domingo, 28 de febrero de 2016

Juan Larrea, caballero andante


Juan Larrea
 
En algún lugar vi ayer el nombre de Juan Larrea y recordé que tenía pendiente encontrar el texto en el que alguien lo describe entrando, sobre un caballo, en un instituto educativo de la Ciudad de México. El bilbaíno sonreía.  

La extraordinaria escena la leí hace muchos años y no precisaba dónde. En vano revisé las páginas de algunos españoles y mexicanos que fueron mis “sospechosos habituales” en la búsqueda. En los libros de Larrea el único caballo que veía era el del Guernica, que, en su peculiar análisis, no es precisamente un animal republicano como el que yo recordaba. Por la falta de señales, llegué a creer que me había inventado la imagen o que se la había oído alguna vez a Toto de Lima, insigne contador de deliciosas historias cervantinas. 

Pero hoy, ¡allegrezza!, en un artículo de Fabrizio Mejía Madrid encontré por fin la escena que buscaba. No la había soñado ni era una improbable invención de Toto. En efecto, Larrea irrumpió un día, montado en un caballo, en el patio del Colegio Español de México. Y sí, sonreía.
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El artículo, titulado Tiempo afuera, apareció en La Jornada Semanal el 28 de marzo de 1999. Todavía puede leerse en la red. Aunque no estoy completamente seguro (yo llegué a pensar que era en las “memorias” de un algún escritor mexicano), parece que fue allí donde me topé con la fascinante imagen ecuestre de Larrea. Ya para esa época hacía tres años que Alejandro Jimenez me había iniciado en internet y debí leer –sin dejar nota alguna- el magnífico texto de Mejía Madrid uno o dos días después de su publicación. Esto sí lo puedo asegurar, porque el 28-03-99 yo retornaba por carretera de un inolvidable viaje a Puerto La Cruz y no tenía modo de leer la edición digital de La Jornada.

Ahora leo con renovada emoción el primer párrafo de Mejía. En sus líneas cabalga esta imagen añorada: 

El 13 de septiembre de 1947 todos vieron la forma en que el profesor Juan Larrea monta un caballo en el patio del Colegio Español de México-Instituto Luis Vives, y sonríe durante unos segundos. El caballo se serena, mientras Larrea, cuyo pulso normalmente no era firme, sostenía las riendas para darse tiempo de saborear con orgullo su oscura soledad. Y es que -dice Jorge Semprún- hay un sombrío orgullo y una risa para adentro en el hecho de que nadie pueda ponerse en tu lugar cuando vienes de la muerte, de que nadie pueda adivinar ‘tu arraigo en la nada, tu mortaja en el cielo, tu singularidad mortífera’. Juan Larrea, al igual que los 250 alumnos y profesores que entonces tenía el Instituto Vives, sólo podían sonreír para ese mediodía del 13 de septiembre en que, armados con banderas franquistas, palos y piedras, los alumnos monárquicos del colegio católico Cristóbal Colón quisieron cercar a la escuela de los niños republicanos, los exiliados que habían perdido la guerra civil en 1939”. 

En las últimas líneas de su artículo, Mejía Madrid estampa el esplendor de un caballero andante: 

El Juan Larrea de México, el que sonríe para sí montado en un caballo que lleva hasta el patio quien luego fue el actor Lorenzo de Rodas, para enfrentar, ocho años después de la derrota, a los hijos de los falangistas que apoyaron con dinero y armas desde México al bando de los ‘alzados’ de Francisco Franco, no es ni el Semprún ‘clandestino’ que resiste contra falangistas, nazis y fascistas, ni el suicidado que termina cediendo a la vida después de la muerte porque recobra la sensación de vida, con todos sus deseos, incluso el de morir. De ninguna manera. El Juan Larrea de este episodio de la réplica de la guerra civil en la Ciudad de México piensa, montado en su caballo, que los pueblos hacen una sola guerra en su historia y que, aun condenándose a repetirla, encuentran siempre un momento en que el desenlace puede cambiar, en que se abre una posibilidad de que las cosas no resulten como lo hicieron la primera vez, de sustituir la derrota por la victoria. Y yo digo que por eso sonríe Juan Larrea el 13 de septiembre de 1947: acomoda las riendas y emprende la cabalgata hacia la puerta de su escuela al grito de: ‘Rompamos el cerco’.  

Y, esta otra vez, lo rompieron”.
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Satisfecha la búsqueda, puedo ahora citar este verso de Larrea, de cuando hacía con Vallejo la legendaria revista Favorables París poema: 

“…me siento invadido por un principio de sendero”.

viernes, 26 de febrero de 2016

La revista de José Miguel y Alexander


Una de las ilustraciones de Daniela Colina

Tengo en mis manos la revista que José Miguel del Pozo edita junto a Alexander Chaparro. Le doy una rápida mirada y me gusta su presentación, su propuesta gráfica y todas las ilustraciones. El nombre de la revista (Súper Jodido) está explicado en el texto editorial, así: 

Súper Jodido es un término que usamos para definir un momento muy tarde en la noche o uno muy temprano del día, nunca nada en el medio. El medio es este, el lugar donde contamos el día y la noche”. 

Antes, unas palabras sobre la libertad me habían ganado para la lectura: 

Sabemos que no importa el nombre que lleva la corrupción en mando: la mejor manera de contradecir cualquier estructura de poder, es demostrando que la libertad no es privilegio ni dominio, sino voluntad inclemente; es el ejercicio del derecho a lo distinto, de ser distinto, de hacer las cosas de otra manera”. 

Creo que Súper Jodido es, precisamente, un buen intento de hacer algo de “otra manera”. El diálogo entre la letra y la imagen me parece uno de sus logros. También la ausencia de fatuidad o de ese andar por el mundo procurando puntos en una “carrera” artística o literaria. Acá se trata de correr riesgos, no de seguir un plan de “networking” cultural para adquirir “credenciales” y nombradía.  

Esta revista está hecha “para desdecirse, contradecirse y cambiar”, afirman sus responsables.

