viernes, 29 de abril de 2016

La amiga de Milena


Margarete Buber-Neumann
 
Ayer, en Página/12, leí un estupendo artículo del escritor Mario Goloboff. El artículo se titula “Rehenes” y comienza refiriéndose a Víctor Kravchenko, un ruso, “ingeniero comunista, capitán del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial", quien fue uno de los primeros en denunciar las hambrunas que la colectivización forzada impuso en los campos de Rusia, así como la represión que llevó a miles de hombres y mujeres a los llamados "Gulags".
 
Kravchenko -refiere Goloboff- desertó del Partido Comunista y de la Unión Soviética "en abril de 1944, al ser enviado en misión comercial a los Estados Unidos". Poco tiempo después "fue acusado por una revista francesa (Les Lettres Françaises) de trabajar para los intereses del imperialismo y de las agencias norteamericanas de inteligencia". Por esa razón, él se querelló contra la revista acusándola de difamación.  

En ese juicio de Kravchenko hará su aparición una mujer que es el gran personaje del artículo de Goloboff. Se trata de otra “rehén del siglo XX”: la alemana Margarete Buber-Neuman, comunista, prisionera del estalinismo y del nazismo, vale decir, habitante de dos de los grandes infiernos del siglo XX y cuya vida todavía está pidiendo mayores acercamientos, tanto de la literatura como del cine. 

Durante el juicio de Kravchenko, a quien la izquierda europea detestaba, ella compareció como testigo de excepción. La autenticidad de sus dichos fue un factor básico para que el demandante ganara el polémico proceso, así como para problematizar a varios intelectuales que defendían fanáticamente al régimen soviético. Fue el caso de Simone de Beauvoir, conmovida por los testimonios de Margarete.
-- 

Margarete nació en Postdam a comienzos del siglo XX. Su apellido de soltera era Thuring. Obtuvo el Buber, por haberse casado con Rafael Buber, hijo de Martin, el célebre filósofo judío. El Neumann, por su segundo matrimonio. Precisamente, con su esposo Heinz Neumann se exilió en la Unión Soviética, al producirse el ascenso de los nazis al poder.  

Tras su trabajo en la guerra civil española, Neumann fue llamado a Moscú. Allí lo esperaba una de las implacables purgas de Stalin. Fue condenado y ejecutado, sin que Margarete se enterase del trágico destino. Ella, por su parte, había ido a parar a un campo de trabajos forzados en Siberia, donde comenzó el calvario que contaría después en su libro "Prisionera de Stalin y de Hitler".  

En el año 39, en virtud del pacto ruso-alemán (Molotov-von Ribbentrop), Margarete fue entregada por los rusos a la Gestapo. En la Alemania de Hitler pasaría varios años en un campo de concentración. Una vez liberada, en 1945, viajó a Suecia, donde vivió tres años. Más tarde iría a París. En el 49 dio el mencionado apoyo al ruso Víctor Kravchenko. En los cincuenta retornó a Alemania. Falleció en Frankfurt, en 1989, pocos días después de la caída del Muro de Berlín.
-- 

Hay algo muy hermoso que no olvida Goloboff en el artículo: la inmensa fraternidad entre Margarete y Milena Jesenská, la amiga de Kafka. Sobre ella escribió Margarete una biografía. Juntas concibieron un libro acerca de los totalitarismos por ellas sufridos. Se habían conocido en el campo de concentración de Ravensbrück. Allí Milena le habló de Kafka, y de su trabajo de periodista y traductora. Alli Margarete le relató su vida. Hicieron un pacto para la memoria de sus tiempos. Milena Jesenská murió en sus brazos.
-- 

