Holbein, el joven. Retrato de una desconocida
Visito de nuevo dos diarios de escritura. Se
trata del registro de una lucha cotidiana por la poesía: tanteos, borradores,
ideas, correcciones, idas y venidas. En fin, toda una agonística. Uno de los
diarios es de Carlos Barral, de la época en que escribió Metropolitano y 19
figuras de mi historia civil (Diario de Metropolitano). El otro es
de Alberto Girri (Diario de un libro), escrito mientras componía En la
letra, ambigua selva.
Alguna vez pensé que podrían ser útiles en un
taller de poesía y los incluí entre las lecturas a realizar. La idea era que
los dos diarios dialogaran y que los “talleristas”, por nuestra parte,
tratáramos de hacerlo con ellos. Todavía no he hecho ese taller, pero esta
nueva relectura me indica que ese diálogo valdría la pena. Son dos poetas
aparentemente muy distintos, pero con visiones estéticas que coinciden a veces
en algún punto. Uno está en Barcelona y comienza su largo periplo a mediados de
los 50. El otro, en Buenos Aires, en 1971.
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Para prepararse, Barral piensa que debe
imponerse una disciplina de economía literaria y suprimir, por ejemplo, “todos
los derivativos”. Así lo anota el 11 de enero de 1955. Por su parte, Alberto
Girri, el mismo día (11 de enero), pero de 1971, piensa que las virtudes de la
prosa pueden ayudarlo: “verdad, desnudez, economía, eficacia”. Y añade: “La
peculiar autenticidad de la buena prosa aligerando de divagaciones cualquier
proyecto de poema, recordándonos que el poema es, además de un objeto, una
experiencia moral”.
Al día siguiente, Girri trabaja el poema
“Relaciones con gemas”. Para describir las gemas, se impone “concisión y
rapidez” y elige un modelo: determinada fase de “Trece maneras de contemplar un
mirlo”, de Wallace Stevens. Sólo decirlo fue –de algún modo- resolver el texto
y el cómo hacerlo pasó a ser contenido. Así, el día 13 de enero transcribió su
tramo final:
“tantas
son
las
provocaciones que suscitan
cuantas
las de considerar un mirlo
(trece,
enumeró Wallace Stevens,
frecuentador
de mirlos),
aunque las
gemas no silben, no griten
y su
dureza y pureza atraigan por alusiones,
y nunca
alcancen, como el mirlo,
a fraguar
una unidad con el hombre y la mujer”.
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El 16 de enero Carlos Barral escribe un díptico
que le suena a Guillén, por el uso de algunas palabras sin tradición poética:
“sucesivos”, “incompleto”. Le agrada la asociación y afirma: “Me parece
perfectamente admisible”. Aprecia algunas reiteraciones en su texto y se
propone evitarlas. Uno piensa que el modelo Guillén será de gran ayuda. También
uno recuerda: recuerda la extraordinaria anécdota de Guillén en Barcelona,
contada por Barral en Los años sin excusa.
Alberto Girri, el 16 de enero de 1971, se
pregunta si no sería ideal que no haya ningún término para designar lo que
habitualmente llamamos poesía, como ocurre en la literatura china, “según dice
V”. Encuentra que muchas de las virtudes supuestamente exclusivas de la poesía
(ritmos, aliteraciones, repeticiones, polifonía) se perciben “aun en la más
modesta de las traducciones, en textos como el Tao Te Ching” y “en mucha
de la prosa de Borges”.
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Barral anota que sigue leyendo las Memorias
de Retz y el Journal de Gide. Escribe: “Pienso en la posibilidad de procurar
hacerme una prosa como quehacer inmediato, sucesor de Metropolitano”. Sin duda,
esa anotación puede leerse hoy como un primer anuncio del gran memorialista de Años
de penitencia, Los años sin excusa y otros
formidables volúmenes autobiográficos. Es el 20 de marzo de 1955.
Alberto Girri, para un día semejante del 71
tiene ya concluido otro poema Poco más
tarde seguirá anotando sus desvelos ante la “prosa textual”. Con esa expresión,
por cierto, titulará uno de sus textos sobre Mozart.
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Cuatro años después (17 enero del 59) un
recuerdo de “voyeur” le permite a Barral, escritor lento, componer de un tirón
una pieza de 26 versos. No la juzga en su anotación de ese día, aunque diga que
probablemente sea mala. Le añade un verso: el penúltimo, y cierra el
comentario, diciendo: “Lo dejaremos dormir”. Es nada menos que el estupendo
poema Baño de doméstica, cuyo final los lectores de Barral no olvidan, no
olvidamos:
“Su
espléndido desnudo,
al que las
ramas rendían homenaje,
admitiré
que sea
nada más
que un recuerdo esteticista.
Pero me
gustaría ser más joven
para poder
imaginar
(pensando
en la inminencia de otra cosa)
que era el
vigor del pueblo soberano”.
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El 3 de mayo de 1971, al referirse a su poema
sobre Holbein, Alberto Girri piensa que debe corregirlo y rememorar la claridad
del dibujo, “estrictamente concentrado en la observación del modelo”. Añade:
“El modelo de Holbein sigue viviendo porque encierra algo que vive por sí
mismo, que no puede morir”. El poema está concluido y este es su final:
“Lo
duradero es estático, sólo
el arte
consigue el punto de equilibrio
entre una
masa y su punto de apoyo”.
¿No será ese el mismo punto de equilibro entre
el recuerdo de Barral y la imagen espléndida que pervive en sus versos?
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Barral tardó años. Girri ocho meses. En ambos,
la llegada fue estupenda. También lo fue, sin duda, el trayecto que registran
sus diarios.
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