Instalación. Laberinto de libros en el Royal Festival Hall, de Londres, julio 2012.
Foto: Olivia Harris. Reuters
Para algunos es el universo, como dijo Borges al
comienzo de uno de sus cuentos. En otra ocasión, al concebir el paraíso se lo
figuró bajo su forma. Durante varios años, y ya ciego, dirigió en su patria la
que fundó Moreno.
Hace poco Horacio González, hablando de la misma
(que también dirigió admirablemente), la comparó con una ciudad. Sin decirlo,
estaba citando a Borges (“De esta ciudad de libros hizo dueños/ a unos ojos sin
luz”).
“Comarca de fantasmas”, llamó Picón Salas a la
suya, merideña.
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Aunque sean pequeñas, siempre son casas. Algunas
van creciendo hasta desbordar la heredad que las alberga.
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Esta noche, el poema elegido se refiere a una de
ellas.
Desde ayer anda rondando esa familia. Ayer fue
el tío (Gil-Albert), con los carteros. Hoy es el sobrino, con la biblioteca.
La biblioteca
Esta es la
vieja biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a
parar a este bajo techado de la cámara
-y el
escritorio donde se firmaron las sentencias de muerte-.
Existen
tratados de metafísica,
cartularios,
manuales de agricultura, poesías completa,
odas y
dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso
vagamente las páginas. Y las cierro.
Los
transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la
izquierda al de la derecha;
saco de
alguno de ellos recetas de un médico,
tarjetas
enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen.
Voy a mirar los cepos.
Vigilo la
parada del agua.
Hago café.
Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el
rellano. Olvidaba la llave,
la llave
de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He
contemplado fijamente los libros. Están los gruesos,
los más
gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente
los he contemplado, los blandos, los más
blandos.
Los he
vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y
otra, como medidas de áridos.
A veces me
detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy
algunas vueltas, manoseo su mapamundi,
los “Nueve
años de vida errante” de Cabeza de Vaca,
el “Fuero
Juzgo”.
Y los
transporto del estante de la derecha al de la
izquierda,
del de la
izquierda al de la derecha.
(César Simón. Valencia, España. 1932-1997)
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