Todorov, en su libro “Memoria del mal, tentación del bien”, dedica un capítulo a Margarete Buber-Neumann (“El siglo de Margarete Buber-Neumann”). En sus páginas hace una estupenda semblanza de la gran alemana. Recuerda cómo en 1945, cuando el Ejército Rojo liberó al gran número de detenidas en Ravensbrück, Margarete (una de las liberadas), que ya los había sufrido, se fue a pie hacia el oeste huyendo de sus “liberadores”. “Tras dos meses errando por una Alemania en ruinas, llegó a la granja de su abuelo (en Baviera). Comenzaba una nueva vida”, dice Todorov.
-- 

Un año antes, Margarete, abatida, se había preguntado: "¿Para qué seguir viviendo si murió Milena?". La respuesta está en los libros de la primera, estimulados por la segunda: para que supiéramos mucho más de Milena y del sentido de la libertad de ambas, capaz de resistir todos los oprobios.
--
 
(El último párrafo del artículo de Mario Goloboff es una piedra de toque. Lo copio: Es interesante ver, a través de tamaña personalidad y de su desgraciado transcurso (la de Margarete Buber-Neumann), alguna de las tramas ideológicas del siglo XX. Porque ésta contribuyó a cimentar la idea, hoy tan difundida y aprobada en Occidente, de que fue marcado por dos totalitarismos que lo signaron de igual modo. Se asienta, efectivamente, en varias pruebas y en hechos sucedidos a lo largo de esos sangrientos años. Pero a la vez oculta o silencia una visión no menos peligrosa, no menos atemorizante: la de un período en el que las fuerzas capitalistas y conservadoras no habrían hecho nada en contra de la humanidad. Calla, como si fuesen fenómenos naturales, el nuevo reparto del mundo colonial, el hambre y la desocupación, las torturas, muertes y matanzas, las feroces dictaduras, la explotación de clases y de poblaciones enteras, el trabajo esclavo, el comercio de órganos, la trata de mujeres, el despojo de la naturaleza, de la tierra y el mar, de los árboles y el aire, la miseria y el atraso de comunidades y de continentes enteros, donde también hubo y hay millones de seres que sufrieron y sufren este ¿cómo llamarlo? totalitarismo silencioso, que nunca dice su verdadero nombre
(Mario Goloboff, Página/12. 28 de abril de 2016).
 
 

domingo, 24 de abril de 2016

Una catedral para el Quijote


Joan Ponç


De que es hermoso el modo como concluye Fernando del Paso su ensayo sobre el “aposento desaparecido”, no tengo dudas. Me refiero a uno de los capítulos de su magnífico libro Viaje alrededor de El Quijote. Pero antes de citarlo, pasemos unos minutos por el aposento.  

El cura acaba de tomar en sus manos un libro de pequeño formato. Por eso mismo, lo cree de poesía y no de andanzas de caballeros. Cuando lo abre ve que es la Diana de Jorge de Montemayor y se dispone a indultarlo, junto con otros del mismo género, porque esos libros “no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho”.  Cuando la sobrina de Quijano oye el dictamen del licenciado Pero Pérez (“que así se llamaba el cura”), se asusta y alega que la Diana también debe ir a la hoguera, no vaya a ser que su tío, curado de la enfermedad caballeresca, se le antoje después por hacerse pastor “y andarse por los bosques y prados, cantando y tañendo”. Y peor todavía, dijo, ominosa, la sobrina: que se haga poeta, que es “enfermedad incurable y pegadiza”. El cura le da la razón y accede a la quema de todas las novelas pastoriles que hay en la biblioteca, pero a la Diana de Montemayor, le cambia la pena: en lugar de lanzar todo el libro a la pira, le quitará las páginas que tratan de la sabia Felicia y del agua encantada y “casi todos los versos mayores”. Me alivia imaginar que la sextina doble de la Diana va a ser favorecida con el “casi”.   

Entre los libros pastoriles (estoy viéndolos) hay uno que bien conoce el barbero: La Galatea de Miguel de Cervantes, gran amigo suyo, “más versado en desdichas que en versos”. No lo eximen del auto fe, pero deciden esperar por una segunda parte que el autor ha prometido. Tal vez con ella logre merecer misericordia. Entre tanto, el barbero guardará el libro en su posada. Por manía de lector, me complace que –por ahora- también se está salvando una sextina, cuyas seis palabras-rima integran tres parejas de opuestos: “noche, día; llanto, risa; muerte, vida”. 

