Antonio Saura. De la serie Don Quijote
Cinco de la mañana y la primera apariencia: todo
está cálido y oscuro. Las cosas, ahora confundidas, irán tomando forma poco a
poco. Procuro no hacer ruido y voy hacia los libros, que son un bulto. Acá está
el de Ortega que saqué anoche. Lo distingo por el tamaño. Es la pequeña edición
de las Meditaciones del Quijote que hizo Aguilar. Disfruto ese
momento. Cuando encienda la luz leeré aquel párrafo acerca del afán de
comprender que tanto me gusta. Ortega confiesa allí, que, a la mañana, cuando
se levanta, “recita una brevísima plegaria, vieja de miles de años,
un versillo del Rig-Veda, que contiene estas pocas palabras aladas: ‘Señor,
despiértanos alegres y danos conocimiento”. Preparado así –añade- “me interno en las horas luminosas o
dolientes que trae el día”.
Pero aún no leo. Sólo palpo y recuerdo. Me
gustaría quedarme en el umbral.
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