miércoles, 31 de agosto de 2016

Traen erre


Luis Seoane. Martín Fierro

Cinco de la mañana y Martín Fierro, de nuevo. Me recuerda que hoy termina el cuarto mes del año sin “erre”. Mañana vuelven los que la tienen. Train erre, decía el gaucho, que tenía bien sonoras las suyas.
 
El valor y la prudencia también las tienen y no están reñidos con la rebeldía.

domingo, 28 de agosto de 2016

¿A murmurar llamas filosofía?




Nunca está de más volver a Cervantes. En una de sus novelas ejemplares, este coloquio canino, que a veces viene como anillo al dedo: 

"CIPIÓN.- Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermano Berganza. 

BERGANZA.- Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance, y yo he visto letrados tontos, y gramáticos pesados, y romancistas vareteados con sus listas de latín, que con mucha facilidad pueden enfadar al mundo, no una sino muchas veces. 

CIPIÓN.- Dejemos esto, y comienza a decir tus filosofías. 

BERGANZA.- Ya las he dicho: éstas son que acabo de decir. 

CIPIÓN.- ¿Cuáles?

BERGANZA.- Estas de los latines y romances, que yo comencé y tú acabaste. 

CIPIÓN.- ¿Al murmurar llamas filosofar? ¡Así va ello! Canoniza, canoniza, Berganza, a la maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieres, que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores; y por tu vida que calles ya y sigas tu historia”.

jueves, 18 de agosto de 2016

Alfajor de Zafra


 
En una de sus magistrales conferencias, la dedicada a las nanas infantiles, se refirió a la dulcería española: 

Todos los viajeros están despistados. Para conocer la Alhambra de Granada, por ejemplo, antes de recorrer sus patios y sus salas, es mucho más útil, más pedagógico comer el delicioso alfajor de Zafra o las tortas alajú de las monjas, que dan, con la fragancia y el sabor, la temperatura auténtica del palacio cuando estaba vivo, así como la luz antigua y los puntos cardinales del temperamento de su corte. 

Ese párrafo vale más que una declaración de la UNESCO sobre patrimonio inmaterial. Continúa: 

En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia, su luz permanente sin fechas ni hechos. El amor y la brisa de nuestro país vienen en las tonadas o en la rica pasta del turrón, trayendo viva vida de las épocas muertas, el contrario de las piedras, las campanas, la gente con carácter y aun el lenguaje.

La geografía espiritual del flamenco, recorrida por el poeta, pasa, sobre todo, por el oído y por el gusto. 

Vayamos hoy a la cocina, por lorquianas, por bulerías. En el recetario de las monjas dominicas del Monasterio de Santa Catalina de Zafra está la guía para la merienda de este dia en que recordamos al poeta asesinado por los fascistas, hace 80 años, en Granada. En su Granada.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Reversos de Sancho y de Baquero


Seis de la mañana y las canciones de amor de Sancho Panza. Empecé la jornada con Rostros del reverso, el magnífico diario de Lorenzo García Vega, que, Dios me perdone, me olvidé de incluir (y hasta de mencionar, lo que es el colmo) en el taller sobre escrituras íntimas. Lo abrí al azar y me dejé llevar por un viejo subrayado. Ahí estaba Gastón Baquero, en la entrada del seis de diciembre de 1968, relatándole a García Vega, en Madrid, la génesis de su Madrigal para Nefertite: 

Gastón habla, corta las frases, con vigor, pero con cubana socarronería: es como si Cocteau se hubiera disfrazado de general haitiano.