Salgamos del aposento y recordemos. Concluida como fue la chamusquina, cura y barbero recomendaron tapiar el cuarto. Y así se hizo  Cuando dos días después Don Quijote se levantó y fue a ver sus libros”, se sintió perdido en la casa. No estaba el aposento en su sitio. La imagen del hidalgo tocando mecánicamente la pared en el lugar donde suponía la puerta de la biblioteca, no sólo es cruel. Vale oro cinematográfico.  

Vino un encantador sobre una nube”, relató al tío la sobrina, “entró en el aposento… salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libros ni aposento alguno… dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento dejaba el daño… Dijo también que se llamada Muñatón”.  

Frestón diría”, corrigió Don Quijote. “Me tiene ojeriza”.
-- 

Fernando del Paso se divierte con lo que parece una inconsistencia de Cervantes en las páginas que dedicó al aposento desaparecido. Cuando ya está uno a punto de recriminarle por qué se dedica a cazar esas goteras de lector realista, a quien no le cuadran ni el muro en la puerta, ni la ventana, ni tanto despiste, viene y dice (esta sí es la cita anunciada al comienza): 

De todos modos, de nada sirvió tapiar la puerta del aposento, porque para Don Quijote había otras puertas por donde entrar y salir. 
 (…)  

Mi señor Don Quijote… usted no tiene ni idea de lo que es un aposento que tiene un piso, un techo, y una o dos, o tres, o cuatro paredes que comparte con otros aposentos. De albañilería, mi señor, no sabe usted un ardite. Pero no se preocupe: don Miguel de Cervantes construyó, para usted, y para que la habite hasta el fin de los siglos, una catedral”.

Y uno no tiene más que decir "chapeau".
-- 
 
(La primera edición de Viaje alrededor de El Quijote de Fernando del Paso fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2004. Hoy, doce años después, el mexicano recibe el Premio Cervantes).
 
 

sábado, 23 de abril de 2016

Para seguirle el paso a don Fernando


 
Yo soy María Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y de América. Yo soy María Carlota Amelia, prima de la Reina Victoria de Inglaterra, Gran Maestre de la Cruz de San Carlos y Virreina de las provincias del Lombardovéneto acogidas por la piedad y la clemencia austriacas bajo las alas del águila bicéfala de la Casa de Habsburgo. Yo soy María Carlota Amelia Victoria, hija de Leopoldo Príncipe de Sajonia-Coburgo y Rey de Bélgica, a quien llamaban el Néstor de los Gobernantes y que me sentaba en sus piernas, acariciaba mis cabellos castaños y me decía que yo era la pequeña sílfide del palacio de Laeken. Yo soy María Carlota Amelia Clementina, hija de Luisa María de Orleáns, la reina santa de los ojos azules y la nariz borbona que murió de consunción y de tristeza por el exilio y la muerte de Luis Felipe, mi abuelo, que cuando todavía era Rey de Francia me llenaba el regazo de castañas y la cara de besos en los jardines de la Tullerías. Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, sobrina del Príncipe Joinville y prima del Conde de París, hermana del Duque de Brabante que fue Rey de Bélgica y conquistador del Congo y hermana del Conde de Flandes, en cuyos brazos aprendí a bailar, cuando tenía diez años, a la sombra de los espinos en flor. Yo soy Carlota Amelia, mujer de Fernando Maximiliano José, Archiduque de Austria, Príncipe de Hungría y de Bohemia, Conde de Habsburgo, Príncipe de Lorena, Emperador de México y Rey del mundo, que nació en el Palacio de Schönbrunn y fue el primer descendiente de los Reyes Católicos Fernando e Isabel que cruzó el mar océano y pisó las tierras de América, y que mandó construir para mí a la orilla del Adriático un palacio blanco que miraba al mar y otro día me llevó a México a vivir a un castillo gris que miraba al valle y a los volcanes cubiertos de nieve, y que una mañana de junio de hace muchos años murió fusilado en la ciudad de Querétaro. Yo soy Carlota Amelia, Regente de Anáhuac, Reina de Nicaragua, Baronesa del Mato Grosso, Princesa de Chichén Itza. Yo soy Carlota Amelia de Bélgica, Emperatriz de México y de América: Tengo ochenta y seis años de edad y sesenta de beber, loca de sed, en las fuentes de Roma.// Hoy ha venido el mensajero a traerme noticias del imperio…” 

