Como dijo una vez
Alfredo Deaño: para apreciar bien a este filósofo no sólo se requiere leerlo,
sino también saber escuchar a Mahler, a Brahms, a Schoenberg, a Bach. Y todavía
más: para rescatarlo de la burocracia académica que pretendió hacerlo inaprehensible,
es bueno acompañarlo de Musil, de Broch, de Adolf Loos y de Alma Mahler, señora
tentacion en la Viena de su tiempo. Y, por supuesto, no separarlo tanto de su
amigo Bertie.
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Cuenta Rudolf Carnap que
cuando lo conoció -advertido ya por Schlick-, lo dejó hablar. Sólo después, y
con mucha cautela, le hizo algunas preguntas. A pesar de su temperamento
amable, "era hipersensible y se irritaba con facilidad", añade el
filósofo.
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Es famosa la anécdota
que Popper refirió en su autobiografía y que dos periodistas británicos de la
BBC se encargaron de confrontar con las versiones de testigos presenciales,
dando lugar a un libro titulado Wittgenstein's Poker: the Story of a
Ten-Minute Argument Between Two Great Philosophers (2001), en el que
los detalles del episodio varían de una memoria a otra y hasta uno de los
testigos (discípulo fiel de Wittgenstein) llega a decir que el hecho fue
totalmente una invención.
El origen de esa especie
de leyenda “filosófica” se encuentra en esta breve narración de Popper, de cuya
veracidad no dudamos, aunque sean “refutables” algunas de sus “precisiones”:
"... continué diciendo que si yo pensara que no
había genuinos problemas filosóficos, no sería ciertamente un filósofo; y que
el hecho de que muchas personas, o quizá todas, adoptaran irreflexivamente
soluciones insostenibles para muchos o, quizá, todos los problemas filosóficos,
proporcionaba la única justificación para ser filósofo. Wittgenstein saltó de
nuevo interrumpiéndome y habló largo y tendido acerca de rompecabezas y de la
no existencia de problemas filosóficos. En un momento que me pareció apropiado
le interrumpí y presenté una lista que tenía preparada de problemas
filosóficos, tales como: ¿conocemos las cosas a través de nuestros sentidos?,
¿obtenemos nuestro conocimiento por inducción? Wittgenstein rechazó estos
problemas por ser más lógicos que filosóficos. Me referí entonces al problema
de si existe el infinito potencial, o quizá incluso el actual, problema que
rechazó por ser matemático. (Este rechazo se reflejó en las actas.) Mencioné
entonces algunos problemas morales y el problema de la validez de las reglas
morales. En este punto, Wittgenstein, que estaba sentado junto a la chimenea y
había estado jugueteando nerviosamente con el atizador, que a veces usaba como
batuta de director para recalcar sus afirmaciones, me desafió: ¡dé un ejemplo
de una regla moral!’, y yo repliqué: ‘no amenazar con atizadores a los
profesores visitantes.’ Tras lo cual, Wittgenstein, en un acceso de rabia, tiró
el atizador y abandonó furioso el lugar, dando un portazo".
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Cuentan que Russell
(otro testigo presencial), dijo: “¡Wittgenstein, suelte de una vez ese
atizador!”, y que en ese momento el “ingeniero alemán” (que no era ni ingeniero
ni alemán, sino filósofo y austríaco), salió enfurecido de la sala. Vaya usted
a saber si fue así o si la réplica de Popper fue dicha después de que
Wittgenstein abandonó la sala sin mayor rabieta, sino con su habitual
intemperancia. No sabemos. Lo cierto es que a partir de ese relato se habla del
“Principio popperiano del atizador”, que es un principio de buena hospitalidad, esbozado con ingenio al calor de un debate legendario.
De ese hecho, ocurrido
en el Centro de las Ciencias Morales de Cambridge, se cumplirán
70 años el próximo 25 de octubre. No estaría mal celebrarlo leyendo a sus dos
protagonistas y volver a preguntarse si, en verdad, no hay que asombrarse de
que los problemas más profundos no sean propiamente problemas.
Comencemos a atizar el fuego.
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