La cita de unos versos de Baquero me condujo a la antología de sus poemas. Es, justamente, en sus páginas donde estoy ahora. Releí el Madrigal para Nefertite, por supuesto, y el deslumbrante y divertido Memorial de un testigo, con sus “rostros del reverso”, para usar la estupenda frase de García. Quise anotar algo sobre las líneas de los tulipanes que adornan la ventana de Baquero y que él no recordaba si le fueron regalados por Cristina de Suecia o por Eleonora Duse, pero me detuve en las “mudas endechas” de amor que el joven Sancho le enviaba a Teresa, llenas de gracia y de “allegrezza”. Que lo digan esta carta de celos (no siempre estaba Sancho pleno de "contentura") y la nota que al final puso Baquero, encantadora también: 

Celos 

No quiero que mires
al Illán de Vargas.
Si te da quesillos,
si la miel te lleva,
si los berros frescos
en tu casa deja,
no quiero que mires
al que va diciendo
que tú eres su novia
y yo su burlanza. 

Si me dan desdenes
por Illán de Vargas,
romperé a puñadas
la cerca de piedras,
y echaré a los aires
a esos pajaritos
que tanto tú quieres:
el sacre de nieve
y el neblí de llama.
No quiero que mires
al Illán de Vargas,
o tendré que irme
de nuevo a las cuevas
¡a purgar desdenes
con ciruelas pasas!
 --

Nota:

En la canción de Lope titulada ‘Murmuraban al poeta la parte donde amaba, por los versos que hazía’, aparecen estos versos: ‘Que Amor es un compuesto de accidentes. A quien los celos dan chanzas corrientes. Y Fénix de sus brasas, purga desdenes con ciruelas pasas’. Ese sacre y ese neblí, con otras aves que aparecen en otras canciones de esta serie, están tomados de Góngora; lo mismo quesillos”. 

(Gastón Baquero. Canciones de amor de Sancho a Teresa)

domingo, 14 de agosto de 2016

El atizador



Como dijo una vez Alfredo Deaño: para apreciar bien a este filósofo no sólo se requiere leerlo, sino también saber escuchar a Mahler, a Brahms, a Schoenberg, a Bach. Y todavía más: para rescatarlo de la burocracia académica que pretendió hacerlo inaprehensible, es bueno acompañarlo de Musil, de Broch, de Adolf Loos y de Alma Mahler, señora tentacion en la Viena de su tiempo. Y, por supuesto, no separarlo tanto de su amigo Bertie.
 -- 

Cuenta Rudolf Carnap que cuando lo conoció -advertido ya por Schlick-, lo dejó hablar. Sólo después, y con mucha cautela, le hizo algunas preguntas. A pesar de su temperamento amable, "era hipersensible y se irritaba con facilidad", añade el filósofo.
-- 

Es famosa la anécdota que Popper refirió en su autobiografía y que dos periodistas británicos de la BBC se encargaron de confrontar con las versiones de testigos presenciales, dando lugar a un libro titulado Wittgenstein's Poker: the Story of a Ten-Minute Argument Between Two Great Philosophers (2001), en el que los detalles del episodio varían de una memoria a otra y hasta uno de los testigos (discípulo fiel de Wittgenstein) llega a decir que el hecho fue totalmente una invención.

El origen de esa especie de leyenda “filosófica” se encuentra en esta breve narración de Popper, de cuya veracidad no dudamos, aunque sean “refutables” algunas de sus “precisiones”: 

"... continué diciendo que si yo pensara que no había genuinos problemas filosóficos, no sería ciertamente un filósofo; y que el hecho de que muchas personas, o quizá todas, adoptaran irreflexivamente soluciones insostenibles para muchos o, quizá, todos los problemas filosóficos, proporcionaba la única justificación para ser filósofo. Wittgenstein saltó de nuevo interrumpiéndome y habló largo y tendido acerca de rompecabezas y de la no existencia de problemas filosóficos. En un momento que me pareció apropiado le interrumpí y presenté una lista que tenía preparada de problemas filosóficos, tales como: ¿conocemos las cosas a través de nuestros sentidos?, ¿obtenemos nuestro conocimiento por inducción? Wittgenstein rechazó estos problemas por ser más lógicos que filosóficos. Me referí entonces al problema de si existe el infinito potencial, o quizá incluso el actual, problema que rechazó por ser matemático. (Este rechazo se reflejó en las actas.) Mencioné entonces algunos problemas morales y el problema de la validez de las reglas morales. En este punto, Wittgenstein, que estaba sentado junto a la chimenea y había estado jugueteando nerviosamente con el atizador, que a veces usaba como batuta de director para recalcar sus afirmaciones, me desafió: ¡dé un ejemplo de una regla moral!’, y yo repliqué: ‘no amenazar con atizadores a los profesores visitantes.’ Tras lo cual, Wittgenstein, en un acceso de rabia, tiró el atizador y abandonó furioso el lugar, dando un portazo".
-- 