Hace apenas unas horas, el autor de esas líneas recibió de manos de un pariente de Carlota, el Premio Cervantes.

viernes, 22 de abril de 2016

Una escena cervantina


Encuentro de Sancho con Ricote

De cómo en una escena cervantina, se aplaca, sin violencia alguna, la guerra civil de los nacidos 

Venía Sancho “entre alegre y triste, caminando sobre el rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo”.  

Muy pronto, el sorpresivo encuentro con Ricote, el morisco expulsado que volvió a su patria a todo riesgo, en busca de un tesoro.  

Pudo ser delatado por el cristiano Sancho, pero se interpuso la nobleza. A veces, puede más la amistad que el atavismo o las salvajes diferencias.  

Por eso, el sabroso convite, pleno de vino y de caviar, que ambos compartieron en un amable lugar cercano a Barataria.

Eso fue todo.

miércoles, 20 de abril de 2016

Furtivo y gris


Borges, noviembre de 1983, en su casa en Buenos Aires. Foto de Raúl Manrique

Seis de la mañana. Lo que se anunciaba anoche como una fuerte lluvia, no lo fue tanto. Llovió, pero mucho menos de lo que parecía. Creo que todos deseábamos más agua. Sigue nublado.
-- 

Para la clase de hoy, Borges de nuevo.
-- 

En El País acabo de ver una foto en la que está Borges con una máscara de lobo, de traje y corbata, sentado en un sofá. Es espantosa la máscara. La nota del diario, explica el porqué de esa foto y esa máscara:  

Jorge Luis Borges se enteró del regreso de la democracia a Argentina cuando tenía puesta una máscara de lobo. Estaba en medio de una fiesta de halloween en Estados Unidos, donde acababa de impartir un curso, y uno de sus alumnos se le acercó al oído para decirle: 

—Maestro, Raúl Alfonsín ha ganado las elecciones en su país. 

Era el otoño de 1983, Borges ya era el escritor argentino más conocido a nivel mundial, y entre la algarabía nocturna de un grupo de jóvenes de simulado aspecto terrorífico, el reciente triunfo de Alfonsín le pareció “sorprendente y esperanzador.” 

Días después, ya de vuelta en Buenos Aires, recibió en su casa a un joven amigo. “Fue tan raro haberme enterado de la buena nueva así, con esa máscara puesta”, le contó al chico de 16 años, que había fundado un “Círculo Borgiano” en su colegio. Entonces le pidió a su asistenta que le trajera aquel gesto feroz y tieso de plástico y, en un instante, volvió a disfrazarse de animal salvaje. “Qué olor tan tremendo a goma”, dijo el lobo Borges, con la corbata desaliñada, sentado en el sofá de su salón, haciendo una garra con la mano derecha y sosteniendo el bastón con la izquierda, mientras le hacían una foto en blanco y negro. 

El retrato puede verse a partir del 22 de abril, y hasta el 22 de mayo, en la Casa de América en Madrid, dentro de la exposición El infinito Borges, montada por Raúl Manrique y Claudio Pérez, creadores del Museo del Escritor, a propósito del 30 aniversario de la muerte del autor de El Aleph, ocurrida el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza). La muestra incluye más de 300 publicaciones, objetos personales, primeras ediciones, fotografías, dibujos, correspondencia y grabaciones sonoras del escritor argentino”.
 