Hay fotos de Rosley Labrador, ilustraciones de Daniela Colina, Juan “Jancko” Salas y una excelente sección dedicada a Matías Toro, a quien pertenece también la portada.  

Felicitaciones a José Miguel, a Alexander y a todos cuantos hacen “Súper Jodido” o están en ella. 

Esta es la dirección: www.superjodido.com

martes, 23 de febrero de 2016

Diarios de escritura


Holbein, el joven. Retrato de una desconocida
 
Visito de nuevo dos diarios de escritura. Se trata del registro de una lucha cotidiana por la poesía: tanteos, borradores, ideas, correcciones, idas y venidas. En fin, toda una agonística. Uno de los diarios es de Carlos Barral, de la época en que escribió Metropolitano y 19 figuras de mi historia civil (Diario de Metropolitano). El otro es de Alberto Girri (Diario de un libro), escrito mientras componía En la letra, ambigua selva 

Alguna vez pensé que podrían ser útiles en un taller de poesía y los incluí entre las lecturas a realizar. La idea era que los dos diarios dialogaran y que los “talleristas”, por nuestra parte, tratáramos de hacerlo con ellos. Todavía no he hecho ese taller, pero esta nueva relectura me indica que ese diálogo valdría la pena. Son dos poetas aparentemente muy distintos, pero con visiones estéticas que coinciden a veces en algún punto. Uno está en Barcelona y comienza su largo periplo a mediados de los 50. El otro, en Buenos Aires, en 1971.
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Para prepararse, Barral piensa que debe imponerse una disciplina de economía literaria y suprimir, por ejemplo, “todos los derivativos”. Así lo anota el 11 de enero de 1955. Por su parte, Alberto Girri, el mismo día (11 de enero), pero de 1971, piensa que las virtudes de la prosa pueden ayudarlo: “verdad, desnudez, economía, eficacia”. Y añade: “La peculiar autenticidad de la buena prosa aligerando de divagaciones cualquier proyecto de poema, recordándonos que el poema es, además de un objeto, una experiencia moral”.  

Al día siguiente, Girri trabaja el poema “Relaciones con gemas”. Para describir las gemas, se impone “concisión y rapidez” y elige un modelo: determinada fase de “Trece maneras de contemplar un mirlo”, de Wallace Stevens. Sólo decirlo fue –de algún modo- resolver el texto y el cómo hacerlo pasó a ser contenido. Así, el día 13 de enero transcribió su tramo final: 

tantas son
las provocaciones que suscitan
cuantas las de considerar un mirlo
(trece, enumeró Wallace Stevens,
frecuentador de mirlos),
aunque las gemas no silben, no griten
y su dureza y pureza atraigan por alusiones,
y nunca alcancen, como el mirlo,
a fraguar una unidad con el hombre y la mujer”.
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El 16 de enero Carlos Barral escribe un díptico que le suena a Guillén, por el uso de algunas palabras sin tradición poética: “sucesivos”, “incompleto”. Le agrada la asociación y afirma: “Me parece perfectamente admisible”. Aprecia algunas reiteraciones en su texto y se propone evitarlas. Uno piensa que el modelo Guillén será de gran ayuda. También uno recuerda: recuerda la extraordinaria anécdota de Guillén en Barcelona, contada por Barral en Los años sin excusa 

Alberto Girri, el 16 de enero de 1971, se pregunta si no sería ideal que no haya ningún término para designar lo que habitualmente llamamos poesía, como ocurre en la literatura china, “según dice V”. Encuentra que muchas de las virtudes supuestamente exclusivas de la poesía (ritmos, aliteraciones, repeticiones, polifonía) se perciben “aun en la más modesta de las traducciones, en textos como el Tao Te Ching” y “en mucha de la prosa de Borges”.
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Barral anota que sigue leyendo las Memorias de Retz y el Journal de Gide. Escribe: “Pienso en la posibilidad de procurar hacerme una prosa como quehacer inmediato, sucesor de Metropolitano”. Sin duda, esa anotación puede leerse hoy como un primer anuncio del gran memorialista de Años de penitencia, Los años sin excusa y otros formidables volúmenes autobiográficos. Es el 20 de marzo de 1955.  

Alberto Girri, para un día semejante del 71 tiene ya concluido otro poema  Poco más tarde seguirá anotando sus desvelos ante la “prosa textual”. Con esa expresión, por cierto, titulará uno de sus textos sobre Mozart.
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Cuatro años después (17 enero del 59) un recuerdo de “voyeur” le permite a Barral, escritor lento, componer de un tirón una pieza de 26 versos. No la juzga en su anotación de ese día, aunque diga que probablemente sea mala. Le añade un verso: el penúltimo, y cierra el comentario, diciendo: “Lo dejaremos dormir”. Es nada menos que el estupendo poema Baño de doméstica, cuyo final los lectores de Barral no olvidan, no olvidamos: 

Su espléndido desnudo,
al que las ramas rendían homenaje,
admitiré que sea
nada más que un recuerdo esteticista.
Pero me gustaría ser más joven
para poder imaginar
(pensando en la inminencia de otra cosa)
que era el vigor del pueblo soberano”.
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El 3 de mayo de 1971, al referirse a su poema sobre Holbein, Alberto Girri piensa que debe corregirlo y rememorar la claridad del dibujo, “estrictamente concentrado en la observación del modelo”. Añade: “El modelo de Holbein sigue viviendo porque encierra algo que vive por sí mismo, que no puede morir”. El poema está concluido y este es su final:
 
Lo duradero es estático, sólo
el arte consigue el punto de equilibrio
entre una masa y su punto de apoyo”. 

