lunes, 27 de febrero de 2017

Filosofía y carnaval



La enmascarada que baila con Emilio Gauna ( El sueño de los héroes) es Soledad Villamil, la inolvidable abogada de El secreto de sus ojos

Oigo Milonga de Gauna, inspirada en un personaje que Bioy Casares seguramente concibió a la medida de Borges y de su gusto por los cuchillos fatales. Sobre la novela de Bioy, Sergio Renán dirigió la película homónima El sueño de los héroes (1997). Para ella, Jaime Roos escribió la canción que ahora oigo. Dice la letra:

Emilio Gauna
murió en Palermo
en una noche de carnaval,
acuchillado en un mano a mano
que se arrastraba de años atrás. 

Ir en busca de la muerte es una de las normas heroicas apreciadas por los cuchilleros de Borges. Emilio Gauna, tras superar la duda, fue fiel a ese principio del coraje:

En un abra del bosque, rodeado por los muchachos, como por un cerco de perros hostiles, enfrentado por el cuchillo de Valerga, fue feliz Emilio Gauna. 

La historia comenzó en Palermo, a lo largo de tres días y tres noches del carnaval de 1927.

A noventa años de ese llamado, va esta glosa.
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¿Y la filosofía? Está en el título como un recuerdo de otra obra que hoy me acompaña. Corrijo. Es más que un recuerdo. Es una compañía. En uno de sus primeros libros (el segundo, en rigor), Eugenio Trías -que entonces no llegaba todavía a 30 años- exploró la inmensa “población de la máscara” (Rafael Cadenas) que habita en una “persona”: la humana. Proponía la liberación de “los disfraces que reprimimos” en procura de una “dramatización de nuestra vida cotidiana”. Citaba a Nietzsche al inicio del ensayo que da título al libro (Filosofía y carnaval). Con esa cita de Nietzsche me quedo:

Todo espíritu profundo tiene necesidad de una máscara
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P.D: Refiriéndose a El sueño de los héroes, Borges observó que para el tiempo en que ocurre la novela, Saavedra era un barrio más cimarrón. Lo acabo de leer en el monumental “Borges” de Bioy.  Al escribir “Saavedra”, ¿cómo no recordar al Polaco? 
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https://www.youtube.com/watch?v=3chU6o6pKbY


lunes, 20 de febrero de 2017

Sofía, Salcedo y el shibbólet



Shibbolet, obra de Doris Salcedo en la Tate Modern, 2017// Sofía Imber y Doris Salcedo

Cuatro de la mañana. Cierro el libro de Diego Arroyo Gil (La señora Imber. Genio y figura. Planeta, 2016) y siento que he leído una novela. Repaso las imágenes y me quedo, por un momento, con la de los tres viajes semanales, en tren, desde Bruselas a París, para verse con el doctor Daniel Lagache, nada menos que durante cuatro años. Y repito una frase: “angustia de nada”.

Poco después, en un libro de Graciela Speranza (Atlas portátil de América Latina) encuentro a Paul Celan en medio de la grieta que la gran artista colombiana Doris Salcedo abrió en un piso de la Tate Modern, en el 2007. Su obra tiene el mismo nombre de un poema de Celan: Shibbólet. Speranza lo transcribe en la traducción de José Luis Reina, que publicó Trotta en el 99. Leo los primeros versos:

Junto con mis piedras,
crecidas en el llanto
detrás de las rejas,

me arrastraron
al centro del mercado,
allí
donde se despliega la bandera, a la que
no presté juramento

De pronto, el azar concurrente. Cuando estoy revisando otras traducciones del poema de Celan, oigo la noticia de que Sofía Imber ha muerto. Me duele. Desde los remotos años 60, he sentido por ella enorme admiración. Al mismo Diego Arroyo Gil le ha tocado dar la triste noticia. Abro de nuevo su “novela de Sofía” y leo:

Yo quiero que el fuego me acompañe aun en las cenizas.

Repaso otras páginas y me uno al duelo del país. Pongo una foto acá (y en Twitter) y las acompaño con esta frase:

Si pudiera llevarme conmigo los cielos de Caracas o una imagen de la cara de mis hijos
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Vuelvo al poema de Celan y leo:

Pon tu bandera a media asta,
memoria

Y también, estos versos:

Di a voces el shibbólet
En lo extranjero de la patria
Febrero, no pasarán.

El “no pasarán” lo escribió Celan, así, en español, con todas sus resonancias.
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Miro ahora una foto de la grieta de Doris Salcedo en la antigua Sala de Turbinas (Tate Modern Gallery) y pienso en “la oscura aurora gemela” del poema de Celan, que ahora no está solo en Viena y en Madrid, sino también en Caracas, y suena su flauta para despedir a Sofía, “la luminosa”, como la llamó Meneses (y también Carlos Rangel, en su última carta).

Desde hoy, su formidable obra maestra (Museo de Arte Contemporáneo) vuelve a llevar su nombre. Debe sonar así esa espiga ("shibbólet") que todavía nos interpela con su enigma y con su gracia.