miércoles, 26 de agosto de 2015

El compositor del "Borges"

Daniel Martino y Adolfo Bioy Casares. Foto tomada de la Revista Ñ. Clarín

Nadie lo vio llegar al homenaje unánime, pero muy pocos ignoran ahora su importancia, aunque todavía siga siendo un nombre en las pequeñas letras del libro grande. Ni el autor, ni su vocero, ordenaron la obra. El material, que estaba ahí, en el diario de Bioy, esperaba por alguien que le diese forma. Dársela era otro modo de crearlo. En todo caso: de componerlo. El compositor se llama Daniel Martino.  

Un día me dijo Romano, en La Biela, frente al gomero, que Martino “sabía de todo y lo había leído todo”. Con seguridad, nada de lo escrito por Bioy Casares le es ajeno. Es su albacea literario y fue su aistente desde 1985. ¿Quién si no él podría componer el Borges, ese libro descomunal, en más de un sentido. Tan inmenso, que requiere de atril para su lectura, y tan raro, porque uno sabe si es la novela Borges de Bioy o el diario de Borges llevado por su amigo. Son 1600 páginas de las que no queremos despegarnos, aunque nos querellemos con algunas. Por cierto, Martino anunció una nueva edición corregida. ¡Y aumentada! 

Tal vez con Borges se inicia un nuevo género. Lo cierto es que no pertenece a ninguno de los conocidos. Decir que es una selección del diario personal de Bioy Casares es decir sólo una parte de la curiosa verdad que atesora. Conozco a alguien que tiene un extenso repertorio de chistes “borgeanos” sacados de ese libro. Oírlo divierte, pero también puede llegar a confundir, porque sus comentarios son apenas una añagaza para invitar a las páginas del “monstruo”, que, desde luego, contienen mucho más que un campo minado de burlas (y de veras). Cuentan que Sergio Pitol y Carlos Monsiváis, cuando lo estaban leyendo, se llamaban todas las mañanas para comentarse con fruición lo que habían encontrado en su lectura. No es nada difícil imaginarnos ese deleite compartido de los mexicanos. A todos nos pasa. Recuerdo lo mucho que celebré con un amigo la presencia de la señora Bibiloni como personaje de ficción en Borges, sobre todo, cuando dijo un día que ella “no era una persona frívola”, porque “lo único que le interesaba era el dinero”. O la imagen de Borges, cegato, moviendo una taza de café frente a la elegante Emita Risso Platero, quien, con traje de diseño, y temblando, le dijo: “Georgie, una sola gota de café sobre Marcel Rochas y te mato”. En fin… otras añagazas, sin olvidar aquellas muy útiles para estudiosos de la cultura, como las que encontró Horacio González, actual director de la Biblioteca Nacional de Argentina y que le han servido como valiosos testimonios para entender la historia de la institución que preside...
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Esta mañana recordé a Daniel Martino no sé por qué. Lo cierto es que busqué la reedición borgeana de Biblioteca Ayacucho (2005) para leer algunas de sus estupendas notas sobre los cuentos allí incluidos. Fui directo a las de Las ruinas circulares (de allí la primera frase de esta anotación) y encontré que para Martino la frase “el hombre taciturno que venía del Sur” es una alusión a un poema de Carlos Mastronardi. El poema es “Últimas tardes” y tiene este verso: “La alta mujer dolorosa/ venía del sur y estaba muerta”. Martino, acucioso, no se limita al vocativo. Da el nombre de la mujer y otro detalle. Era la escritora María de Villarino, que vivía en el sur (La Plata) y “de quien Mastronardi estaba enamorado”.

Curioso: también Mastronardi compuso un Borges. Lo hizo con apuntes tomados de las conversaciones que tuvo con su gran amigo.  

Nada, que Borges dio para todos. Y sigue dando.
 

lunes, 24 de agosto de 2015

La belleza



24-08-15: Dos vueltas al parque. Prendido en su rama, ministrar puede la copa Su Ilustrísima.
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“Le pregunté un día a mi padre –yo era muy pequeña- qué era la belleza, y él quedó en contestarme el siguiente fin de semana. Esperé ese día con verdadera ansiedad. Cuando llegó a casa me dio un libro pequeño, que aún conservo, lo abrí y vi una estatua. Me dijo que era La Victoria de Samotracia y que eso era la belleza. Yo, un poco desilusionada, le dije que no tenía cabeza Mi padre me preguntó con infinita paciencia que quién me había dicho que la belleza es una cabeza; me pidió que mirara los pliegues de la túnica, agitados por la brisa del mar: detener ese movimiento para la eternidad es la belleza”. 

Muchos años después, en la escalinata del Louvre, cuando ella contempló por vez primera La Victoria de Samotracia, fue como oír de nuevo la voz de su padre y lloró. De pronto sintió que la mano de su pareja le apretaba el brazo. Volvió la cabeza y lo miró. Lloraba.

Ella es María Kodama y él está hoy de cumpleaños.