¿No será ese el mismo punto de equilibro entre el recuerdo de Barral y la imagen espléndida que pervive en sus versos?
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Barral tardó años. Girri ocho meses. En ambos, la llegada fue estupenda. También lo fue, sin duda, el trayecto que registran sus diarios.

domingo, 21 de febrero de 2016

Un verso de Cadenas y Chirinos


Eduardo Chirinos (Lima, 1960 - Missoula, 2016)
 
Domingo de nubes con sol y un poema de Chirinos sobre el nuevo arte de hacer poemas. Chirinos se levanta temprano y hace ejercicios para el cuello y para los brazos (quiere evitar su “molesta rotación”). Se prepara el desayuno y copia al azar un libro. Miente, dice (por lo del azar, pienso yo, que estoy glosando a Chirinos). Él recuerda que ayer les leyó a sus alumnos el poema “Musée des beaux arts”, de Auden y comentó el Ícaro de Brueghel. Le da vueltas al café con una cucharita, abre una página y lee: “Tuya es la imagen disciplinaria/ que me refrena del agradable error, de las garras/ del turbulento desorden”. Informa que el maestro es James y que Auden visitó su tumba en la primavera del cuarentaiuno, cuando seguramente ya los alemanes habían bombardeado Birmingham y le dejó unas violetas (como las que Cernuda le dejó a Larra un día). Yo decido parar la glosa (ese era mi ejercicio) y copiar (otro ejercicio) el resto del magnífico poema de Chirinos:  

Me gusta la serenidad de Auden.
La severa inflexión que impone a su desorden,
el asomo de error que nunca falla. Siempre
lo supe, viejo Auden, sólo quien se sabe presa
del desorden se exige disciplina. Esta mañana
he hecho media hora de ejercicios, he tomado
el desayuno y leído estos versos de Lope (a
quien Auden con toda seguridad desconocía):
"Porque a vezes lo que es contra lo justo
por la misma razón deleyta el gusto" 
 
(Eduardo Chirinos, Arte nuevo de hacer poemas, de Mientras el lobo está).
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Ayer leí que Chirinos murió el miércoles pasado. El próximo mes iba a cumplir 56. Hace cinco años, en Lima, compré dos de sus libros. Uno es de poemas: Breve historia de la música. El otro, de ensayos: Los largos oficios inservibles. En uno de los textos de este último cuenta una magnífica anécdota en la que aparecen Rafael Cadenas y Carlos Contramaestre. Cadenas, con un verso que Chirinos retoca en su recuerdo, y Contramaestre, en Madrid, como el amigo que lo iniciaba en el conocimiento de la poesía venezolana y -de algún modo- en el oficio de ser también “contramaestre”.  

Transcribo la estupenda página de Chirinos con Contramaestre, con el verso de Cadenas y con eso que a todos alguna vez nos pasa:  

Cuando vivía en Madrid (estoy hablando de los años 1986 y 1987) solía visitar a mi amigo, el poeta Carlos Contramaestre, en su oficina de la embajada de Venezuela. En nuestras conversaciones él lograba olvidarse que era agregado cultural y yo que era un simple estudiante becado. De ese modo me fui familiarizando con las obras de José Antonio Ramos Sucre, de Juan Sánchez Peláez y de Rafael Cadenas, de quien solo había leído ‘Derrota’ porque es el único poema suyo que aparece en las antologías. Cuando se lo comenté, Carlos puso sobre el escritorio todos los libros que tenía de Cadenas y en un gesto muy suyo me los regaló, no sin antes decirme: ‘Eduardo, tienes que escuchar esto’, y abriendo al azar uno de los libros me leyó en voz alta un poema. No puedo recordar de qué poema se trataba, pero un verso suyo me cautivó para siempre: ‘Las palabras que recorrí con mi padre’. La imagen del muchacho que recorre con su padre un territorio poblado de palabras me hizo ver cuán poderosamente podía un solo verso condensar todo lo que sentía sobre la tradición literaria y, de paso, sobre mi propio padre. Cuando se lo comenté, Carlos mi miró con sorpresa y dijo: ‘¡Pero yo no he leído eso que tú dices!’. Volvimos a revisar el poema y el único verso más o menos parecido que encontramos fue (cito de memoria): ‘Los territorios que recorrí con mi padre’. ¿Qué hizo que mi oído registrara ‘palabras’ allí donde decía ‘territorios’? No hay entre ellas la más remota semejanza que justifique el error. Tampoco hay correspondencias léxica, ni el recuerdo de una palabra descolgada caprichosamente en otro verso. Tuve la vanidad de creer que ese verso me pertenecía, y no tardó en aparecer en un poema que entonces estaba escribiendo. Años después, cuando murió mi padre, el mismo verso volvió a visitarme para decirme su verdad, que es la de todos”.
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Curioso, el mismo día que leí esa bella crónica de Eduardo Chirinos, busqué el origen de la frase y copié el poema completo de Cadenas al margen de la página, para ilustrar su diálogo con la feliz interpolación del peruano: 

Flacos dedos
me asuelan.
El cielo se estanca
en mi pozo.
La magia
está herida.
Vivo
como la tierra de donde vine,
la tierra que recorrí con mi padre.
Las palabras
no dicen en este confín. 
(Rafael Cadenas)

Es el poema 5 del libro Intemperie, publicado en 1977, en Mérida, con una nota de Arnaldo Acosta Bello en las solapas y un dibujo de Carlos Contramaestre en la portada.
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A Contramaestre dedicó Chirinos, además de un emotivo obituario, sus Canciones del Herrero del Arca. Leo una: 

Me lo dijo una voz sabia:
Tú serás contramaestre del Arca.
Describirás con amor los animales vivos,
echarás por la borda los animales muertos.
Entonces me convertí en Herrero.
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Que en paz descanse el Herrero del Arca. La paloma ha llegado con sus plumas mojadas y yo oigo en la Breve historia de la música el carnaval de los animales.  

Sigue el domingo de nubes con sol, según sentencia del tiempo.

viernes, 19 de febrero de 2016

Umberto Eco


 
 
Su apellido es un signo del oficio que ejerció con enorme inteligencia, pero nos deja su voz, una voz que, alguna vez, frente a este valle, recitó a Eliot y a Leopardi. 

