sábado, 25 de enero de 2020

Tiempos recios



Jacobo Árbenz habla con periodistas franceses en 1955. Lo acompaña su esposa María Cristina Vilanova. Ambos son personajes de “Tiempos recios” de Vargas Llosa.
 

El cielo arrumazado del balcón llega de pronto a la página. Lo de siempre: una íntima plegaria y esta línea primera de mi diario, casi inevitable. Eso es todo. Abro un libro y leo:

“La carreta llega al pueblo rodando un paso hoy y otro mañana. En el apeadero, donde se encuentran la calle y el camino, está la primera tienda. Sus dueños son viejos. Tienen güegüecho, han visto espantos, andarines y aparecidos, cuentan milagros y cierran la puerta cuando pasan los húngaros: esos que roban niños, comen caballo, hablan con el diablo y huyen de Dios”.

La lectura de “Tiempos recios”, la más reciente novela de Vargas Llosa, me llevó hoy a esa página de Miguel Ángel Asturias sobre Guatemala. Al igual que la estupenda novela del peruano, estas viejas leyendas asturianas me entretienen. Así, vuelvo a buscar el significado de “güegüecho” para saber que los dueños de la tienda del párrafo anterior tal vez (subrayo el “tal vez”) tengan bocio.

Siento que Vargas Llosa  no sólo nos sugiere revisar un momento histórico de Centroamérica, sino también ir al retorno de autores olvidados, incluidos aquellos que han sido objeto de injusto desdén contemporáneo, como el Premio Nobel de 1967. Porque, claro, para entender mejor lo que pasa en esta historia de Vargas Llosa, debemos aproximarnos a otras visiones de Guatemala y nada mejor que la visión de sus escritores. Además de Asturias, tengo pendiente mirar algunas cosas de Monteforte Toledo (mencionado en la novela) y de mi querido Luis Cardoza y Aragón, de quien leí hace tiempo testimonios muy valiosos sobre Jacobo Árbenz, personaje importantísimo de “Tiempos recios”, de cuyas páginas renace con indudable dignidad. Viniendo de quien viene, esa reivindicación de Árbenz no puede ser despachada ahora con las viejas consignas de las “fake news” de su época.

Vuelvo al final. Vargas Llosa hace de Unamuno cervantino en “Niebla” y entra a su novela para conocer a una atractiva y compleja mujer que, como pocos personajes, ha atravesado esas páginas con vida. Es una lúcida anciana que vive entre  Washington D. C. y Virginia, no muy lejos de Langley.

La dejo ahí, genio y figura, para no adelantar nada que pudiera aguarle la fiesta a los lectores que apenas están iniciando la lectura de “Tiempos recios”. Sólo quiero referir algo que podría hacernos pensar: Vargas Llosa recuerda en el postfacio de su novela que uno de los grandes comandantes cubanos dijo que “una revolución verdadera  tenía que liquidar al Ejército para consolidarse”… Leerlo, aquí y ahora, es comprobar, una vez más, que la ficción no es lo contrario de la verdad.

Mientras tanto, seguiré con las leyendas de Asturias que adoraba Paul Valéry. Hoy quiero saber más de esa maravilla que llaman la Tatuana.