domingo, 24 de diciembre de 2017

De Rilke, para un solitario en Navidad




El 23 de diciembre de 1903 Rilke no olvidó al joven poeta y le dirigió una carta que algunos viejos y jóvenes de hoy -poetas o no- también recibimos:

Usted no sabe estar sin un saludo mío cuando es Navidad y cuando usted, en medio de las fiestas, debe cargar su soledad más pesadamente que en otros momentos. Pero cuando se dé cuenta de que ella es grande, alégrese de ello; pues, qué sería una soledad (se pregunta usted) que no tuviera grandeza; sólo hay una soledad y es grande y no es fácil de llevar, y a casi todos les llegan las horas en las que les gustaría cambiar la soledad por cualquier compañía banal…

Pero tal vez son precisamente esas las horas en las que crece la soledad…

Su acontecer más íntimo vale todo su amor…

Festeje usted la Navidad, querido señor Kappus, en este piadoso sentimiento, pues tal vez es precisamente ese miedo de vivir suyo lo que Él (Dios) necesita para empezar; precisamente estos días de su transición son tal vez el tiempo en el que todo en usted trabaja en Él, como ya una vez, cuando niño, trabajó usted en Él intensamente. Sea paciente y no pierda la voluntad, piense que lo mínimo que podemos hacer es no hacerle más difícil su devenir, como lo hace la tierra a la primavera cuando ella quiere llegar.

Y esté feliz y confiado.

Suyo,
Rainer Maria Rilke”
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jueves, 21 de diciembre de 2017

El Señor Presidente





Manuel Estrada Cabrera

Me decía anoche un amigo que el espíritu de la Navidad antes llegaba de su cuenta y llenaba con su presencia todos los espacios y que hoy en día lo decreta (y reparte) el Señor Presidente, pero no a todos, sino a los suyos o a los que se "inscriben" como tales. Le pregunté si se refería al Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias y me respondió que sí y pasó a leerme esta relación de patriotas cooperantes:

Catarino Regisio pone en conocimiento: que estando de Administrador de la finca La Tierra, propiedad del General Eusebio Canales, en agosto del año pasado, este señor recibió un día a cuatro amigos que lo llegaron a ver, quienes en medio de su embriaguez, les manifestó que si la revolución lograba tomar cuerpo, él tenía a su disposición dos batallones: el uno era de uno de ellos, dirigiéndose a un Mayor de apellido Farfán, y el otro, de un Teniente Coronel cuyo nombre no indicó: y que como siguen los rumores de revolución lo pone en conocimiento del Señor Presidente por escrito, ya que no le fue posible hacerlo personalmente, a pesar de haber solicitado varias audiencias”.

“Mónica Perdomino, enferma en el Hospital General, en la cama número 14 de la sala de San Rafael, manifiesta que por quedar su cama pegada a la de la enferma Fedina Rodas, ha oído que en su delirio dicha enferma habla del General Canales; que como no tiene muy bien segura la cabeza no ha podido fijarse en lo que dice, pero que sería conveniente que alguien la velara y apuntara: lo que pone en conocimiento del Señor Presidente por ser una humilde admiradora de su Gobierno”.

Eulalio Robles, desde su calabozo, hace llegar al Señor Presidente, el mensaje de que está dispuesto a colaborar, no sólo dando nombres de conspiradores, sino compartiendo una parte del botín. Se declara pecador arrepentido

Agradezco al amigo ese recuerdo de una vieja novela olvidada.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Venezuela en una greguería



 Ramón Gomez de la Seran. Retrato triple de Luisa Sofovich

Las nubes, que estaban disperas, comienzan lentamente a juntarse sobre Terepaima. La claridad impera todavía en la sala. Sobre la mesa un libro. Dejo en ciernes la composición de lugar y lo abro. En una entrada del Diario póstumo, Gómez de la Serna se lamenta de que no le han pagado sus colaboraciones y de que corre el riesgo de estar sin dinero para la Nochebuena que se acerca. Informa que el director de El Mundo prometió subirle las greguerías a 120, pero se queja igual, porque “tiene que andar cazando greguerías día y noche, ¡con lo mucho que se ocultan!”.

Seguidamente nos enteramos de que logró pasar la Navidad gracias a un adelanto que pidió y concluye el comentario con estas líneas que nos atañen:
                                  
“Todos, inclusive Venezuela, tuvieron la avilantez de no pagar”.

Eran greguerías de los años 50. ¡Ah mundo!, digo yo. Hoy en día nadie se asombra de que no paguemos. Ojalá podamos podamos hacer lo que Gómez de la Serna le decía a Luisita:

“Flota como yo… Tenemos que pasar por la calle iluminada, y con gente, pero flotantes”.                             

