domingo, 24 de noviembre de 2019

El novelista presidente


                                                                                                                     Rómulo Gallegos

El novelista, en su casa particular de Los Palos Grandes acaba de recibir la noticia de que el Palacio de Miraflores ha sido ocupado por fuerzas militares comandadas por el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez y de que en pocos minutos vendrán por él para apresarlo. Es el 24 de noviembre de 1948. Ya todos sus ministros han sido detenidos, salvo uno, el de Defensa, quien, además de un golpe, ha perpetrado una traición personal. Presidirá la Junta Militar que acaba de derrocar a su maestro y protector. “Traidor pasivo”, dicen que lo llamó el novelista, aludiendo a que su dilecto pupilo parece que hizo lo posible por evitar el nefasto desenlace y, desde luego, intentando una inútil explicación para que su querido Carlos no quedase tan mal parado ante la historia. Lo cierto es que dentro de pocos días, el novelista, gallardo y digno como presidente, saldrá al destierro. En una carta a Alberto Ravell, dirá:

“Se me hizo pasar por la plaza de El Silencio –del silencio y de la soledad de esa tarde-, tal vez para que recordara aquello de ‘así pasan las glorias del mundo’. La atravesé en la mejor compañía: la de mí mismo, sin amarguras de tiempo perdido… Días después, un querido amigo mío terminaba su vida murmurando: ‘¡Lo dejaron solo, lo dejaron solo!”.

Aunque muchas veces esté sola, la fuerza moral de Rómulo Gallegos permanece. Hoy la recordamos de nuevo.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Un jinete solitario

El hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford. Ramson Stoddard (James Stewart) enfrenta en duelo a Liberty Valance (Lee Marvin)

El siniestro personaje le había dicho a la Esfinge de la Sabana que si ella quería convencerse de que él no le tenía miedo a otro hombre, bastaba con que le dijera: “Tráigamelo, vivo o muerto”. A los pocos días, la Dañera le hizo el ominoso encargo, sin saber, en verdad, a cuál de los dos quería fuera de este mundo. Lo cierto es que sus designios fueron tan impenetrables que ni ella misma pudo descifrarlos. Así lo afirma el autor de las páginas que tengo frente a mí.

Malicioso, nuestro amable personaje, posible víctima de la celada, se adelantó a la hora de la cita. No quería dejar que la noche lo sorprendiera. Al aproximarse al sitio divisó a un jinete solitario. Creyó que se trataba del peligroso asesino y se dijo: “Se me adelantó”. Cuando estuvo más cerca, el “muchacho de la película” se percató de que el jinete solitario era uno de sus peones más leales, quien había ido a protegerlo. Cayó la noche y se emboscaron en un lugar que les permitía observar con precisión la aparición del hosco enviado de la Dueña.

Cuando la noche se hizo “unánime”, como diría Borges, apareció la silueta inconfundible del hombre más malo de la literatura venezolana, experto en trasnochar caballos y bueno para las puñaladas. Venía, como siempre, en calmo y calculado trote. Al saberlo solo, nuestro héroe, civilizado y faculto, se sintió mal. “Yo estoy acompañado y él llegó solo”, se dijo, molesto consigo mismo. Peor se sintió, cuando, después de un rato, ya más cerca, oyó estas palabras que, él, recto hombre de leyes debió sentir acusatorias: “¿Luego a mí me han mandado para que usted y su gente me maten como a un perro? Si es así salgan de eso de una vez”.

El autor puso fin al drama al referir dos cosas: el sonido de unos disparos simultáneos y que el torvo criminal se desplomó sobre el cuello de su bestia. Tras algunas dudas, más adelante será aclarada la procedencia de la bala mortal.

Los duelistas llegarán juntos a la casa de la Esfinge. El muerto habrá cumplido “dignamente”: le llevó el hombre que ella quería. Y se lo llevó vivo.
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Más tarde me tocará ver en el cine una escena parecida. Me refiero al momento en que Liberty Valance, malvado integral, se enfrentó en duelo al abogado que buscaba la paz, en Shinbone, pueblo del lejano oeste. Una tercera bala también dio cuenta del malo, encarnado esa vez por Lee Marvin.

Creo que el autor de la novela que ahora releo con enorme gusto, se le adelantó poco más de tres décadas a John Ford, para estampar, entre otras, esta magnífica escena cinematográfica. No en balde, nuestro gran novelista fue también hombre de cine.

Quizá no está de más decir que he glosado la muerte de Melquíades Gamarra, El Brujeador, asesino predilecto de Doña Bárbara.

Gracias, Gallegos, por no dejar nunca de asombrarnos.