martes, 23 de febrero de 2016

Diarios de escritura


Holbein, el joven. Retrato de una desconocida
 
Visito de nuevo dos diarios de escritura. Se trata del registro de una lucha cotidiana por la poesía: tanteos, borradores, ideas, correcciones, idas y venidas. En fin, toda una agonística. Uno de los diarios es de Carlos Barral, de la época en que escribió Metropolitano y 19 figuras de mi historia civil (Diario de Metropolitano). El otro es de Alberto Girri (Diario de un libro), escrito mientras componía En la letra, ambigua selva 

Alguna vez pensé que podrían ser útiles en un taller de poesía y los incluí entre las lecturas a realizar. La idea era que los dos diarios dialogaran y que los “talleristas”, por nuestra parte, tratáramos de hacerlo con ellos. Todavía no he hecho ese taller, pero esta nueva relectura me indica que ese diálogo valdría la pena. Son dos poetas aparentemente muy distintos, pero con visiones estéticas que coinciden a veces en algún punto. Uno está en Barcelona y comienza su largo periplo a mediados de los 50. El otro, en Buenos Aires, en 1971.
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Para prepararse, Barral piensa que debe imponerse una disciplina de economía literaria y suprimir, por ejemplo, “todos los derivativos”. Así lo anota el 11 de enero de 1955. Por su parte, Alberto Girri, el mismo día (11 de enero), pero de 1971, piensa que las virtudes de la prosa pueden ayudarlo: “verdad, desnudez, economía, eficacia”. Y añade: “La peculiar autenticidad de la buena prosa aligerando de divagaciones cualquier proyecto de poema, recordándonos que el poema es, además de un objeto, una experiencia moral”.  

Al día siguiente, Girri trabaja el poema “Relaciones con gemas”. Para describir las gemas, se impone “concisión y rapidez” y elige un modelo: determinada fase de “Trece maneras de contemplar un mirlo”, de Wallace Stevens. Sólo decirlo fue –de algún modo- resolver el texto y el cómo hacerlo pasó a ser contenido. Así, el día 13 de enero transcribió su tramo final: 

tantas son
las provocaciones que suscitan
cuantas las de considerar un mirlo
(trece, enumeró Wallace Stevens,
frecuentador de mirlos),
aunque las gemas no silben, no griten
y su dureza y pureza atraigan por alusiones,
y nunca alcancen, como el mirlo,
a fraguar una unidad con el hombre y la mujer”.
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El 16 de enero Carlos Barral escribe un díptico que le suena a Guillén, por el uso de algunas palabras sin tradición poética: “sucesivos”, “incompleto”. Le agrada la asociación y afirma: “Me parece perfectamente admisible”. Aprecia algunas reiteraciones en su texto y se propone evitarlas. Uno piensa que el modelo Guillén será de gran ayuda. También uno recuerda: recuerda la extraordinaria anécdota de Guillén en Barcelona, contada por Barral en Los años sin excusa 

Alberto Girri, el 16 de enero de 1971, se pregunta si no sería ideal que no haya ningún término para designar lo que habitualmente llamamos poesía, como ocurre en la literatura china, “según dice V”. Encuentra que muchas de las virtudes supuestamente exclusivas de la poesía (ritmos, aliteraciones, repeticiones, polifonía) se perciben “aun en la más modesta de las traducciones, en textos como el Tao Te Ching” y “en mucha de la prosa de Borges”.
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Barral anota que sigue leyendo las Memorias de Retz y el Journal de Gide. Escribe: “Pienso en la posibilidad de procurar hacerme una prosa como quehacer inmediato, sucesor de Metropolitano”. Sin duda, esa anotación puede leerse hoy como un primer anuncio del gran memorialista de Años de penitencia, Los años sin excusa y otros formidables volúmenes autobiográficos. Es el 20 de marzo de 1955.  

Alberto Girri, para un día semejante del 71 tiene ya concluido otro poema  Poco más tarde seguirá anotando sus desvelos ante la “prosa textual”. Con esa expresión, por cierto, titulará uno de sus textos sobre Mozart.
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Cuatro años después (17 enero del 59) un recuerdo de “voyeur” le permite a Barral, escritor lento, componer de un tirón una pieza de 26 versos. No la juzga en su anotación de ese día, aunque diga que probablemente sea mala. Le añade un verso: el penúltimo, y cierra el comentario, diciendo: “Lo dejaremos dormir”. Es nada menos que el estupendo poema Baño de doméstica, cuyo final los lectores de Barral no olvidan, no olvidamos: 

Su espléndido desnudo,
al que las ramas rendían homenaje,
admitiré que sea
nada más que un recuerdo esteticista.
Pero me gustaría ser más joven
para poder imaginar
(pensando en la inminencia de otra cosa)
que era el vigor del pueblo soberano”.
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El 3 de mayo de 1971, al referirse a su poema sobre Holbein, Alberto Girri piensa que debe corregirlo y rememorar la claridad del dibujo, “estrictamente concentrado en la observación del modelo”. Añade: “El modelo de Holbein sigue viviendo porque encierra algo que vive por sí mismo, que no puede morir”. El poema está concluido y este es su final:
 
Lo duradero es estático, sólo
el arte consigue el punto de equilibrio
entre una masa y su punto de apoyo”. 

¿No será ese el mismo punto de equilibro entre el recuerdo de Barral y la imagen espléndida que pervive en sus versos?
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Barral tardó años. Girri ocho meses. En ambos, la llegada fue estupenda. También lo fue, sin duda, el trayecto que registran sus diarios.

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