Gracias, Eco, por la voz.  

martes, 16 de febrero de 2016

Los heresiarcas


Borges frente a la casa de Evaristo Carriego. Palermo. Buenos Aires
 
Es fama que la Primera Enciclopedia de Tlön, de la que durante mucho tiempo sólo conocimos el undécimo tomo, suscitó la curiosidad de numerosos eruditos que no cesaban de buscar en diversas bibliotecas del mundo los otros volúmenes del singular compendio. En 1940 Borges le atribuyó a su amigo Alfonso Reyes una propuesta práctica y creativa para poner fin a ese largo e infructuoso afán: escribir entre todos “los muchos y macizos tomos” que faltaban, y hacerlo “ex ungue leonem” (el león a partir de la uña). Para ello -estimó Reyes (“entre veras y burlas”)- apenas haría falta una generación de “tlönistas”. No sabemos si la iniciativa de Reyes tuvo algún respaldo concreto, pero suponemos que Néstor Ibarra se sumó a ella, pues era conocido su criterio de que los tomos que se buscaban no existían y que había que inventarlos. Bioy Casares debió aportar nuevas sentencias de heresiarcas, para agradar a su amigo Georgie, tan proclive a las disidencias teológicas.

 

Por fortuna (o desgracia, nunca se sabe con estas obras secretas), en 1944, en una biblioteca de Memphis, aparecieron los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Tres años después de ese inmenso descubrimiento, Borges, optimista, calculó un siglo para la aparición de los cien tomos que integran la Segunda Enciclopedia. Presumo que calculó con numeración nuestra y no con la de Tlön, donde un siglo comprende 144 años. Así, se espera que en el 2047 el mundo comience a volverse Tlön, como memorablemente se dice en el último párrafo del magnífico informe escrito sobre el tema, bajo el título Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (Ficciones).
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Otras búsquedas menos metafísicas nos ha deparado el referido texto. Una de ellas tiene carácter gastronómico y surgió a partir del primer párrafo del mismo. Pocos olvidan que el descubrimiento de Uqbar provino de la conjunción de un espejo y una enciclopedia, pero muchos pasan por alto que esa noche hubo una cena en la quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía. Precisamente, gracias a la memoria de algunos habitantes de ese lugar, pudimos conjeturar cuanto sigue:

Borges y Bioy habían llegado temprano al partido de La Matanza, donde cenaron juntos esa noche. No se nos dice qué comieron, pero es de suponer que uno de ellos prefirió la frescura de una ensalada con adecuado y límpido aderezo, mientras el otro no se rehusó al cordero patagónico que el cocinero, contratado sólo para esa noche, les había ofrecido por la tarde. Estaban en una amplia quinta, alquilada para pasar unos días lejos de la atareada capital.  

Los dos amigos hicieron una larga y animada sobremesa. El hombre de cuarenta años tomaba agua. El de veinticinco, oporto. Aunque esos detalles no aparecen en la célebre noticia que el primero elaboró, los consigno acá por respeto al diligente cocinero, cuya presencia fue preterida en el famoso informe y, porque tengo para mí, además, que si esa cena no hubiese estado a la altura de ambos paladares, no habría ocurrido lo que ahora todos celebramos: la existencia de un universo fantástico que es sólo un lenguaje, un lenguaje fantástico a su vez.  

Lo sucedido esa noche ha dado lugar a numerosas tesis doctorales y a una copiosa reescritura de ardides literarios que no parecen agotados todavía. Si a ello agregamos la repercusión que en diversos centros de investigación científica sigue teniendo lo allí descubierto, nadie podrá restarle importancia a este intento de subsanar ciertas omisiones, por más ocioso que parezca. Creo que la gastronómica destaca entre ellas.


Es sabido que a la medianoche, antes de que uno de los comensales partiera a Buenos Aires, un espejo los acechó desde el fondo de un corredor. En ese espejo también se reflejaron unos platos y unas copas.
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Esa noche, en verdad, Borges se comió una ensalada criolla bien surtida y Bioy un cordero asado acompañado con papas fritas. Para el postre, hubo helado y dulce de leche. Borges, como ya se dijo, bebió agua. Bioy, oporto. El espejo reflejó también una bandeja con alfajores de Santa Fe. Los había llevado Borges desde Buenos Aires.

Como se recordará, el momento que marcó el fin de la sobremesa fue escalofriante. Ambos tenían fijación por los espejos. En uno, predominaba el terror. En el otro, una amable reverencia. A la medianoche, cuando pasaba un ángel en medio del silencio, miraron hacia el fondo del corredor y se sintieron espiados. “Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”.

La “memorable sentencia” que Bioy le atribuyó al heresiarca de Uqbar era, en rigor, una variación de la que aparecía en un texto de su amigo: “La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables porque la multiplican y afirman”. Está en El tintorero enmascarado de Hákim de Merv, de Historia universal de la infamia. Pero ese dato, a los fines del informe de Borges, no podía ser mencionado.
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Uno o dos años después de la cena en la quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía (capital del partido de La Matanza), Bioy hizo una especie de parodia de la frase. Lo hizo en el que iba a convertirse en el más celebrado de sus libros: La invención de Morel. Allí dirá: “El hombre y la cópula no soportan largas intensidades”. Si bien la idea es otra, ese giro permite un pequeño diálogo con lo abominable.

No es mucho más lo que sabemos de la cena, porque el espejo carecía de las propiedades cinematográficas que Morel inventaría poco después. Sin embargo, hay esperanzas de conocer algo más. En Ramos Mejía se conjetura acerca de un lugar en el que se conserva otro informe: el del cocinero. Éste esperó toda la noche, porque el señor Adolfo le había prometido que lo llevaría a su casa, al finalizar la velada. En efecto, lo llevó.  

Alguien me dijo que durante varios días el cocinero estuvo repitiendo la palabra “heresiarca” y que inventó un nuevo postre con ese nombre.
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Mientras tanto, leo a Reyes, en El deslinde: 

“El escritor argentino Jorge Luis Borges ha acertado con algunas narraciones trascendentales que, aunque sin trama novelística, crean mundos ficticios: en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, inventa un pueblo que concibe el universo bajo normas muy diferentes de las nuestras”.  