Tratemos.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Elogio de la sencillez



Azorín

Seis de la mañana y un libro. Lo había buscado hace unos días para incluir alguna de sus páginas en un taller que preparo sobre periodismo y literatura. Hoy se me ocurrió abrirlo, pero no para hacer la tarea que digo, sino para dejarme llevar por cualquiera de sus crónicas. Como se sabe, vagabundear por un libro es uno de los más grandes placeres del homo legens y, a uno, que aspira serlo, le da a veces por callejear. Y aunque se trate de libros ya leídos –es el caso-, con frecuencia encontramos en ellos algo que nos parece nuevo o renovado. Los lectores, que somos los mismos, sentimos que las páginas cambian siempre, “como la salsa”, para decirlo con el viejo refrán gastronómico de los sicilianos.

Hace un momento me ocurrió con una crónica sobre el tema electoral. Para no suscitar dudas, adelanto lo que iba a decir unas líneas más adelante: estoy leyendo Parlamentarismo español, de Azorín, que reúne textos correspondientes a los años 1904-1906 y algunos a las Cortes liberales de 1916. Bien. En una crónica del 20 de octubre de 1905, titulada La amena discusión, descubrí el estilo casi impasible del diputado García Alonso. Azorín lo aprovecha para ofrecernos una sobria lección de estilo y una semblanza del personaje basada más en los detalles de forma que en los contenidos oratorios.

La discusión se daba acerca del registro electoral de la provincia de Valladolid, que según el señor Martín Sánchez no era un registro legal y que, por eso, debía provocar la indignación de todos los diputados. Aducía que ese registro era del año anterior y que eso tenía mayor gravedad que el problema de “las actas de Badajoz”, al que se le había dedicado un largo y ruidoso debate. Al parecer, el único indignado por lo de Valladolid era el propio orador, cuyas palabras subieron de tono para caer finalmente en una “profunda desesperanza”. Justo después apareció el señor García Alonso. En los breves párrafos que le dedicó Azorín se complace mi relectura de hoy. El primero es algo más que un mínimo perfil del diputado. Es también una discreta emoción del estilista expresada en las dos palabras finales:

Y el señor García Alonso, nuestro buen amigo, ha contestado con breves y sencillas palabras al señor Martín Sánchez. El señor García Alonso no tiene entusiamo ni por una cosa ni por otra; su discurso, por su placidez y por su uniformidad, es el de un hombre que lo mismo dice esto que podría decir otra cosa cualquiera. Lo aplaudimos.

De inmediato Azorín incluye una cita del discurso, cuya transcripción hago a riesgo, aquí y ahora, de asociaciones peregrinas:

El señor Martín Sánchez se queja de que en Valladolid se ha empleado un censo del año anterior. Está bien; no lo niego. Pero ese censo, que ha parecido nulo después de las elecciones, a los candidatos derotados, ¿por qué ha sido aceptado antes por éstos, en vez de recusarlo?.

Para Azorín el argumento “no tiene vuelta de hoja” y “no es preciso añadir más”. Por eso, retorna a la descripción del discurso y a la frase que le puso fin. A la primera, para decir apenas que García Alonso habló “fríamente y con parquedad”. A la segunda, para solazarse con la expresión “Y quedamos en que todo esto puede ser mucho y puede no ser nada”. Azorín la encuentra digna de Montaigne. Dice que el maestro habría sonreído. Creo que Azorín sonrió por él.

La crónica termina refiriendo unos contrastes. Se lamenta el de Monóvar, que otro amigo suyo, el diputado Junoy, no tome ejemplo de García Alonso y persista en arrebatos y furores oratorios, como le ocurrió en la sesión de ayer, cuando gritó y gesticuló con vehemencia, a propósito de las actas electorales de Jerez. Pero más que el señor Junoy, a Azorín parece irritarle el diputado Morote, quien “no acaba de seguir esta preciosa y muy concisa máxima: Simplicidad”. Y Azorín no sólo encuentra que carece de ella en sus discursos y en sus gestos (“colgar los pulgares –horror de horrores- en las aberturas del chaleco”), sino también en su indumentaria. Difícil no recordar que llevaba “una corbata roja, llameante, un chaqué o una americana excesivamente entallada y un gabán con una arquería románica en la espalda”.

No estaba yo para cumplir tareas con esta relectura, pero he aquí que ya el texto para mi taller quedó elegido. Y que sirva esta glosa, además, como recuerdo de que este año, el pasado 2 de marzo, se cumplieron cincuenta años de la muerte de José Martínez Ruiz, maestro del decir breve, y de su gracia.