(Nota de Víctor Núñez Jaime, El País, 20 de abril de 2016)
--

De los poemas que me gustaba leer en voz alta, anoche no puse ninguno. Ha querido el azar (concurrente, por supuesto) que esta mañana, por la lupina foto de Borges, haya recordado uno de los que más me gustaba de su libro Los conjurados. Con un amigo, excelente actor venezolano fallecido en la plenitud de su carrera artística, pasamos una tarde diciendo y comentando ese poema. Concluimos que Borges era el lobo: 

UN LOBO 

Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Es el último lobo de Inglaterra.
Odín y Thor lo saben. En su alta
casa de piedra un rey ha decidido
acabar con los lobos. Ya forjado
ha sido el fuerte hierro de tu muerte.
Lobo sajón, has engendrado en vano.
No basta ser cruel. Eres el último.
Mil años pasarán y un hombre viejo
te soñará en América. De nada
puede servirte ese futuro sueño.
Hoy te cercan los hombres que siguieron
por la selva los rastros que dejaste,
furtivo y gris en la penumbra última.
-- 

Cada vez que lo leo, oigo la voz de Mariano Álvarez, quien en las tablas domésticas también fue un adorable experto en lobos.

martes, 19 de abril de 2016

El mundo iluminado, y yo despierta

De cocinera. Óleo de Efrén Ordóñez
 
Seis de la mañana. No hay brisa en el valle del Turbio. Sigue cubierto por la calina.
-- 

En la página, una intelectual y sus Enigmas. En 1968 fueron encontrados por Antonio Alatorre, quien preparó una estupenda edición con los veinte enigmas, que, al parecer, ella escribió antes de dar por concluida su soberbia trayectoria literaria.  

Los enigmas no están resueltos, dijo Alatorre, y le propuso a los poetas mexicanos que procuraran descifrarlos.  

Gabriel Zaid, quien relata el hecho, al aceptar la invitación del erudito, ensayó la solución del cuarto enigma: 

¿Cuál es la sirena atroz
que en dulces ecos veloces
muestra el seguro en sus voces,
guarda el peligro en su voz?  

Concluye Zaid que la respuesta es la fama. Pero como no se trata de una adivinanza, el arcano permanece inalterable para que otros intenten descifrarlo.  

Asimismo, el mayor de los enigmas sigue en pie y ha vuelto a escribir esta frase: 

El mundo iluminado, y yo despierta
 
Es una jerónima tan inteligente como hermosa. Bien sabemos todos que se llama Sor Juana Inés de la Cruz, poeta, filósofa, mexicana y cocinera.  

Ella es el enigma y nos despierta.

domingo, 17 de abril de 2016

La biblioteca


Instalación. Laberinto de libros en el Royal Festival Hall, de Londres, julio 2012.
Foto: Olivia Harris. Reuters
 
Para algunos es el universo, como dijo Borges al comienzo de uno de sus cuentos. En otra ocasión, al concebir el paraíso se lo figuró bajo su forma. Durante varios años, y ya ciego, dirigió en su patria la que fundó Moreno.  

Hace poco Horacio González, hablando de la misma (que también dirigió admirablemente), la comparó con una ciudad. Sin decirlo, estaba citando a Borges (“De esta ciudad de libros hizo dueños/ a unos ojos sin luz”).  

“Comarca de fantasmas”, llamó Picón Salas a la suya, merideña.
-- 

Aunque sean pequeñas, siempre son casas. Algunas van creciendo hasta desbordar la heredad que las alberga.
--

Esta noche, el poema elegido se refiere a una de ellas.  

Desde ayer anda rondando esa familia. Ayer fue el tío (Gil-Albert), con los carteros. Hoy es el sobrino, con la biblioteca. 

