sábado, 6 de febrero de 2016

De un diario perdido de Rubén Darío



04-01-16: Debayle quiere trasladarme a León y estoy de acuerdo. Para verme, él ha tenido que venir varias veces a Managua y nunca me encuentra mejor. Cree que allá sí podrá curarme. No termina de comprender que mi mal es soñar y que la poesía es mi camisa de fuerza. A pesar de ese despiste, es el único médico en quien confío. Por eso voy a León. Quiero, además, oír de nuevo una vieja y misteriosa fuente. Allí quiero dejar mi alma. 

05-01-16: Víspera de Reyes. No sé por qué anoche estuve recordando a mi tatarabuelo, a cuyo nombre la familia debe su apellido. Cuando nací en Nueva Segovia (en el departamento de Nueva Segovia, quiero decir), en un pueblito que hoy se llama Metapa, el nombre de pila de mi tatarabuelo era ya patronímico de mi rama paterna. ¿Pero a qué viene esto? ¿Será que es un llamado a pensar en mi hijo de ocho años, que está en España y que antes de Sánchez, lleva mi apellido inevitable? ¿Serán las voces ocultas de mis viejos Daríos? No sé. Ruego a Dios para que mi Güicho tenga mañana, día de Reyes, una hermosa cuelga que lo alegre. 

06-01-16: Día de Reyes y un recuerdo repentino. Apenas se lo comenté, Ingenieros pensó en el experimento. Dios nos perdone. Ambos fuimos responsables de lo que fue una broma inmensa, que, por fortuna, no pasó a mayores. Yo había conocido a comienzos de 1898 a un joven uruguayo que me impresionó mucho por lo fantasioso de su cháchara. El joven me narró increíbles peripecias de su adolescencia, y lo hizo con tal convicción, que, siendo inverosímiles, durante algunos instantes las tuve por ciertas.  

Como el mozo mostraba señales neuropáticas, pensé que podría ser un buen caso para el Dr. José Ingenieros. Así que se lo llevé al consultorio. A los pocos días, el presuntuoso joven oriental estaba convertido en conejillo de indias de un experimento sobre la susceptibilidad a la sugestión que llevaba a cabo mi amigo, quien escribió en la primera hoja de su memoria psiquiátrica, una frase que decía, más o menos, así: ‘Joven de origen incierto, cree haber nacido en Montevideo’.

El plan lo urdimos juntos, a partir de una noticia literaria que leímos varios años atrás en el Mercure de France. Allí, Leon Bloy aseguraba que el extraño libro llamado Chants de Maldoror había sido efectivamente escrito por un uruguayo. Bloy respaldó su certeza con un retrato del autor e informó que el llamado conde de Lautréamont era hijo de un ex cónsul de Francia en Montevideo. Yo le creí todo a Bloy, como debe ser, tratándose de un católico tan devoto y serio como él. Inlcuso, llegué a escribir en mi serie de Los raros un artículo sobre el conde. Mi amigo Ingenieros no le creyó tanto. Sin embargo, su incredulidad no afectó para nada el experimento. Yo, basado en la foto que publicó el Mercure de France, me encargué de hacerle ver al mozo el enorme parecido físico que tenía con Lautréamont. La idea era que se creyera hermano del poeta. Tuve éxito. El joven orate comenzó a presentarse como hermano natural del autor de los Cantos de Maldoror y se inventó una magnífica explicación: en su infancia su madre recibía en la intimidad a un señor francés que no era otro que el cónsul de Francia en Montevideo. Con ese dato, todo lo demás se hizo creíble, aunque se pusiera en entredicho la ‘honra’ de su madre.  

No tardó mucho esa historia en convertirse en comidilla porteña y el ‘hermano de Lautréamont’ comenzó a ser objeto de pesadas burlas. Cuando sentí que nuestro divertimento intelectual y científico, había llegado muy lejos, me asusté y le expresé mis temores a Ingenieros. Éste puso entonces en marcha un experimento curativo: la terapia del ridículo. Consistía en revertir crudamente el proceso de inducción que había generado el imaginario parentesco. No fue fácil, pero también en la cura tuvimos éxito.


