Seis de la mañana.
Llueve. "De pronto lo antiguo se precipita. Lo antiguo cae de las nubes", decía Pascal Quignard en Butes. Eso recuerdo cuando la lluvia arrecia.
Se confundían en las
asambleas y paseaban juntos por el jardín. Intercambiaban ademanes. Se
reflejaban y se descubrían, complacidos, en los ojos del otro. Parecían todos
del mismo linaje, aunque no tuvieran exactamente los mismos atributos e
idénticas debilidades. Era la época dorada. Con el tiempo fueron separándose y
cada uno buscó el lugar que creyó destinado para sí. En una que otra ocasión
han vuelto a encontrarse, como Hesíodo y Mnemósine, que charlaron casi en la
intimidad en aquel inolvidable diálogo de Cesare Pavese.
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Releo Olímpicas, un hermoso poemario de Juan
Antonio González Iglesias, que busqué hace un rato, después de ver a unas
chinas que saltaban en Río de Janeiro como diosas. Lo eran.
El poeta de Salamanca
escribió:
NO SABEMOS
No sabemos muy bien cómo se mueven
los dioses. No se dejan
últimamente ver. Pero podemos
hacernos una idea:
no como los pesados sacerdotes
de las tres religiones reveladas.
Más bien, se moverán
como esos dos que vuelan
-salto sincronizado masculino-
desde un trampolín único
y el aire los espera y el agua los espera,
azul y más azul.
En cuanto a nuestros dioses,
si deciden volver,
estamos preparados para reconocerlos.
(Juan Antonio González
Iglesias, Olímpicas)
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Mnemósine le recordó a
Hesíodo (Pavese, Diálogos con Leucó) que el mundo tiene estaciones y que el
tiempo de la convivencia entre los hombres y los dioses ya había pasado. Pero
Hesíodo, poeta, y que sabe decir las cosas que recuerda, traza la esperanza de
un retorno: el ciclo de las estirpes. Así lo apunta Kerényi en el otro libro
que busqué después de contemplar a las inmensas chinas: La religión antigua.
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