Cuentan que Russell (otro testigo presencial), dijo: “¡Wittgenstein, suelte de una vez ese atizador!”, y que en ese momento el “ingeniero alemán” (que no era ni ingeniero ni alemán, sino filósofo y austríaco), salió enfurecido de la sala. Vaya usted a saber si fue así o si la réplica de Popper fue dicha después de que Wittgenstein abandonó la sala sin mayor rabieta, sino con su habitual intemperancia. No sabemos. Lo cierto es que a partir de ese relato se habla del “Principio popperiano del atizador”, que es un principio de buena hospitalidad, esbozado con ingenio al calor de un debate legendario.  

De ese hecho, ocurrido en el Centro de las Ciencias Morales de Cambridge, se cumplirán 70 años el próximo 25 de octubre. No estaría mal celebrarlo leyendo a sus dos protagonistas y volver a preguntarse si, en verdad, no hay que asombrarse de que los problemas más profundos no sean propiamente problemas.  

 Comencemos a atizar el fuego.

jueves, 11 de agosto de 2016

Los peligros de la ironía


 Alfonso Reyes en el balcón de su casa madrileña. Barrio de Salamanca. 1918
 
Desde bien temprano, la prosa más amable. Por unas ganas repentinas de leer a Alfonso Reyes, busqué sus “páginas del jueves” en El Sol, incluidas en la primera serie de Simpatías y diferencias. En la dedicatoria me esperaba un sorbo de miel de aricas para devotos de la imprenta, y es que Reyes ofrendó el libro a los tipógrafos y correctores del diario madrileño y destacó “la más alta condición de su oficio”: la serenidad. Nada mejor para enfrentar las impaciencias.  
 
Pocas páginas después, en una reseña de un libro de A. Dobson (A Booksman’s Budget) Reyes refiere maravillas. Una: el libro mismo. Se trata de una especie de “silva de varia lección” hecha de recortes, ocurrencias, “pequeñas erudiciones amenas” y apuntes cotidianos. Otra: el nítido perfil que Reyes traza de los amantes de esos libros, diferenciándolos de lectores menos felices. Los primeros (entre los que se apunta) van a los libros (a todos) por amor, “como a un cultivo benéfico y diario del espíritu”. Son los auténticos “aficionados a leer”. Tienen a los libros por amigos. Los segundos, por oficio o por aburrimiento, buscan en los libros “el amargo tónico de los rencores políticos” o convierten en libro de consulta un volumen de “palpitantes versos”. No conocen el placer de acariciar los libros y sólo andan pendientes de gazapos que suelen no ser tales. Para ese tipo de lectores no publicó Dobson sus retazos. 
 
Tampoco para ellos incluyó Reyes en su artículo esta formidable anécdota acerca de los riesgos de la ironía. La encontró en Dobson y la refirió así: 
 
En Los peligros de la ironía encontramos la graciosa anécdota del ladrón sorprendido. El defensor no hallando mejores razones, alega que su cliente era aficionado a dar paseítos nocturnos por las azoteas de la vecindad, y que a veces le sucedía meterse por otra azotea en vez de la suya. El juez, Lord Bowen, no pudo menos de sentirse irónico ante tan ingenuos alegatos, y dirigiéndose a los señores del jurado, para resumir el proceso, exclamó: 
 
-Y ahora señores, si creéis realmente que el reo no pretendía más que salir a sus habituales ejercicios nocturnos por los techos de la vecindad; si aceptáis que sólo se quitó las botas antes de bajar a la casa de su vecino con el laudable propósito de no molestarlo al ruido de sus pasos; si consideráis que el hecho de embolsarse algunas piezas de la cuchillería de plata no era más que un acto de inocente curiosidad de ‘connaisseur’, entonces, señores del jurado, y sólo entonces, dejaréis al reo en libertad.  
 
