Theodor Mommsen (1817-1903)
Llueve en el valle de las damas, mientras doy
comienzo a mi primer viaje del día. Releo en el diario de Eliade el comentario que una vez, cuando comían juntos, le hizo Carl Schmitt sobre Mommsen:
“Ha desempeñado un papel nefasto en la cultura europea. Destruyó a Bachofen y
desdeña lo simbólico en la historia”.
Busqué la cita, porque acababa de recordar otra
mención, muy distinta, que el mismo Mircea Eliade hizo del viejo historiador. En su
libro Ocultismo, brujería y modas culturales refiere una deliciosa
anécdota de Mommsen, que Serafín Senosiain en El cuerpo tenebroso,
resumió de esta manera:
“Un
profesor de Bucarest marcha a Berlín, en la década de 1890, con la intención de
asistir a una serie de conferencias del famoso historiador Theodore Mommsen. En
su primera charla se dedicó a describir Atenas durante la época de Sócrates;
marchó hacia la pizarra y, sin una sola nota como apoyo, bosquejó el plano de
la ciudad tal como era en el siglo quinto; ubicó templos, fuentes, parques y
edificios famosos y reconstruyó el escenario del Fedro y el posible lugar del
diálogo. El profesor de Bucarest, asombrado por la memoria y erudición del
conferenciante, permaneció en el anfiteatro una vez terminada la exposición.
Relata Eliade: ´vio entonces a un valet entrado en años que se aproximó y tomó
amablemente a Mommsen del brazo, encaminándolo hacia la salida. En ese momento
un estudiante que todavía estaba allí explicó que el famoso historiador no
sabía ir solo a su casa. ¡La mayor autoridad viviente sobre la Atenas del siglo
quinto se perdía en su propia ciudad, la Berlín guillermina´”.
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Perderse en todas las ciudades -incluida la
propia-, como se pierde uno en un bosque, requiere aprendizaje. Lo dijo
Benjamin, sabio en pasajes y direcciones únicas.
Vivir en otra, imaginaria o del pasado más
remoto, es una dicha. Supone amor y poesía.
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