Y saludo a los heresiarcas de todos los mundos posibles.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Umbral


Antonio Saura. De la serie Don Quijote
 
Cinco de la mañana y la primera apariencia: todo está cálido y oscuro. Las cosas, ahora confundidas, irán tomando forma poco a poco. Procuro no hacer ruido y voy hacia los libros, que son un bulto. Acá está el de Ortega que saqué anoche. Lo distingo por el tamaño. Es la pequeña edición de las Meditaciones del Quijote que hizo Aguilar. Disfruto ese momento. Cuando encienda la luz leeré aquel párrafo acerca del afán de comprender que tanto me gusta. Ortega confiesa allí, que, a la mañana, cuando se levanta, “recita una  brevísima plegaria, vieja de miles de años, un versillo del Rig-Veda, que contiene estas pocas palabras aladas: ‘Señor, despiértanos alegres y danos conocimiento”. Preparado así –añade- “me interno en las horas luminosas o dolientes que trae el día”. 

Pero aún no leo. Sólo palpo y recuerdo. Me gustaría quedarme en el umbral.

martes, 9 de febrero de 2016

Borges, lector alfil


Borges. Foto: Pedro Meyer
 
Borges, libros y lecturas, de Laura Rosato y Germán Álvarez, confirma lo que sabíamos o sospechábamos. En cualquier caso, su valioso aporte a los estudios borgeanos, enriquece en alta proporción nuestras opiniones o conjeturas acerca de Borges como lector.
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Afirmó con razón Beatriz Sarlo que Borges era un lector al que no se le escapaban las orillas, un lector que encontraba prodigios en los recodos, tal como él mismo los fue dejando en sus libros: escondidos en alguna nota al pie de página, en un breve prólogo o en algún epílogo. También era un lector que dejaba constancia de cualquier asociación que le interesara, aunque eso, en apariencia, lo desviara del libro mismo, y las anotaba en las páginas de guarda (iniciales o finales) del volumen leído. No lo hacía en los márgenes, ni subrayaba, como lo constata el importante estudio de Rosato y Álvarez.  

Sarlo calificó a Borges de lector “alfil”: trazaba siempre una diagonal. Con seguridad, al autor del soberbio díptico “Ajedrez” no le habría disgustado esa certera imagen.
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Asomarse al trabajo de Rosato y Alvarez es, sin duda, un regalo para nuestra curiosidad. “Seré curioso”, decían antes los argentinos. “Decíme”… Así que les digo:  

En muchos de los libros que leyó Borges puso breves apuntes que guardan un vínculo estrecho con su obra futura. Por eso, al comentar el trabajo de Rosato y Álvarez, a Beatriz Sarlo le dio la impresión de que Borges tuviera todo previsto. No lo tenía, desde luego, pero algún secreto hilo guió sus lecturas hacia el terreno que más se avendría con futuras páginas suyas. Guardaba, sabiendo o no del todo, material para otras ocasiones. A propósito de una nota sobre un libro de Menéndez y Pelayo, incluida en Borges, libros y lecturas, Sarlo comenta:

“…de la monumental Historia de los heterodoxos españoles subraya tres párrafos: uno sobre el lobizón, que por supuesto interesa a Borges como mito criollo (Borges es el criollo universal, como él dijo de Sarmiento); otro sobre una cosmología herética según la cual el mundo fue creado por el demonio; y una referencia que remite a la Divina Commedia. De 585 páginas estas citas provienen de las páginas 164, 271 y 138. ¿Cómo imaginar el momento de encontrarlas? ¿Cómo las encontró, ya que no es posible decir que las buscó?// Borges subraya sólo lo que le importa como material de una escritura por venir o confirmación de una intuición ya escrita”.
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Las notas de Borges me recuerdan un párrafo muy borgeano de George Steiner, acerca de las notas marginales: “En nuestras grandes bibliotecas, existen verdaderas contra-bibliotecas formadas por las notas marginales y por las notas marginales de las notas marginales que sucesivas generaciones de auténticos lectores taquigrafiaron, codificaron, garabatearon o pusieron por escrito con elaboradas y floridas expresiones a lo largo, encima, debajo y entre los renglones del texto impreso. A menudo, las notas marginales son el eje de una doctrina estética y una historia intelectual (…). Sin duda éstas pueden formar una verdadera obra de creación, como sucede en el caso de las notas marginales de Coleridge…”. 
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Creo que Borges, libros y lecturas (Ediciones de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2010) nos empezó a descubrir una pequeña parte de ese otro "aleph" borgeano: sus notas de lector.

En la Biblioteca Argentina de Horacio (banquete textual de la Colección "Borges")


Biblioteca Nacional de Argentina. Buenos Aires. Arquitecto: Clorindo Testa
 
Comienzo a leer el libro que Horacio González escribió sobre la Biblioteca Nacional de Argentina. Hasta hace poco González fue su director. La gestión que allí realizó durante varios años creo que concita la admiración de todos, incluso la de sus adversarios políticos. Es uno de los pocos funcionarios del gobierno anterior cuyo trabajo ha sido reconocido –y hasta elogiado- por los del actual. González no sólo condujo admirablemente la institución, sino que la estudió a fondo y la habitó como si se tratara de una ciudad, es decir, de un universo que otros llaman Biblioteca. Podría decirse que hizo historia en ella, además de escribirla. Creo, por cierto, que Alberto Manguel, nuevo director, tiene un gran reto (que seguramente sabrá cumplir): estar a la altura de Horacio González. No digo más.
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El libro de Horacio se titula, precisamente Historia de la Biblioteca Nacional (Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2010). Para tenerlo cerca -mientras leo la “Historia…”-, busco el volumen que durante la gestión de González le dedicó la Biblioteca Nacional a la colección donada por su más famoso director: “Borges, libros y lecturas” (EBN, Buenos Aires, 2010). Lo abro al azar y encuentro que Borges puso en el papel guarda (posterior) de un libro sobre Eliot, esta nota:  

Como un paciente anestesiado sobre una mesa” -29 (cf. Oyuela. Güiraldes) también Obligado. S. V. III, su abanico// ¿tema del doppelgänger? -65”. El libro es de F. O. Matthiessen (The Achievement of T. S. Eliot: An Essay on the Nature of Poetry. London. Oxford University Press, Humphrey Milford, 1935).  
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Voy al comentario que los investigadores de la Biblioteca (Laura Rosato y Germán Álvarez) le hacen a esa pequeña anotación de Borges y percibo en él la magnitud y calidad de su trabajo. Me atrevo a decir que bastaría ese libro para calificar de ejemplar la gestión de González en la preservación del patrimonio literario de Argentina y en el respeto a Borges. La colección que éste donó fue encontrada en un depósito de la Biblioteca, sin clasificación y sin uso alguno. Hoy en día es una fuente invalorable para estudios como el realizado por los citados investigadores.  

