Eduardo Chirinos (Lima, 1960 - Missoula, 2016)
Domingo de nubes con sol y un poema de Chirinos
sobre el nuevo arte de hacer poemas. Chirinos se levanta temprano y hace
ejercicios para el cuello y para los brazos (quiere evitar su “molesta
rotación”). Se prepara el desayuno y copia al azar un libro. Miente, dice (por
lo del azar, pienso yo, que estoy glosando a Chirinos). Él recuerda que ayer
les leyó a sus alumnos el poema “Musée des beaux arts”, de Auden y comentó el
Ícaro de Brueghel. Le da vueltas al café con una cucharita, abre una página y
lee: “Tuya es la imagen disciplinaria/ que me refrena del agradable error, de
las garras/ del turbulento desorden”. Informa que el maestro es James y que
Auden visitó su tumba en la primavera del cuarentaiuno, cuando seguramente ya
los alemanes habían bombardeado Birmingham y le dejó unas violetas (como las
que Cernuda le dejó a Larra un día). Yo decido parar la glosa (ese era mi
ejercicio) y copiar (otro ejercicio) el resto del magnífico poema de Chirinos:
Me gusta
la serenidad de Auden.
La severa inflexión que impone a su desorden,
el asomo de error que nunca falla. Siempre
lo supe, viejo Auden, sólo quien se sabe presa
del desorden se exige disciplina. Esta mañana
he hecho media hora de ejercicios, he tomado
el desayuno y leído estos versos de Lope (a
quien Auden con toda seguridad desconocía):
"Porque a
vezes lo que es contra lo justo
por la misma razón deleyta el gusto"
por la misma razón deleyta el gusto"
(Eduardo Chirinos, Arte nuevo de hacer poemas, de Mientras el lobo está).
--
Ayer leí que Chirinos murió el miércoles pasado.
El próximo mes iba a cumplir 56. Hace cinco años, en Lima, compré dos de sus
libros. Uno es de poemas: Breve historia de la música. El
otro, de ensayos: Los largos oficios inservibles. En uno de los textos de este
último cuenta una magnífica anécdota en la que aparecen Rafael Cadenas y Carlos
Contramaestre. Cadenas, con un verso que Chirinos retoca en su recuerdo, y
Contramaestre, en Madrid, como el amigo que lo iniciaba en el conocimiento de
la poesía venezolana y -de algún modo- en el oficio de ser también
“contramaestre”.
Transcribo la estupenda página de Chirinos con
Contramaestre, con el verso de Cadenas y con eso que a todos alguna vez nos
pasa:
“Cuando
vivía en Madrid (estoy hablando de los años 1986 y 1987) solía visitar a mi
amigo, el poeta Carlos Contramaestre, en su oficina de la embajada de
Venezuela. En nuestras conversaciones él lograba olvidarse que era agregado
cultural y yo que era un simple estudiante becado. De ese modo me fui
familiarizando con las obras de José Antonio Ramos Sucre, de Juan Sánchez
Peláez y de Rafael Cadenas, de quien solo había leído ‘Derrota’ porque es el
único poema suyo que aparece en las antologías. Cuando se lo comenté, Carlos
puso sobre el escritorio todos los libros que tenía de Cadenas y en un gesto
muy suyo me los regaló, no sin antes decirme: ‘Eduardo, tienes que escuchar
esto’, y abriendo al azar uno de los libros me leyó en voz alta un poema. No
puedo recordar de qué poema se trataba, pero un verso suyo me cautivó para
siempre: ‘Las palabras que recorrí con mi padre’. La imagen del muchacho que
recorre con su padre un territorio poblado de palabras me hizo ver cuán
poderosamente podía un solo verso condensar todo lo que sentía sobre la
tradición literaria y, de paso, sobre mi propio padre. Cuando se lo comenté,
Carlos mi miró con sorpresa y dijo: ‘¡Pero yo no he leído eso que tú dices!’.
Volvimos a revisar el poema y el único verso más o menos parecido que
encontramos fue (cito de memoria): ‘Los territorios que recorrí con mi padre’.
¿Qué hizo que mi oído registrara ‘palabras’ allí donde decía ‘territorios’? No
hay entre ellas la más remota semejanza que justifique el error. Tampoco hay
correspondencias léxica, ni el recuerdo de una palabra descolgada
caprichosamente en otro verso. Tuve la vanidad de creer que ese verso me
pertenecía, y no tardó en aparecer en un poema que entonces estaba escribiendo.
Años después, cuando murió mi padre, el mismo verso volvió a visitarme para
decirme su verdad, que es la de todos”.
--
Curioso, el mismo día que leí esa bella crónica
de Eduardo Chirinos, busqué el origen de la frase y copié el poema completo de
Cadenas al margen de la página, para ilustrar su diálogo con la feliz
interpolación del peruano:
Flacos
dedos
me asuelan.
El cielo se estanca
en mi pozo.
La magia
está herida.
Vivo
como la tierra de donde vine,
la tierra que recorrí con mi padre.
Las palabras
no dicen en este confín.
(Rafael Cadenas)
Es el poema 5 del libro Intemperie, publicado en
1977, en Mérida, con una nota de Arnaldo Acosta Bello en las solapas y un
dibujo de Carlos Contramaestre en la portada.
-
A Contramaestre dedicó Chirinos, además de un
emotivo obituario, sus Canciones del Herrero del Arca. Leo
una:
Me lo dijo una voz sabia:
Tú serás
contramaestre del Arca.
Describirás
con amor los animales vivos,
echarás
por la borda los animales muertos.
Entonces
me convertí en Herrero.
--
Que en paz descanse el Herrero del Arca. La
paloma ha llegado con sus plumas mojadas y yo oigo en la Breve historia de la música
el carnaval de los animales.
Sigue el domingo de nubes con sol, según
sentencia del tiempo.
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