La biblioteca  

Esta es la vieja biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron las sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completa,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más
blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
los “Nueve años de vida errante” de Cabeza de Vaca,
el “Fuero Juzgo”.
Y los transporto del estante de la derecha al de la
izquierda,
del de la izquierda al de la derecha. 

(César Simón. Valencia, España. 1932-1997)

Cósima Wagner y el cartero


Vermeer
 
 
Tal vez Pedro Salinas nunca imaginó que el mundo sin cartas, que él situaba en los avernos, no tardaría medio siglo en arropar el planeta. En su hermoso ensayo en defensa de “la carta misiva y la correspondencia epistolar” se preguntó famosamente:  

“¿Porque ustedes son capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras almas terceras que las lleven de aquéllas a éstas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros?” 

Es justo por las “almas terceras” que recordé el elogio de Salinas a esa escritura aparecida hace más de cuatro mil años como “carta de amor” en Babilonia, según refiere el propio autor de “La voz a ti debida”.  Sí, lo recordé por los carteros, un oficio que se extingue. O mejor: que casi se extinguió.  

El poema de esta noche, que me gustaba decir en voz alta en los 80 (en especial, por su última estrofa) es un precioso homenaje al noble oficio. Lo escribió un viejo poeta de Alcoy: Juan Gil-Albert. 

Sin más:

LOS CARTEROS 

Si un cargamento fuese cosa viva.
Si la palabra escrita trascendiera
del papel que la seca y la defiende
de su luz conceptual;
si cada pliego lleno de expresiones
particulares, tristes, entusiastas,
pesara enoro fino lo que vale
cada impulso allí impreso, ¿es que podría
cruzar con su costal indiferente
las calles y dejar en mano ajena
un hombre como tantos nuestra dicha
o esa fulminación inverosímil
que un rectángulo puede provocarnos
cual polvorín silente?
¿Podría soportar tanto albedrío
un hombre solo, un alguien indefenso
que no recela nada de la suerte
que va sembrando?
No. Y en cambio lleva
lo que todos esperan en su día
recordar o borrar tardíamente:
una noticia escueta, una palabra.
Algo que si leyera equivocado
nuestro vecino apenas rozaría
su humanidad un aire de extrañeza.
Pero que para mí tiene un sentido
de inexorable. 

Llegan como en vuelo
de una diversidad de lejanías
y van a dar cual leves voluntades
a ese usado bolsón que en bandolera
lleva sobre su espalda misteriosa
un intruso inocente.
Paso a paso
distribuye este hombre entretenido
las nuevas que banales o apremiosas
le han sido confiadas.

Pero un día
deposita ese sobre que contiene
con fiero laconismo el gran suceso
de una generación. Alguien descifra:
-una mujer velada y temblorosa-
“Ariadna, te amo”. Y es que Nietzsche
acaba de sumir su genio augusto
en la locura eterna. 

(Juan Gil-Albert)

jueves, 14 de abril de 2016

María republicana


Muy joven y guapa, María Zambrano
 
Seis de la mañana en punto. Primera apariencia del día: la fecha. Al anotarla, dos recuerdos. Uno, para María Zambrano. Otro, para Serrat, por su “muchacha típica”, a la que “cada 14 de abril se le derraman dos lágrimas”. De María, las ilusiones y la hermosa escritura       que evocó la fiesta: 

“Es imposible dar idea de lo que fue en Madrid aquel 14 de abril imborrable. De no saber lo que era el pueblo español, entonces lo hubiéramos aprendido; aquel día se reveló con toda su grandeza más que humana; toda su capacidad de alegría se vio colmada y hasta la luz maravillosa de Madrid parecía ser más transparente”.
-- 

Una muchacha, no típica, de Málaga, acaba ver al hombre de la camisa blanca:  

Uno de aquellos hombres, que llevaba una camisa blanca, se destacó. Sería por azar, pero estaba colocado debajo del reverbero blanco; así que la blancura de su camisa era ultraterrena y, al mismo tiempo, terrestre, porque todo era así, nada era abstracto, nada era irreal, todo era concreto, real, vivo, la mismísima realidad, la felicidad”. 

