloomsbury: su enorme cultura, su inteligencia, su buena fe y su afectuoso trato. A propósito de esto último, Brenan refiere algo que al Enfermero le recuerda lo que Borges dijo de Macedonio Fernández, cuando comentó sus dotes de amable y cortés conversador. De Fry dijo Brenan esta maravilla:

Su don especial era conseguir que la gente hablara mejor que de ordinario. Toda idea nueva le interesaba, trataba a todo el mundo como si tuvieran su misma inteligencia y podía tomar una observación casual hecha en el curso de la conversación y desarrollarla de manera que pareciese más interesante de lo que realmente era”. 

Además de devoto del arte, ese estupendo señor fue amante de la cocina francesa y procuró que Nelly compartiera con él sus gustos  culinarios. Bien sabemos que los Woolf, años más tarde, inscribirían a Nelly en un curso con el chef francés Marcel Boulestin, pero lo cierto es que fue Roger Fry el primero en mostrarle las excelencias de esa ilustre gastronomía. De allí, esta nota que el Enfermero “encontró” en el diario de Nelly:

Durbins, hoy. Estoy feliz. La comida para Duncan Grant y los marchantes amigos del señor Fry fue todo un éxito. Desde hace varios días venía haciendo unas pruebas. La de hoy fue la definitiva y la pasé. Sé que no es exactamente la receta del “boeuf en daube” que me pasó el señor Roger, pero es que siempre se me ocurre alguna cosa distinta. Así, mariné la carne con una mezcla de especias que no estaban en la receta. Le puse jengibre y cardamomo y todo salió bien. Y el postre, no se diga. Era la segunda vez que lo hacía: “tarte tatin”. Oí que el señor les contó a sus invitados el origen de ese postre que a todos les gustó mucho. “Esta comida francesa es en homenaje a Cézanne”, dijo el señor Fry, quien parece que venera a ese pintor. Mañana le pediré que me hable más de los platos franceses. Voy descubriendo que cocinar también es una escuela, no sólo un trabajo. ¿Llegará a ser para mí como una religión?

El Enfermero, por datos que obtuvo de otras lecturas, infiere que esa comida fue muy importante, pues determinó la decisión de Roger Fry de fundar los talleres de diseño Omega, con Duncan Grant y Vanessa Bell, la hermana de Virginia. La comida se dio en 1912. A los meses siguientes ya Omega estaba por abrirse.

Nelly, en su diario, muchos años después, anotó que, al estudiar cocina francesa en el restaurante de Marcel Bouletin, se encontró de nuevo con Roger Fry, no sólo por la gastronomía, sino también por  la decoración. En las paredes, en los manteles y en los platos estaba la huella del diseño. Todo era Omega. Es decir, todo era Fry. Y Durbins, desde luego. 

martes, 4 de febrero de 2020

El lector iluminado


 George Steiner

Cuando ayer puse su nombre y el título de un libro suyo en la breve bibliografía de un taller literario que pronto ofreceré, pensé en que su presencia habitual en mis trabajos de este tipo ha sido imprescindible. Nunca falta. Allí estaba su nombre, junto a Borges, Paz y Gadamer. No podía faltar tampoco ese título ineludible que nos permite dialogar con tantas voces: La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan.

Hace unos minutos me enteré de que había muerto ayer, en su casa, en Cambridge, Inglaterra. Este año habría cumplido 91. Hablo, por supuesto, de George Steiner, a quien tuve y tendré como uno de mis guías más queridos. Entre todos los autores de eso que llaman “literatura comparada”, era para mí el único entrañable. Lo sentía –y siento- mucho menos “scholar” que creador y mucho más memorioso que erudito. Sus reveladoras páginas autobiográficas –como lo recordará mi amigo el Turco Najul- nos acompañaron en los primeros talleres para docentes en aquella aventura académica (si el oxímoron es posible) que ambos tuvimos en San Felipe hace poco más de dos décadas. La poesía memorizada y la cultura respirable y viva, estaban en sus páginas leídas siempre con asombro y fervor. No sólo nos transmitía un saber. Intentaba contagiarlo. Hoy busco una vieja nota acerca del lector y la lectura, para iniciar el pequeño homenaje doméstico a Steiner y volver a sus libros, que ocupan uno de los estantes más amados de esta comarca de fantasmas. La comparto.

Desde muy temprano creo haber estado dialogando con un ensayo fascinante de George Steiner. Entre un párrafo y otro, la memoria me ha traído imágenes de viejas lecturas, mejor dicho, de diversos momentos de lectura, incluidos algunos que creo no haber recordado antes… A falta de cálamo, con un bolígrafo fui dando cuenta de esas asociaciones imprevistas. Así como el loco, “el lector no tiene hora fija” y me vi leyendo en madrugadas, tardes y nochecitas, con libros abiertos y otros por abrir, sobre la mesa o en la cama, y también, en la carretera o en el aire… y en las salas de algunas bibliotecas públicas, especialmente de la “Pío Tamayo” de Barquisimeto, cuando quedaba en la calle 26…

Steiner, en su iluminadora y perspicaz reflexión acerca del lector clásico (a propósito del magistral cuadro de Chardin, en el que un filósofo elegantemente vestido está leyendo) recusa sin contemplación alguna a nuestra época, porque sus burdos y mecánicos sistemas educativos, han atrofiado la lectura: “Ya no aprendemos de memoria. Nuestros espacios interiores han enmudecido o están obstruidos por estridentes trivialidades”.

No podemos pasar por alto lo de la “estridencia”. Es clave, porque con ella viene lo peor de la barbarie advertida por Steiner: “No hay silencio posible” (por decirlo con un título del poeta Efraín Cuevas), y si lo hay, es también una especie en extinción.

Steiner nos recuerda que, tanto para la lectura como para la memoria, es imprescindible el silencio… Hagamos, por favor, el que todavía pueda hacerse…

Que en paz descanse Georges Steiner, lector iluminado.