En una de sus
magistrales conferencias, la dedicada a las nanas infantiles, se refirió a la dulcería
española:
Todos los viajeros están despistados. Para conocer la
Alhambra de Granada, por ejemplo, antes de recorrer sus patios y sus salas, es
mucho más útil, más pedagógico comer el delicioso alfajor de Zafra o las tortas
alajú de las monjas, que dan, con la fragancia y el sabor, la temperatura
auténtica del palacio cuando estaba vivo, así como la luz antigua y los puntos
cardinales del temperamento de su corte.
Ese párrafo vale más que
una declaración de la UNESCO sobre patrimonio inmaterial. Continúa:
En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la
historia, su luz permanente sin fechas ni hechos. El amor y la brisa de nuestro
país vienen en las tonadas o en la rica pasta del turrón, trayendo viva vida de
las épocas muertas, el contrario de las piedras, las campanas, la gente con
carácter y aun el lenguaje.
La geografía espiritual
del flamenco, recorrida por el poeta, pasa, sobre todo, por el oído y por el
gusto.
Vayamos hoy a la cocina,
por lorquianas, por bulerías. En el recetario de las monjas dominicas del
Monasterio de Santa Catalina de Zafra está la guía para la merienda de este dia
en que recordamos al poeta asesinado por los fascistas, hace 80 años, en
Granada. En su Granada.
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