Era la República.
 

miércoles, 13 de abril de 2016

De aquí no se va nadie


Velázquez. Francisco Lezcano, el niño de Vallecas
 
León Felipe viajó por América Latina diciendo sus poemas. Su nombre llenaba los teatros, porque emocionaba y conmovía con la palabra.   

Estuvo en mi ciudad, en los 40. En una entrevista grabada, que no hice yo, pero que tuve la suerte de transcribir y publicar por vez primera (revista Papel Abierto), el poeta Rafael Cadenas revivió esa visita:  

Tú sabes que León Felipe, en el año 43, más o menos -no recuerdo exactamente la fecha-, anduvo por toda América y en todas partes leía sus textos. Por entonces visitó varias ciudades de Venezuela y una de las que visitó fue Barquisimeto. Yo cometí la tontería de no ir o, mejor dicho, no sabía que él estaba ahí. Salvador (Garmendia) sí fue y regresó sumamente emocionado. Me dijo que él no había visto nunca algo que pudiera compararse a lo que acababa de presenciar, porque León Felipe era un gran lector o más bien ‘decidor’ de su poesía. Yo no me imaginaba que tuviera esa voz que acabamos de oír, que es muy agradable también. Salvador me dijo que él realmente salió erizado del acto”. 

Hace poco, un abogado cuyo nombre prefiero omitir, en un acto público de lastimosa resonancia, le atribuyó a Machado algunas frases de un poema que no alcanzó a citar bien y que dijo conocer de oídas (la avilantez no tiene límites). Menos mal. Por algunas frases no bien recordadas, supuse que el poema no era de Machado, pero sí de León Felipe, intocado por la insolencia de esa tarde.  

Hoy, el poema de la noche es uno de esos que me gustaba decir en voz alta. No el que creí descifrar en voz indebida hace unos días, pero sí de León Felipe, “el quinto signo del cielo giratorio”, como llamó Octavio Paz a su querido amigo.  

En las líneas imperativas del texto está España, pero también nosotros, aquí y ahora, porque el poema no tiene ni fechas ni espacios exclusivos: 
 

PIE PARA EL NIÑO DE VALLECAS, DE VELÁZQUEZ 

Bacía, Yelmo, Halo.
Este es el orden, Sancho. 

De aquí no se va nadie.  

Mientras esta cabeza rota
del Niño de Vallecas exista,
de aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.  

Antes hay que deshacer este entuerto,
antes hay que resolver este enigma.
Y hay que resolverlo entre todos,
y hay que resolverlo sin cobardía,
sin huir
con unas alas de percalina
o haciendo un agujero
en la tarima.
De aquí no se va nadie. Nadie.
Ni el místico ni el suicida.  

Y es inútil,
inútil toda huida
(ni por abajo
ni por arriba).
Se vuelve siempre. Siempre.
Hasta que un día (¡un buen día!)
el yelmo de Mambrino
—halo ya, no yelmo ni bacía—
se acomode a las sienes de Sancho
y a las tuyas y a las mías
como pintiparado,
como hecho a la medida.
Entonces nos iremos todos
por las bambalinas.
Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas,
y el místico, y el suicida. 

(León Felipe, 1930)
--
(La entrevista mencionada fue una conversación con Rafael Cadenas, que tuvieron en Sanare, en julio de 1985, Bayardo Vera, Gerardo Escalona y Alberto Meléndez)  

martes, 12 de abril de 2016

El don de la amistad

Marina Tsvetaïeva
 
El 12 de abril de 1926, hace hoy noventa años, Boris Pasternak le escribió a Rilke y le dijo: 

A usted debo los rasgos fundamentales de mi carácter, toda la estructura de mi existencia espiritual. Todo es creación suya (…). Me inquieta la felicidad de poder confesarme poeta frente a usted. Me resulta tan increíble como si fuese frente a Pushkin o a Esquilo”.  

