Borges, noviembre de 1983, en su casa en Buenos Aires. Foto de Raúl Manrique
Seis de la mañana. Lo que se anunciaba anoche
como una fuerte lluvia, no lo fue tanto. Llovió, pero mucho menos de lo que
parecía. Creo que todos deseábamos más agua. Sigue nublado.
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Para la clase de hoy, Borges de nuevo.
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En El País acabo de ver una foto en la que está
Borges con una máscara de lobo, de traje y corbata, sentado en un sofá. Es
espantosa la máscara. La nota del diario, explica el porqué de esa foto y esa
máscara:
“Jorge
Luis Borges se enteró del regreso de la democracia a Argentina cuando tenía
puesta una máscara de lobo. Estaba en medio de una fiesta de halloween en
Estados Unidos, donde acababa de impartir un curso, y uno de sus alumnos se le
acercó al oído para decirle:
—Maestro,
Raúl Alfonsín ha ganado las elecciones en su país.
Era el
otoño de 1983, Borges ya era el escritor argentino más conocido a nivel
mundial, y entre la algarabía nocturna de un grupo de jóvenes de simulado
aspecto terrorífico, el reciente triunfo de Alfonsín le pareció “sorprendente y
esperanzador.”
Días
después, ya de vuelta en Buenos Aires, recibió en su casa a un joven amigo.
“Fue tan raro haberme enterado de la buena nueva así, con esa máscara puesta”,
le contó al chico de 16 años, que había fundado un “Círculo Borgiano” en su
colegio. Entonces le pidió a su asistenta que le trajera aquel gesto feroz y
tieso de plástico y, en un instante, volvió a disfrazarse de animal salvaje.
“Qué olor tan tremendo a goma”, dijo el lobo Borges, con la corbata desaliñada,
sentado en el sofá de su salón, haciendo una garra con la mano derecha y
sosteniendo el bastón con la izquierda, mientras le hacían una foto en blanco y
negro.
El retrato
puede verse a partir del 22 de abril, y hasta el 22 de mayo, en la Casa de
América en Madrid, dentro de la exposición El infinito Borges, montada por Raúl
Manrique y Claudio Pérez, creadores del Museo del Escritor, a propósito del 30
aniversario de la muerte del autor de El Aleph, ocurrida el 14 de junio de 1986
en Ginebra (Suiza). La muestra incluye más de 300 publicaciones, objetos
personales, primeras ediciones, fotografías, dibujos, correspondencia y
grabaciones sonoras del escritor argentino”.
(Nota de Víctor Núñez Jaime, El País, 20 de abril de 2016)
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De los poemas que me gustaba leer en voz alta,
anoche no puse ninguno. Ha querido el azar (concurrente, por supuesto) que esta
mañana, por la lupina foto de Borges, haya recordado uno de los que más me
gustaba de su libro Los conjurados. Con un amigo, excelente actor venezolano
fallecido en la plenitud de su carrera artística, pasamos una tarde diciendo y
comentando ese poema. Concluimos que Borges era el lobo:
UN LOBO
Furtivo y
gris en la penumbra última,
va dejando
sus rastros en la margen
de este
río sin nombre que ha saciado
la sed de
su garganta y cuyas aguas
no repiten
estrellas. Esta noche,
el lobo es
una sombra que está sola
y que
busca a la hembra y siente frío.
Es el
último lobo de Inglaterra.
Odín y
Thor lo saben. En su alta
casa de
piedra un rey ha decidido
acabar con
los lobos. Ya forjado
ha sido el
fuerte hierro de tu muerte.
Lobo
sajón, has engendrado en vano.
No basta
ser cruel. Eres el último.
Mil años
pasarán y un hombre viejo
te soñará
en América. De nada
puede
servirte ese futuro sueño.
Hoy te
cercan los hombres que siguieron
por la
selva los rastros que dejaste,
furtivo y
gris en la penumbra última.
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Cada vez que lo leo, oigo la voz de Mariano
Álvarez, quien en las tablas domésticas también fue un adorable experto en
lobos.
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