miércoles, 20 de abril de 2016

Furtivo y gris


Borges, noviembre de 1983, en su casa en Buenos Aires. Foto de Raúl Manrique

Seis de la mañana. Lo que se anunciaba anoche como una fuerte lluvia, no lo fue tanto. Llovió, pero mucho menos de lo que parecía. Creo que todos deseábamos más agua. Sigue nublado.
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Para la clase de hoy, Borges de nuevo.
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En El País acabo de ver una foto en la que está Borges con una máscara de lobo, de traje y corbata, sentado en un sofá. Es espantosa la máscara. La nota del diario, explica el porqué de esa foto y esa máscara:  

Jorge Luis Borges se enteró del regreso de la democracia a Argentina cuando tenía puesta una máscara de lobo. Estaba en medio de una fiesta de halloween en Estados Unidos, donde acababa de impartir un curso, y uno de sus alumnos se le acercó al oído para decirle: 

—Maestro, Raúl Alfonsín ha ganado las elecciones en su país. 

Era el otoño de 1983, Borges ya era el escritor argentino más conocido a nivel mundial, y entre la algarabía nocturna de un grupo de jóvenes de simulado aspecto terrorífico, el reciente triunfo de Alfonsín le pareció “sorprendente y esperanzador.” 

Días después, ya de vuelta en Buenos Aires, recibió en su casa a un joven amigo. “Fue tan raro haberme enterado de la buena nueva así, con esa máscara puesta”, le contó al chico de 16 años, que había fundado un “Círculo Borgiano” en su colegio. Entonces le pidió a su asistenta que le trajera aquel gesto feroz y tieso de plástico y, en un instante, volvió a disfrazarse de animal salvaje. “Qué olor tan tremendo a goma”, dijo el lobo Borges, con la corbata desaliñada, sentado en el sofá de su salón, haciendo una garra con la mano derecha y sosteniendo el bastón con la izquierda, mientras le hacían una foto en blanco y negro. 

El retrato puede verse a partir del 22 de abril, y hasta el 22 de mayo, en la Casa de América en Madrid, dentro de la exposición El infinito Borges, montada por Raúl Manrique y Claudio Pérez, creadores del Museo del Escritor, a propósito del 30 aniversario de la muerte del autor de El Aleph, ocurrida el 14 de junio de 1986 en Ginebra (Suiza). La muestra incluye más de 300 publicaciones, objetos personales, primeras ediciones, fotografías, dibujos, correspondencia y grabaciones sonoras del escritor argentino”.
 
(Nota de Víctor Núñez Jaime, El País, 20 de abril de 2016)
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De los poemas que me gustaba leer en voz alta, anoche no puse ninguno. Ha querido el azar (concurrente, por supuesto) que esta mañana, por la lupina foto de Borges, haya recordado uno de los que más me gustaba de su libro Los conjurados. Con un amigo, excelente actor venezolano fallecido en la plenitud de su carrera artística, pasamos una tarde diciendo y comentando ese poema. Concluimos que Borges era el lobo: 

UN LOBO 

Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Es el último lobo de Inglaterra.
Odín y Thor lo saben. En su alta
casa de piedra un rey ha decidido
acabar con los lobos. Ya forjado
ha sido el fuerte hierro de tu muerte.
Lobo sajón, has engendrado en vano.
No basta ser cruel. Eres el último.
Mil años pasarán y un hombre viejo
te soñará en América. De nada
puede servirte ese futuro sueño.
Hoy te cercan los hombres que siguieron
por la selva los rastros que dejaste,
furtivo y gris en la penumbra última.
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Cada vez que lo leo, oigo la voz de Mariano Álvarez, quien en las tablas domésticas también fue un adorable experto en lobos.

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