Vuelvo al comentario de Rosato y Alvarez, para citarlo íntegro e ilustrar lo dicho: 

“Pág. 29. Traducción de un verso perteneciente a ‘The Love Song of J. Alfred Prufrock’, de T. S. Eliot: ‘Let us go then, you and I, / When the evening is spread out against the sky/ Like a patient etherised upon a table’. En el artículo ‘Sobre la descripción literaria’, Sur, Buenos Aires, a. XII, No. 97, octubre de 1942 encontramos los versos confrontados de Calixto Oyuela: ‘La luna conducía/ su albo bajel por la extensión serena…’; y los de Ricardo Güiraldes: ‘El puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo’. El argumento desarrollado por Borges en el artículo, establece el punto de contacto entre estos versos y el citado de Eliot: ‘Si no me engaño, los ilustres fragmentos que he congregado, sufren de una leve incomodidad. A una indivisa imagen sustituyen un sujeto, un verbo y un complemento directo. Para mayor enredo, ese complemento directo resulta ser el mismo sujeto, ligeramente enmascarado’. Esto también se cumple en los versos de Rafael Obligado, Santos Vega, parte III: ‘El sol ya la hermosa frente/ Abatía, y, silencioso, / Su abanico luminoso/ Desplegaba en occidente’. Ver nota a la página 11 en asiento No. 132.

Pág 65. Análisis del poema ‘Ash Wednesday’: ‘The sinister horror of what he saw below him at the first turning hightened by the very ambiguousness of the expression, ‘the same shape’. Does it mean a spectrae that he has been fleeign from and has felt to be pursuing him up the stair? Or, more terrifying still, does it mean his own very likeness, thus stressing the obsession with self the inability of the individual to escape from the bonds of his own identity? Borges lo relaciona con el tema del Doppelgänger, el fetch, o el otro yo. Ver nota sobre ‘El doble’ en El libro de los seres imaginarios (1967).  

Esta obra fue reseñada por Jorge Luis Borges para la revista El hogar, 16 de octubre de 1936 y está incluida en Textos cautivos (1986)”. 
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Un estudioso del “origen de los textos” podría darse banquete con lo anterior. Otros, lectores mortales no eruditos, con alguna paciencia, podríamos también degustarlo, y es que en pocas líneas Rosato y Álvarez nos han dilucidado la telegráfica y personal nota de Borges. Éste leyó un libro sobre Eliot, no a Eliot (en esa ocasión) y se fijó en dos páginas. Por la primera, anotó en frases muy cortas lo que le interesaba en el momento, así como las asociaciones que la lectura le sugirió. Después escribió una reseña del libro y un artículo en el que tradujo uno de los magníficos versos de Eliot, que comparó gramaticalmente con los de un oscuro poeta argentino (Calixto Oyuela) y con textos de Güiraldes y Obligado. Por la página 65 del libro de Matthiessen, resaltó el vínculo del poema Ash Wednesday de Eliot con el tema del “doble”. Éste -apuntan Rosato y Álvarez-, será más tarde uno de los muchos “seres imaginarios” de Borges y una presencia recurrente a lo largo de su obra. ¿Suficiente? No. En la mesa servida de la nota borgeana -como en la del verso de Eliot- reposa todavía un paciente lleno de signos por descifrar.  

Por lo pronto, este diarista, en la víspera del miércoles de ceniza y antes de volver al libro de Horacio, lee el otro poema de Eliot (Ash Wednesday) y repite: 

Porque sé que el tiempo es siempre tiempo
 y el lugar es siempre y sólo lugar
 (…)
y ruego a Dios que tenga misericordia de nosotros
 y ruego que pueda olvidar yo
 esos asuntos que discuto demasiado consigo mismo
 explico demasiado
 porque no tengo esperanza de volver otra vez
 que respondan estas palabras
 por lo que se ha hecho, para que no se vuelva a hacer
 ojalá el juicio sobre nosotros no sea demasiado gravoso”.
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Leído Eliot, abro la “Historia…” y Horacio me atrapa en la primera línea: 

“Un libro puede ser fruto de una conmoción repentina o de una demorada estadía en la intemperie…”.

sábado, 6 de febrero de 2016

De un diario perdido de Rubén Darío



04-01-16: Debayle quiere trasladarme a León y estoy de acuerdo. Para verme, él ha tenido que venir varias veces a Managua y nunca me encuentra mejor. Cree que allá sí podrá curarme. No termina de comprender que mi mal es soñar y que la poesía es mi camisa de fuerza. A pesar de ese despiste, es el único médico en quien confío. Por eso voy a León. Quiero, además, oír de nuevo una vieja y misteriosa fuente. Allí quiero dejar mi alma. 

05-01-16: Víspera de Reyes. No sé por qué anoche estuve recordando a mi tatarabuelo, a cuyo nombre la familia debe su apellido. Cuando nací en Nueva Segovia (en el departamento de Nueva Segovia, quiero decir), en un pueblito que hoy se llama Metapa, el nombre de pila de mi tatarabuelo era ya patronímico de mi rama paterna. ¿Pero a qué viene esto? ¿Será que es un llamado a pensar en mi hijo de ocho años, que está en España y que antes de Sánchez, lleva mi apellido inevitable? ¿Serán las voces ocultas de mis viejos Daríos? No sé. Ruego a Dios para que mi Güicho tenga mañana, día de Reyes, una hermosa cuelga que lo alegre. 