 Pocos días antes, Boris había leído la opinión que Rilke expresó sobre él y su poesía, en una carta dirigida a Leonid O. Pasternak. Casi no podía creerlo y durante varias horas no pudo pronunciar palabra alguna. 

Hasta ahora yo le había estado profundamente agradecido por los vastos, interminables e insondables favores de su poesía. Ahora le agradezco su repentina e intensa intervención benéfica en mi destino, realizada de manera excepcional”.  

En esa misma carta se encuentra una hermosa revelación de la "amistad genial", para decirlo con palabras de Borges. En ella, Pasternak le hace este ruego a Rilke, no por él, sino por otra persona. Leerlo nos concilia con el mundo: 

El mismo día que recibí la noticia sobre usted, recibí, por las vías indirectas de aquí, un poema escrito con una autenticidad y veracidad tales, como aquí en la URSS ya nadie de nosotros pudiera escribir. Fue la segunda conmoción del día (…) Es una poeta innata, de gran talento… Vive emigrada en París. Yo quisiera –por el amor de Dios, discúlpeme la audacia y la evidente molestia-, yo quisiera desearle que viva algo semejante a la alegría que, gracias a usted, se ha volcado en mí. Me imagino qué significaría para ella un libro con su dedicatoria, quizá las Elegías de Duino, que yo conozco únicamente de oídas. ¡Por favor, discúlpeme! Se llama Marina Ivánova Tsvietáieva y vive en París: 19 arr. 8 Rue Rouvet. Permítame considerar como su respuesta a mi carta la realización de mi súplica respecto a Tsvietáieva. Esto será para mí la señal de que puedo escribir a usted en el futuro”. 

Amistad, la llaman. Parece que en estos tiempos escasea.

sábado, 9 de abril de 2016

Centenario de Juan Eduardo Cirlot


Juan Eduardo Cirlot, poeta, músico, simbólogo, crítico de arte. Nació en Barcelona el 9 de abril de 1916

 
Hoy, el centenario de Juan Eduardo Cirlot.
De Juan Eduardo Cirlot, hoy, el centenario.
Hoy, el Juan Eduardo Cirlot, de centenario. 
 
Por eso, este viejo y pequeño homenaje. Quiso el destino (azar concurrente) que fuese sábado, aunque no lluvioso, ni en esta ciudad ni en San Felipe:


SEIS MAÑANAS PUNTUALES 

Sábado lluvioso en San Felipe. Son las seis de la mañana y cantan puntuales unos gallos. Desde hace una hora leo la espléndida poesía de Juan Eduardo Cirlot. Curiosa fascinación por las permutaciones que encuentro en Bronwyn. 

Curiosa fascinación por las permutaciones que encuentro en Bronwyn. Desde hace una hora leo la espléndida poesía de Juan Eduardo Cirlot. Son las seis de la mañana y cantan puntuales unos gallos. Sábado lluvioso en San Felipe. 

Sábado lluvioso en San Felipe. Desde hace una hora leo la espléndida poesía de Juan Eduardo Cirlot. Curiosa fascinación por las permutaciones que encuentro en Bronwyn. Son las seis de la mañana y cantan puntuales unos gallos. 

Desde hace una hora cantan puntuales unos gallos. Fascinación curiosa por las permutaciones que encuentro en San Felipe. Son las seis de la mañana. Leo la lluviosa poesía de Juan Eduardo Cirlot. Sábado espléndido en Bronwyn. 

Sábado curioso. Son seis los puntuales gallos. Leo la fascinación de Juan Eduardo Cirlot por las permutaciones. Desde hace una hora, la poesía espléndida de Bronwyn se encuentra en San Felipe. Canta la mañana. 

Canta la mañana.
Desde la poesía de Juan Eduardo Cirlot,
un sábado espléndido fascina a seis gallos puntuales. 

Curiosa, Bronwyn lee permutaciones.
Se encuentra en San Felipe,
en una hora lluviosa.