Muy joven y guapa, María Zambrano
Seis de la mañana en punto. Primera apariencia
del día: la fecha. Al anotarla, dos recuerdos. Uno, para María Zambrano. Otro,
para Serrat, por su “muchacha típica”, a la que “cada 14 de abril se le
derraman dos lágrimas”. De María, las ilusiones y la hermosa escritura que evocó la fiesta:
“Es imposible dar idea de lo que fue en Madrid
aquel 14 de abril imborrable. De no saber lo que era el pueblo español,
entonces lo hubiéramos aprendido; aquel día se reveló con toda su grandeza más
que humana; toda su capacidad de alegría se vio colmada y hasta la luz
maravillosa de Madrid parecía ser más transparente”.
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Una muchacha, no típica, de Málaga, acaba ver al
hombre de la camisa blanca:
“Uno de aquellos hombres, que llevaba una camisa
blanca, se destacó. Sería por azar, pero estaba colocado debajo del reverbero
blanco; así que la blancura de su camisa era ultraterrena y, al mismo tiempo,
terrestre, porque todo era así, nada era abstracto, nada era irreal, todo era
concreto, real, vivo, la mismísima realidad, la felicidad”.
Era la República.
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