06-01-16: Día de Reyes y un recuerdo repentino. Apenas se lo comenté, Ingenieros pensó en el experimento. Dios nos perdone. Ambos fuimos responsables de lo que fue una broma inmensa, que, por fortuna, no pasó a mayores. Yo había conocido a comienzos de 1898 a un joven uruguayo que me impresionó mucho por lo fantasioso de su cháchara. El joven me narró increíbles peripecias de su adolescencia, y lo hizo con tal convicción, que, siendo inverosímiles, durante algunos instantes las tuve por ciertas.  

Como el mozo mostraba señales neuropáticas, pensé que podría ser un buen caso para el Dr. José Ingenieros. Así que se lo llevé al consultorio. A los pocos días, el presuntuoso joven oriental estaba convertido en conejillo de indias de un experimento sobre la susceptibilidad a la sugestión que llevaba a cabo mi amigo, quien escribió en la primera hoja de su memoria psiquiátrica, una frase que decía, más o menos, así: ‘Joven de origen incierto, cree haber nacido en Montevideo’.

El plan lo urdimos juntos, a partir de una noticia literaria que leímos varios años atrás en el Mercure de France. Allí, Leon Bloy aseguraba que el extraño libro llamado Chants de Maldoror había sido efectivamente escrito por un uruguayo. Bloy respaldó su certeza con un retrato del autor e informó que el llamado conde de Lautréamont era hijo de un ex cónsul de Francia en Montevideo. Yo le creí todo a Bloy, como debe ser, tratándose de un católico tan devoto y serio como él. Inlcuso, llegué a escribir en mi serie de Los raros un artículo sobre el conde. Mi amigo Ingenieros no le creyó tanto. Sin embargo, su incredulidad no afectó para nada el experimento. Yo, basado en la foto que publicó el Mercure de France, me encargué de hacerle ver al mozo el enorme parecido físico que tenía con Lautréamont. La idea era que se creyera hermano del poeta. Tuve éxito. El joven orate comenzó a presentarse como hermano natural del autor de los Cantos de Maldoror y se inventó una magnífica explicación: en su infancia su madre recibía en la intimidad a un señor francés que no era otro que el cónsul de Francia en Montevideo. Con ese dato, todo lo demás se hizo creíble, aunque se pusiera en entredicho la ‘honra’ de su madre.  

No tardó mucho esa historia en convertirse en comidilla porteña y el ‘hermano de Lautréamont’ comenzó a ser objeto de pesadas burlas. Cuando sentí que nuestro divertimento intelectual y científico, había llegado muy lejos, me asusté y le expresé mis temores a Ingenieros. Éste puso entonces en marcha un experimento curativo: la terapia del ridículo. Consistía en revertir crudamente el proceso de inducción que había generado el imaginario parentesco. No fue fácil, pero también en la cura tuvimos éxito.


Recuerdo que Ingenieros me dijo que el joven no presentaría nunca más síntomas del delirio que le habíamos fabricado. Espero que así haya sido. De todos modos, confesaré mi culpa en su momento. Bueno, ya lo estoy haciendo. Yo pecador…
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07-01-16: Ya estoy en León. Antes de que Sacasa entre al cuarto, debo anotar algo en mi cuaderno, pero, cansado del viaje, no se me ocurre nada. Sólo recuerdo unas palabras que me repito gustoso:  

‘La gritería de trescientas ocas no te impedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior’.  

Me alivian.  

Ojalá que con Juan Bautista haya venido su hermana Casimira.
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08-01-16: Entonces Debayle se salió con la suya. Me engañó diciéndome que era una inyección apenas y no fue así. Él y su colega Lara, el último azteca, convirtieron mi catre en mesa de operación. Cuando me percaté del trance, les dije, furioso: "¡Bestias, me están sacrificando!" Pero nada. Ya habían hecho su carnicería, más para extraer líquido de mi cuerpo que otra cosa. Leve, debo decir. “Morbidezza”, tal vez sea palabra que le calce al tal abuso.  

Más tarde, retoqué un viejo verso: ama tu ritmo y ritma tus dolores. Vinieron a mi memoria los domingos y aquellos bailes de mi infancia, en los que mi primo Pedro y yo éramos almas de la fiesta. Él, por el piano. Yo, por el asunto de los versos.  

Viéndolo bien, siempre ha habido bailes en mi poesía. Espero que a algún crítico no se le escape ese detalle.   

Y ahora, de nuevo, "va entrando Debayle/ en el baile". Espero que no venga con el cuchillo.
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14-01-16: Lo compré en Valparaíso para no seguir tiritando con mi vieja chaqueta de verano. Fue en julio de 1887, con el primer sueldo que pude cobrar en El Heraldo. Hablo de mi querido "ulster", que recordé hace un instante cuando alguien dijo el nombre de Gómez Carrillo.  

En alguna página conté la historia de mi andariego sobretodo, al que hice conocer calles porteñas, empezando por la del Cabo. Después, lo llevé a todas partes, radiante y fiel.

En Santiago visitó La Moneda, pero también los arrabales. A nadie discriminó. Supo de la Bernhardt tanto como de trágicas anónimas. Si hubiera escrito un diario, seguramente habría anotado su encuentro con Balmaceda o su enorme impresión, cuando, yendo hacia Lima, miró la Cruz del Sur por vez primera.  

Pasado el tiempo, un día, en Guatemala, incurrí en la imprudencia de abandonarlo. Llegó a mi hotel un joven escritor que prometía. Cuando me dijo que se iba a París, no se me ocurrió otra cosa que apoyarlo. Y el apoyo fue regalarle mi sobretodo. A los pocos minutos, Enrique Gómez Carrillo (de él se trata) andaba por ahí, pavoneándose con el viejo "ulster" de Valparaíso.  

Ya Debayle está por llegar. Así que no tengo mucho tiempo para seguir recordando. Resumo entonces, al modo de un viejo juego: de Darío a Gómez, de Gómez a Sawa, de Sawa a Verlaine, de Verlaine a Darío. Sí, a Darío.  

