El 23 de diciembre de 1903 Rilke no olvidó al
joven poeta y le dirigió una carta que algunos viejos y jóvenes de hoy -poetas
o no- también recibimos:
“Usted no
sabe estar sin un saludo mío cuando es Navidad y cuando usted, en medio de las
fiestas, debe cargar su soledad más pesadamente que en otros momentos. Pero
cuando se dé cuenta de que ella es grande, alégrese de ello; pues, qué sería
una soledad (se pregunta usted) que no tuviera grandeza; sólo hay una soledad y
es grande y no es fácil de llevar, y a casi todos les llegan las horas en las
que les gustaría cambiar la soledad por cualquier compañía banal…
Pero tal
vez son precisamente esas las horas en las que crece la soledad…
Su
acontecer más íntimo vale todo su amor…
Festeje
usted la Navidad, querido señor Kappus, en este piadoso sentimiento, pues tal
vez es precisamente ese miedo de vivir suyo lo que Él (Dios) necesita para
empezar; precisamente estos días de su transición son tal vez el tiempo en el
que todo en usted trabaja en Él, como ya una vez, cuando niño, trabajó usted en
Él intensamente. Sea paciente y no pierda la voluntad, piense que lo mínimo que
podemos hacer es no hacerle más difícil su devenir, como lo hace la tierra a la
primavera cuando ella quiere llegar.
Y esté
feliz y confiado.
Suyo,
Rainer
Maria Rilke”
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