lunes, 30 de junio de 2014

(U)topía


Theodor Mommsen (1817-1903)
 
Llueve en el valle de las damas, mientras doy comienzo a mi primer viaje del día. Releo en el diario de Eliade el comentario que una vez, cuando comían juntos, le hizo Carl Schmitt sobre Mommsen: “Ha desempeñado un papel nefasto en la cultura europea. Destruyó a Bachofen y desdeña lo simbólico en la historia”.  

Busqué la cita, porque acababa de recordar otra mención, muy distinta, que el mismo Mircea Eliade hizo del viejo historiador. En su libro Ocultismo, brujería y modas culturales refiere una deliciosa anécdota de Mommsen, que Serafín Senosiain en El cuerpo tenebroso, resumió de esta manera: 

Un profesor de Bucarest marcha a Berlín, en la década de 1890, con la intención de asistir a una serie de conferencias del famoso historiador Theodore Mommsen. En su primera charla se dedicó a describir Atenas durante la época de Sócrates; marchó hacia la pizarra y, sin una sola nota como apoyo, bosquejó el plano de la ciudad tal como era en el siglo quinto; ubicó templos, fuentes, parques y edificios famosos y reconstruyó el escenario del Fedro y el posible lugar del diálogo. El profesor de Bucarest, asombrado por la memoria y erudición del conferenciante, permaneció en el anfiteatro una vez terminada la exposición. Relata Eliade: ´vio entonces a un valet entrado en años que se aproximó y tomó amablemente a Mommsen del brazo, encaminándolo hacia la salida. En ese momento un estudiante que todavía estaba allí explicó que el famoso historiador no sabía ir solo a su casa. ¡La mayor autoridad viviente sobre la Atenas del siglo quinto se perdía en su propia ciudad, la Berlín guillermina´”.
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Perderse en todas las ciudades -incluida la propia-, como se pierde uno en un bosque, requiere aprendizaje. Lo dijo Benjamin, sabio en pasajes y direcciones únicas.  

Vivir en otra, imaginaria o del pasado más remoto, es una dicha. Supone amor y poesía.

martes, 24 de junio de 2014

Ramón J. Velásquez y la unidad


La magnífica semblanza que Ramón Jota hizo de su amigo y paisano Leonardo Ruiz Pineda se cierra con una noble imagen de esperanza, en dos tiempos sombríos de nuestra historia.  

La vida política e intelectual de Velásquez testimonia su permanente búsqueda de la concordia y los consensos. Hoy se nos fue, dándonos el consejo que estos párrafos suyos estampan con sabia elocuencia:   

"LA GARITA DE JUAN PABLO 

Hace muchos años, Juan Pablo Peñaloza, preso, destrozado por la hemiplejía, octogenario, doblegado por los grillos, mirando la lejana garita del Castillo, decía a otro prisionero: ´Andrés Eloy, si todos nos unimos llegaremos allá arriba´. Y el poderoso inválido mostraba desde el foso, la alta garita del vigía que era el símbolo de cuanto secuestraba a Venezuela como dentro de una muralla china. 

Muchos años más tarde, otro guerrillero de la libertad, capitán de la esperanza como aquél, Leonardo Ruiz Pineda, en trance de muerte dejó en su testamento el mismo consejo e igual mandato. En la noche tremenda de la recaída tiránica, abrió caminos y juntó voluntades para decirles, señalándoles, no la garita del Castillo, sino el lejano castillo de la libertad secuestrada: ´Si todos nos unimos llegaremos allá arriba´”.

martes, 17 de junio de 2014

Una caravana para Julián Marías



Hoy Julián Marías cumple cien. En los últimos años lo he leído con frecuencia, sintiendo por momentos que recuperaba a uno de los mejores maestros de mi bachillerato, aunque nunca lo hubiese visto en mi vida. Así, he recibido nuevamente sus clases luminosas, como si tuviera en mis manos aquella historia de la filosofía que me acompañó en los pasillos del liceo Lisandro Alvarado, junto a otros autores, para entonces, entrañables, familiares. Con un querido compañero compartía esas lecturas, que, seguramente, eran notables. No se me olvida que Juampa, estudiante de Ciencias (yo lo era de Humanidades), llamaba a mi amigo, “Julián Marías”, y a mí, “Salvador de la Plaza”, enlazando nuestras búsquedas diversas con su amable saludo mañanero. De algún modo, ese saludo era una crónica.  

El nuevo encuentro con Julián Marías me ha deparado la aproximación a su impecable y oportuno magisterio cívico. Gracias a su hijo Javier, fui acercándome a una imagen del filósofo mucho más admirable de lo que ya era para mí. En  Tu rostro mañana se yergue una digna y sufrida figura intelectual, por encima de los feroces enconos de la época, y de cualquier asomo remoto de venganza. Por esas páginas de Javier, volví a las del filósofo olvidado y descubrí las del gran memorialista de Una vida presente.  

No voy a repetirme recordando hoy sus reflexiones “alciónicas” en la España crispada de su tiempo o su formidable y oportuna reivindicación de Jovellanos. Me he prometido retomar los fragmentos ya escritos por mí y convertirlos en un ensayo dedicado a esas lecturas, pero eso será más adelante. Ahora sólo vuelvo a una escena de la infancia en Valladolid, que subrayé en el primer tomo de Una vida presente y que me parece hermosa. La copio, para hacerle hoy a Julián Marías la afectuosa reverencia que merece su memoria:

Volvíamos de pasear por la Rubia, en las afueras de la ciudad. Me llevaba en brazos Filomena, porque estaba cansado. De repente me dijo: ´Ahí vienen unos cerdos´. Yo sentí viva excitación; había oído hablar de cerdos, pero nunca había visto ninguno; ahora iba a contemplarlos y ver cómo eran. Le dije a la niñera: ´Cuando lleguen cerca, déjame en el suelo´. Avanzaba en dirección contraria una pequeña piara. Lo miré con atención un poco reverencial, y cuando llegaron a mi altura me quité una gorrita que llevaba y les hice un solemne saludo, el primero de mi vida”.