Recuerdo que Ingenieros me dijo que el joven no presentaría nunca más síntomas del delirio que le habíamos fabricado. Espero que así haya sido. De todos modos, confesaré mi culpa en su momento. Bueno, ya lo estoy haciendo. Yo pecador…
-- 

07-01-16: Ya estoy en León. Antes de que Sacasa entre al cuarto, debo anotar algo en mi cuaderno, pero, cansado del viaje, no se me ocurre nada. Sólo recuerdo unas palabras que me repito gustoso:  

‘La gritería de trescientas ocas no te impedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior’.  

Me alivian.  

Ojalá que con Juan Bautista haya venido su hermana Casimira.
--

08-01-16: Entonces Debayle se salió con la suya. Me engañó diciéndome que era una inyección apenas y no fue así. Él y su colega Lara, el último azteca, convirtieron mi catre en mesa de operación. Cuando me percaté del trance, les dije, furioso: "¡Bestias, me están sacrificando!" Pero nada. Ya habían hecho su carnicería, más para extraer líquido de mi cuerpo que otra cosa. Leve, debo decir. “Morbidezza”, tal vez sea palabra que le calce al tal abuso.  

Más tarde, retoqué un viejo verso: ama tu ritmo y ritma tus dolores. Vinieron a mi memoria los domingos y aquellos bailes de mi infancia, en los que mi primo Pedro y yo éramos almas de la fiesta. Él, por el piano. Yo, por el asunto de los versos.  

Viéndolo bien, siempre ha habido bailes en mi poesía. Espero que a algún crítico no se le escape ese detalle.   

Y ahora, de nuevo, "va entrando Debayle/ en el baile". Espero que no venga con el cuchillo.
-- 

14-01-16: Lo compré en Valparaíso para no seguir tiritando con mi vieja chaqueta de verano. Fue en julio de 1887, con el primer sueldo que pude cobrar en El Heraldo. Hablo de mi querido "ulster", que recordé hace un instante cuando alguien dijo el nombre de Gómez Carrillo.  

En alguna página conté la historia de mi andariego sobretodo, al que hice conocer calles porteñas, empezando por la del Cabo. Después, lo llevé a todas partes, radiante y fiel.

En Santiago visitó La Moneda, pero también los arrabales. A nadie discriminó. Supo de la Bernhardt tanto como de trágicas anónimas. Si hubiera escrito un diario, seguramente habría anotado su encuentro con Balmaceda o su enorme impresión, cuando, yendo hacia Lima, miró la Cruz del Sur por vez primera.  

Pasado el tiempo, un día, en Guatemala, incurrí en la imprudencia de abandonarlo. Llegó a mi hotel un joven escritor que prometía. Cuando me dijo que se iba a París, no se me ocurrió otra cosa que apoyarlo. Y el apoyo fue regalarle mi sobretodo. A los pocos minutos, Enrique Gómez Carrillo (de él se trata) andaba por ahí, pavoneándose con el viejo "ulster" de Valparaíso.  

Ya Debayle está por llegar. Así que no tengo mucho tiempo para seguir recordando. Resumo entonces, al modo de un viejo juego: de Darío a Gómez, de Gómez a Sawa, de Sawa a Verlaine, de Verlaine a Darío. Sí, a Darío.  

Al saber que Gómez Carrillo se lo había dado a Alejandro Sawa, y que, a su vez, este bello loco se lo había regalado a Verlaine, sentí que el sobretodo había vuelto a ser mío. Dios me perdone lo iluso, pero el destino de mi pobre "ulster" me hizo feliz. Aunque haya ido de hospital en hospital, que terminara en el cuerpo de mi padre y maestro mágico, era (y es) para mí una inmensa dicha. No sé cómo llamarla. 

