Si se trataba de tranvía
o de tren, Josep Pla se llevaba un libro de Platón. De Spinoza, si lo hacía en
autobús. “Nada mejor que la Etica para ese viaje sobre ruedas”, pensaba.
Durante el trayecto, las páginas del sefardita y el campo catalán se le
convertían en un mismo paisaje. Ambos en
orden “more geometrico”. Dios se le hacía difuso en esas líneas y armonizaba
con los árboles, que iban y venían en su ventanilla. Con mirada de Turner, Pla
leía al filósofo de “tristes ojos y de piel cetrina” (Borges). Iba por el
Ampurdán y de pronto imaginaba lo imposible: Spinoza bailaba sardana. En
verdad, era su autor predilecto para todos los viajes. Lo leía en una
traducción al francés, distribuida en tres volúmnes comprados en París, en la
Rue Jacob. Quiso la fortuna que esa vez en la librería de viejo estuviera
Anatole France, quien al comentario desdeñoso del librero Margraff sobre el
filósofo, añadió, mirando compasivamente a Pla: “Pobre infeliz”. No sabía –el
librero tampoco- que el joven catalán estaba llevándose a su mejor compañero de
viaje.
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“No van en tren, van en
avión”, como diría famosamente Charly García. Son dos lectores. Forman parte de
una cofradía cuyos miembros se reconocen por detalles casi imperceptibles. Bastó
que uno hiciera referencia a la lengua castellana, para que el otro afirmara
que ese era “su destino”. Al decirlo, la réplica no se hizo esperar: “El bronce
de Francisco de Quevedo”. Tras el feliz intercambio de versos, hacen silencio.
Leerán. Uno acaba de sacar de su bolso la
Ética de Spinoza. El otro lo mira. El otro no se contiene y dice: “…El asiduo
manuscrito/ aguarda ya cargado de infinito”. Su vecino, que hasta hace poco sólo
se sabía de memoria el primer soneto de Borges sobre Spinoza, pudo seguirlo con
fluidez exacta y pronunciar, gozoso, los versos que sigue: “Alguien construye a
Dios en la penumbra” (…). Resulta que poco antes había sido aleccionado por su
hija Luisana, quien, antes de emprender un viaje, le recordó, sobre el piso de
Cruz Diez, ese otro soneto spinoziano de Borges. Así, en su honor, lo memorizó
desde entonces. Por eso, puede ahora corear con el otro pasajero estas líneas:
“El más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado”.
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