El
hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford. Ramson Stoddard
(James Stewart) enfrenta en duelo a Liberty Valance (Lee Marvin)
El
siniestro personaje le había dicho a la Esfinge de la Sabana que si
ella quería convencerse de que él no le tenía miedo a otro hombre,
bastaba con que le dijera: “Tráigamelo, vivo o muerto”. A los pocos
días, la Dañera le hizo el ominoso encargo, sin saber, en verdad, a cuál
de los dos quería fuera de este mundo. Lo cierto es que sus designios
fueron tan impenetrables que ni ella misma pudo descifrarlos. Así lo afirma el autor de las páginas que tengo frente a mí.
Malicioso, nuestro amable personaje, posible víctima de la celada, se adelantó a la hora de la cita. No quería dejar que la noche lo sorprendiera. Al aproximarse al sitio divisó a un jinete solitario. Creyó que se trataba del peligroso asesino y se dijo: “Se me adelantó”. Cuando estuvo más cerca, el “muchacho de la película” se percató de que el jinete solitario era uno de sus peones más leales, quien había ido a protegerlo. Cayó la noche y se emboscaron en un lugar que les permitía observar con precisión la aparición del hosco enviado de la Dueña.
Cuando la noche se hizo “unánime”, como diría Borges, apareció la silueta inconfundible del hombre más malo de la literatura venezolana, experto en trasnochar caballos y bueno para las puñaladas. Venía, como siempre, en calmo y calculado trote. Al saberlo solo, nuestro héroe, civilizado y faculto, se sintió mal. “Yo estoy acompañado y él llegó solo”, se dijo, molesto consigo mismo. Peor se sintió, cuando, después de un rato, ya más cerca, oyó estas palabras que, él, recto hombre de leyes debió sentir acusatorias: “¿Luego a mí me han mandado para que usted y su gente me maten como a un perro? Si es así salgan de eso de una vez”.
El autor puso fin al drama al referir dos cosas: el sonido de unos disparos simultáneos y que el torvo criminal se desplomó sobre el cuello de su bestia. Tras algunas dudas, más adelante será aclarada la procedencia de la bala mortal.
Los duelistas llegarán juntos a la casa de la Esfinge. El muerto habrá cumplido “dignamente”: le llevó el hombre que ella quería. Y se lo llevó vivo.
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Malicioso, nuestro amable personaje, posible víctima de la celada, se adelantó a la hora de la cita. No quería dejar que la noche lo sorprendiera. Al aproximarse al sitio divisó a un jinete solitario. Creyó que se trataba del peligroso asesino y se dijo: “Se me adelantó”. Cuando estuvo más cerca, el “muchacho de la película” se percató de que el jinete solitario era uno de sus peones más leales, quien había ido a protegerlo. Cayó la noche y se emboscaron en un lugar que les permitía observar con precisión la aparición del hosco enviado de la Dueña.
Cuando la noche se hizo “unánime”, como diría Borges, apareció la silueta inconfundible del hombre más malo de la literatura venezolana, experto en trasnochar caballos y bueno para las puñaladas. Venía, como siempre, en calmo y calculado trote. Al saberlo solo, nuestro héroe, civilizado y faculto, se sintió mal. “Yo estoy acompañado y él llegó solo”, se dijo, molesto consigo mismo. Peor se sintió, cuando, después de un rato, ya más cerca, oyó estas palabras que, él, recto hombre de leyes debió sentir acusatorias: “¿Luego a mí me han mandado para que usted y su gente me maten como a un perro? Si es así salgan de eso de una vez”.
El autor puso fin al drama al referir dos cosas: el sonido de unos disparos simultáneos y que el torvo criminal se desplomó sobre el cuello de su bestia. Tras algunas dudas, más adelante será aclarada la procedencia de la bala mortal.
Los duelistas llegarán juntos a la casa de la Esfinge. El muerto habrá cumplido “dignamente”: le llevó el hombre que ella quería. Y se lo llevó vivo.
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Más tarde me tocará ver en el cine una escena parecida. Me refiero al
momento en que Liberty Valance, malvado integral, se enfrentó en duelo
al abogado que buscaba la paz, en Shinbone, pueblo del lejano oeste. Una
tercera bala también dio cuenta del malo, encarnado esa vez por Lee
Marvin.
Creo que el autor de la novela que ahora releo con enorme gusto, se le adelantó poco más de tres décadas a John Ford, para estampar, entre otras, esta magnífica escena cinematográfica. No en balde, nuestro gran novelista fue también hombre de cine.
Quizá no está de más decir que he glosado la muerte de Melquíades Gamarra, El Brujeador, asesino predilecto de Doña Bárbara.
Gracias, Gallegos, por no dejar nunca de asombrarnos.
Creo que el autor de la novela que ahora releo con enorme gusto, se le adelantó poco más de tres décadas a John Ford, para estampar, entre otras, esta magnífica escena cinematográfica. No en balde, nuestro gran novelista fue también hombre de cine.
Quizá no está de más decir que he glosado la muerte de Melquíades Gamarra, El Brujeador, asesino predilecto de Doña Bárbara.
Gracias, Gallegos, por no dejar nunca de asombrarnos.
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