Al saber que Gómez Carrillo se lo había dado a Alejandro Sawa, y que, a su vez, este bello loco se lo había regalado a Verlaine, sentí que el sobretodo había vuelto a ser mío. Dios me perdone lo iluso, pero el destino de mi pobre "ulster" me hizo feliz. Aunque haya ido de hospital en hospital, que terminara en el cuerpo de mi padre y maestro mágico, era (y es) para mí una inmensa dicha. No sé cómo llamarla. 

Hasta aquí. Llegó Debayle con su fastidio.
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18-01-16: Vi la fecha en el periódico. Así que cumplo hoy 49. ¡Quién lo diría! Ayer estuve recordando al buey que vi en mi niñez echando vaho un día y a una novia de Metapa, de cuando era un muchacho con ojeras.  Al escribir mi despecho, el humor tomó la pluma y salió aquella coplita: “Casi casi me quisiste;/ casi casi te he querido:/ si no es por el casi casi,/  casi me caso contigo”.
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Casi tengo cincuenta, pero me quedaré en el casi. Acabo de ver en el periódico que el gobierno ya ha decretado las honras fúnebres. Me gustaría que las hicieran antes. Así podría disfrutar de algún brindis, aunque sufra por algunas elegías, pero no. El tropel de los centauros tiene su hora. También la dulce paz de la que huyen cuando llega Diana con su copa de agua del olvido.
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Hoy ha venido a visitarme alguien que siempre me hace feliz. Entró callada y con sigilo. Es mi tía: “mi mamá Bernarda”. Me gustaría reposar para siempre junto a ella, contemplando las cosas. Mejor dicho, sus enigmas.   

Yo soy aquel que ayer no más decía
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25-01-16: Anoche soñé con Jorge Castro, el buen amigo costarriqueño con quien tuve aquel episodio psicofísico que narré en un artículo. Esta vez Jorge vino a decirme que yo también estaba cumpliendo el compromiso. Cuando intenté tocarlo, desapareció. Todavía tiemblo. Escribo estas líneas desde el susto. 
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Atardece. Vino Luis y le conté el sueño.  Nos reímos. "Parece que Castro lo que quería era darte ánimo", me dijo. "Escribir un sueño es un modo de animarse y tú lo hiciste”, añadió Debayle. Sus palabras surtieron efecto. Ya en paz, recordé a Castro y los ruidos que una noche en Guatemala me anunciaron su muerte. Son los ruidos de uno de mis Nocturnos. Le pedí a Debayle que me leyera algo del joven Jiménez, a quien un día advertí que si su corazón era capaz de interpretar las voces ocultas, siguiera su rumbo de amor, porque era poeta.  

Debayle busca y encuentra un artículo de Jiménez sobre mi diario italiano. Allí, contrariando a Rufino Blanco, afirma el andaluz que no es cierto que mis Peregrinaciones sean sólo periodísticas. Son poéticas, dice. 

Luis consigue, por fin, un poema y lee: 

“Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria. 

Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana,
entrará una brisa fresca,
preguntando por mi alma”.
 

Pienso que Jiménez no ama sólo la brisa fresca, sino también la ventana. Le pido a Debayle que lo deje hasta ahí. Quiero quedarme dormido con esa imagen.
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30-01-16: Durante mucho tiempo perseguí una forma que no encontraba mi estilo. Quizá mi estilo era sólo la búsqueda del ritmo de la palabra en la palabra.
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Conocí el sonido de unas voces, el resonar de una puerta, algún lejano ruido. No siempre supe qué decían esas voces, pero procuré que tuvieran cuerpo en el poema. A veces sentía miedo. No sé si alguien descubrirá más tarde que intenté diseñar las salas de baile de mi tiempo bajo principios pánicos que disimulé en los decorados. Allí me moví como pez en el agua. Poblé de imágenes extrañas un territorio que languidecía. Quizá haya valido la pena. En todo caso, fui audaz. Tal vez, cosmopolita.
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Tuve amigos jóvenes a quienes di este consejo: “Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí”. Muchos no me hicieron caso y se dedicaron al calco de algunos artificios.  Pienso que Lugones podría ser una buena excepción entre esos mimetismos. 

He recordado estas cosas porque Sacasa me ha pedido que le hable de mis libros, a él y a Luis. Ya vienen por ahí. A Luis le gusta entrar recitando aquel poema que escribí para su hija Margarita Debayle Sacasa. 

Sí,  “está linda la mar”. Lo demás es silencio y belleza.
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03-02-16: Seis de la mañana y "la interminable frescura" que sentí en uno de mis versos ha vuelto como imagen. Cuando hace tres días firmé mi testamento y vino Luis de testigo, se lo dije: el alma de las cosas persiste en nosotros.  

Si bien los cisnes unánimes no son inagotables, sí lo es la serenidad de su lago. Hoy me consuela. Tiene un tono verde claro y una pequeña mancha de aceite, hermosa también. Me veo en una barca. Fumo una pipa y pienso en mi Nicaragua lejana.
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Al obispo de León acabo de decirle que creo en Dios. No le dije que ese Dios era la belleza del mundo. Lo es. Su impresión llena mi memoria en este instante.
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04-02-16: ¿Más levitas? ¿No fue suficiente mi confesión con el Obispo? Ah, ya lo sé. Es el Padre Reguera. Seguramente cree que me va a aliviar con su mariguana, como lo hizo una tarde en el campamento de Carranza. No me acordaba que hace un rato pregunté por él y me dijeron que estaba ocupado, porque le faltaban tres por fusilar. No debería estar acordándome de esos fantasmas. Ojalá no me hagan caso. Que se queden en mis cuentos, como Rufo Galo.   
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05-02-16: No puedo más. Ya no oigo el agua de la fuente. Todo parece inanimado. Tráiganme el Cristo que me regaló Amado Nervo”. 

(A eso de las cinco repitió lo del Cristo. Se lo pusieron en el pecho y comenzó la agonía).
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Nota: De la historia que se cuenta en la anotación del 06-01-16 tuve noticias por Horacio González, quien hasta hace pocos días fue el gran director de la Biblioteca Nacional de Argentina de los últimos tiempos. González la refiere magníficamente en su libro Restos pampeanos. Esa entrada del "diario" imaginario de Darío no es más que una glosa de las páginas de González.