Con gran sorpresa del juez, el jurado puso inmediatamente al reo en libertad”.  
 
Al final Reyes le pregunta a Azorín si sabe de alguien que pueda escribir en España un libro como el de Dobson. Y que si sabe, que acuda rápido a ese ser para que lo haga, porque “las víctimas del estío madrileño solemos esperar para octubre la llegada de los nuevos libros y los viejos amigos”.  
 
(El artículo de Reyes se titula El museo privado de un escritor. Fue publicado en 1918)

miércoles, 10 de agosto de 2016

Dioses al agua



Seis de la mañana. Llueve. "De pronto lo antiguo se precipita. Lo antiguo cae de las nubes", decía Pascal Quignard en Butes. Eso recuerdo cuando la lluvia arrecia.
-- 

Se confundían en las asambleas y paseaban juntos por el jardín. Intercambiaban ademanes. Se reflejaban y se descubrían, complacidos, en los ojos del otro. Parecían todos del mismo linaje, aunque no tuvieran exactamente los mismos atributos e idénticas debilidades. Era la época dorada. Con el tiempo fueron separándose y cada uno buscó el lugar que creyó destinado para sí. En una que otra ocasión han vuelto a encontrarse, como Hesíodo y Mnemósine, que charlaron casi en la intimidad en aquel inolvidable diálogo de Cesare Pavese.
-- 

Releo Olímpicas, un hermoso poemario de Juan Antonio González Iglesias, que busqué hace un rato, después de ver a unas chinas que saltaban en Río de Janeiro como diosas. Lo eran.  

El poeta de Salamanca escribió: 

NO SABEMOS


No sabemos muy bien cómo se mueven
los dioses. No se dejan
últimamente ver. Pero podemos
hacernos una idea:
no como los pesados sacerdotes
de las tres religiones reveladas.
Más bien, se moverán
como esos dos que vuelan
-salto sincronizado masculino-
desde un trampolín único
y el aire los espera y el agua los espera,
azul y más azul.
En cuanto a nuestros dioses,
si deciden volver,
estamos preparados para reconocerlos. 

(Juan Antonio González Iglesias, Olímpicas)
--


Mnemósine le recordó a Hesíodo (Pavese, Diálogos con Leucó) que el mundo tiene estaciones y que el tiempo de la convivencia entre los hombres y los dioses ya había pasado. Pero Hesíodo, poeta, y que sabe decir las cosas que recuerda, traza la esperanza de un retorno: el ciclo de las estirpes. Así lo apunta Kerényi en el otro libro que busqué después de contemplar a las inmensas chinas: La religión antigua.

¡Que haya poetas en el Comité Olímpico!




Alabó Píndaro la audacia de los cuerpos y el fulgor de las carreras. No escatimó loores para quienes, por sus triunfos en los juegos, alcanzaron una dulce placidez por el resto de sus días. Así, cantó a Hierón de Siracusa, quien amaba los caballos y en el año 476 fue vencedor indiscutido.  

Al comienzo de ese canto, tenido por Luciano como el más bello de todos, Píndaro hizo la alabanza del agua y del oro, “como ardiente fuego”, pero los primores de su himno los reservó para ensalzar a los vencedores en Olimpia, premiados por los dioses.  

