Daniel Martino y Adolfo Bioy Casares. Foto tomada de la Revista Ñ. Clarín
Nadie lo vio llegar al homenaje unánime, pero
muy pocos ignoran ahora su importancia, aunque todavía siga siendo un nombre en
las pequeñas letras del libro grande. Ni el autor, ni su vocero, ordenaron la
obra. El material, que estaba ahí, en el diario de Bioy, esperaba por alguien
que le diese forma. Dársela era otro modo de crearlo. En todo caso: de
componerlo. El compositor se llama Daniel Martino.
Un día me dijo Romano, en La Biela, frente al
gomero, que Martino “sabía de todo y lo había leído todo”. Con seguridad, nada
de lo escrito por Bioy Casares le es ajeno. Es su albacea literario y fue su
aistente desde 1985. ¿Quién si no él podría componer el Borges, ese libro
descomunal, en más de un sentido. Tan inmenso, que requiere de atril para su
lectura, y tan raro, porque uno sabe si es la novela Borges de Bioy o el
diario de Borges llevado por su amigo. Son 1600 páginas de las que no queremos
despegarnos, aunque nos querellemos con algunas. Por cierto, Martino anunció
una nueva edición corregida. ¡Y aumentada!
Tal vez con Borges se inicia un nuevo género. Lo
cierto es que no pertenece a ninguno de los conocidos. Decir que es una selección
del diario personal de Bioy Casares es decir sólo una parte de la curiosa
verdad que atesora. Conozco a alguien que tiene un extenso repertorio de
chistes “borgeanos” sacados de ese libro. Oírlo divierte, pero también puede
llegar a confundir, porque sus comentarios son apenas una añagaza para invitar
a las páginas del “monstruo”, que, desde luego, contienen mucho más que un
campo minado de burlas (y de veras). Cuentan que Sergio Pitol y Carlos
Monsiváis, cuando lo estaban leyendo, se llamaban todas las mañanas para
comentarse con fruición lo que habían encontrado en su lectura. No es nada
difícil imaginarnos ese deleite compartido de los mexicanos. A todos nos pasa.
Recuerdo lo mucho que celebré con un amigo la presencia de la señora Bibiloni
como personaje de ficción en Borges, sobre todo, cuando dijo un
día que ella “no era una persona frívola”, porque “lo único que le interesaba
era el dinero”. O la imagen de Borges, cegato, moviendo una taza de café frente
a la elegante Emita Risso Platero, quien, con traje de diseño, y temblando, le
dijo: “Georgie, una sola gota de café sobre Marcel Rochas y te mato”. En fin…
otras añagazas, sin olvidar aquellas muy útiles para estudiosos de la cultura,
como las que encontró Horacio González, actual director de la Biblioteca
Nacional de Argentina y que le han servido como valiosos testimonios para
entender la historia de la institución que preside...
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Esta mañana recordé a Daniel Martino no sé por
qué. Lo cierto es que busqué la reedición borgeana de Biblioteca Ayacucho
(2005) para leer algunas de sus estupendas notas sobre los cuentos allí
incluidos. Fui directo a las de Las ruinas circulares (de allí la
primera frase de esta anotación) y encontré que para Martino la frase “el
hombre taciturno que venía del Sur” es una alusión a un poema de Carlos
Mastronardi. El poema es “Últimas tardes” y tiene este verso: “La alta mujer
dolorosa/ venía del sur y estaba muerta”. Martino, acucioso, no se limita al
vocativo. Da el nombre de la mujer y otro detalle. Era la escritora María de
Villarino, que vivía en el sur (La Plata) y “de quien Mastronardi estaba
enamorado”.
Curioso: también Mastronardi compuso un Borges.
Lo hizo con apuntes tomados de las conversaciones que tuvo con su gran amigo.
Nada, que Borges dio para todos. Y sigue dando.