Los juegos volvieron, pero sin Píndaro, que a nadie parece hacerle falta en este tiempo, salvo al excelente poeta español Juan Antonio González Iglesias, quien publicó en el 2005 un bellísimo libro titulado Olímpicas, de donde tomo estas palabras a las que me adhiero: 

Más allá de las ceremonias, de los récords y de los músculos, los modernos debemos al Barón de Coubertin el lujo de ordenar nuevamente nuestras vidas según el ritmo olímpico, como si fuéramos arcaicos. Yo, que vine a este mundo tras los Juegos Olímpicos de Tokyo, estoy escribiendo estas líneas tras los de Atenas. Sería despropósito celebrar aquí mi cuadragésimo aniversario. En cambio, creo que no lo es festejar mi décima olimpíada, y pedir otras tantas a los dioses, incluso algunas más, cuya candidatura ni siquiera haya sido presentida por las neuronas de los mandatarios. Al paso, se me ocurre que ciertos poetas entusiastas deberían ser miembros vitalicios del Comité Olímpico Internacional, con tanto o más motivo que los deportistas retirados, los burócratas impenitentes y los últimos príncipes. 

De acuerdo: ¡que haya poetas en el Comité Olímpico!

martes, 9 de agosto de 2016

Balada de Lezama y el turrón


J.L.L

Juan de Herrera, arquitecto de Felipe II, traza el capitel corintio de la catedral y disfruta el turrón que acaban de traerle en la berlina del Palacio. Lo paladea. Lezama, quien lo describe, cierra la frase con un suspiro y dice: “Qué delicia en esa imagen posible”. 
-- 
Nada más lezamiano que el deleite del turrón. No. Más lezamiana es la balada escrita en enero de 1955, incluida en “Algunos tratados en La Habana”. Copio la analogía, vale decir, la descripción: 
 
La pétrea flora corintia dibujada por el pulso de la mayor firmeza que hemos tenido para el tratado de lo resistente, y de pronto, enlazado en brevísima placa, la magia árabe de las avellanas, la flor del almendro, las disciplinantes abejas, penetrando por un embudo terminado en punta platinada, la punta donde comienza a sonar el organillo del sabor 
 
Alguien dijo una vez que la arquitectura era una rama de la repostería. Juan de Herrera debió estar de acuerdo, más ahora, cuando Lezama lo sorprende sintiendo los “corpúsculos del sabor contra el cielo del paladar” e imaginando que el rey ya no es el rey, sino un califa que acaba de ordenarle que “dibuje la mancha de ese sabor y que los albogones, de cinco cuerdas, propaguen con la justeza de su proclamación, el oro inquietante de las sucesiones”.
-- 
 
Recuerdo a Lezama, quien murió el 9 de agosto de 1976, hace hoy cuarenta años. Repitiendo el apellido, mi hijo Martín reparó un día en este verso bifronte del que me apropio:  
 
Lezama / les ama 
 
Y les invita al barroco placer de la miel y las almendras.
 

domingo, 7 de agosto de 2016

Nobleza en las Olímpicas



Según el tiempo de la sentencia: domingo de sol con nubes.  

Invertidos así los versos de Jaime Gil, hoy, siete de agosto de 2016, doy principio a estas anotaciones con el recuerdo de Píndaro presentando excusas por no haber alabado en su momento –y como se debe- a un buen amigo: 

Un retraso que viene ya de lejos
me hacía avergonzar de mi pesada deuda.
Mas, pagando puntual sus intereses, puede uno
hacer callar las críticas mordaces. ¡Que ya
el guijarro que anda dando vueltas
bajo la ola que corre quede sumergido,
y que este canto que en público entonamos
haga saber que, leal, pagué mi cuenta! 

Eso dice el arcaico en su décima olímpica, crecida en dignidad cuando, además de cantar al deportista, Píndaro celebra al maestro y le pide al agonista, que lleve a Ilas, su entrenador, la nobleza sin fin del agradecimiento, igual que hizo Patroclo con Aquiles. Y aquí me quedo.  
--  

"Vencedor, pues, del pugilato en el concurso olímpico, lleve su gratitud a Ilas/ Agesidamo, igual/ que hizo Patroclo con Aquiles"
(Píndaro, Olímpica décima)