Hasta aquí. Llegó Debayle con su fastidio.
-- 

18-01-16: Vi la fecha en el periódico. Así que cumplo hoy 49. ¡Quién lo diría! Ayer estuve recordando al buey que vi en mi niñez echando vaho un día y a una novia de Metapa, de cuando era un muchacho con ojeras.  Al escribir mi despecho, el humor tomó la pluma y salió aquella coplita: “Casi casi me quisiste;/ casi casi te he querido:/ si no es por el casi casi,/  casi me caso contigo”.
-- 

Casi tengo cincuenta, pero me quedaré en el casi. Acabo de ver en el periódico que el gobierno ya ha decretado las honras fúnebres. Me gustaría que las hicieran antes. Así podría disfrutar de algún brindis, aunque sufra por algunas elegías, pero no. El tropel de los centauros tiene su hora. También la dulce paz de la que huyen cuando llega Diana con su copa de agua del olvido.
-- 

Hoy ha venido a visitarme alguien que siempre me hace feliz. Entró callada y con sigilo. Es mi tía: “mi mamá Bernarda”. Me gustaría reposar para siempre junto a ella, contemplando las cosas. Mejor dicho, sus enigmas.   

Yo soy aquel que ayer no más decía
--


25-01-16: Anoche soñé con Jorge Castro, el buen amigo costarriqueño con quien tuve aquel episodio psicofísico que narré en un artículo. Esta vez Jorge vino a decirme que yo también estaba cumpliendo el compromiso. Cuando intenté tocarlo, desapareció. Todavía tiemblo. Escribo estas líneas desde el susto. 
-- 

Atardece. Vino Luis y le conté el sueño.  Nos reímos. "Parece que Castro lo que quería era darte ánimo", me dijo. "Escribir un sueño es un modo de animarse y tú lo hiciste”, añadió Debayle. Sus palabras surtieron efecto. Ya en paz, recordé a Castro y los ruidos que una noche en Guatemala me anunciaron su muerte. Son los ruidos de uno de mis Nocturnos. Le pedí a Debayle que me leyera algo del joven Jiménez, a quien un día advertí que si su corazón era capaz de interpretar las voces ocultas, siguiera su rumbo de amor, porque era poeta.  

Debayle busca y encuentra un artículo de Jiménez sobre mi diario italiano. Allí, contrariando a Rufino Blanco, afirma el andaluz que no es cierto que mis Peregrinaciones sean sólo periodísticas. Son poéticas, dice. 

Luis consigue, por fin, un poema y lee: 

“Yo no volveré. Y la noche
tibia, serena y callada,
dormirá el mundo, a los rayos
de su luna solitaria. 

Mi cuerpo no estará allí,
y por la abierta ventana,
entrará una brisa fresca,
preguntando por mi alma”.
 

Pienso que Jiménez no ama sólo la brisa fresca, sino también la ventana. Le pido a Debayle que lo deje hasta ahí. Quiero quedarme dormido con esa imagen.
-- 

30-01-16: Durante mucho tiempo perseguí una forma que no encontraba mi estilo. Quizá mi estilo era sólo la búsqueda del ritmo de la palabra en la palabra.
-- 

Conocí el sonido de unas voces, el resonar de una puerta, algún lejano ruido. No siempre supe qué decían esas voces, pero procuré que tuvieran cuerpo en el poema. A veces sentía miedo. No sé si alguien descubrirá más tarde que intenté diseñar las salas de baile de mi tiempo bajo principios pánicos que disimulé en los decorados. Allí me moví como pez en el agua. Poblé de imágenes extrañas un territorio que languidecía. Quizá haya valido la pena. En todo caso, fui audaz. Tal vez, cosmopolita.
-- 

Tuve amigos jóvenes a quienes di este consejo: “Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí”. Muchos no me hicieron caso y se dedicaron al calco de algunos artificios.  Pienso que Lugones podría ser una buena excepción entre esos mimetismos. 

He recordado estas cosas porque Sacasa me ha pedido que le hable de mis libros, a él y a Luis. Ya vienen por ahí. A Luis le gusta entrar recitando aquel poema que escribí para su hija Margarita Debayle Sacasa. 

Sí,  “está linda la mar”. Lo demás es silencio y belleza.
-- 

03-02-16: Seis de la mañana y "la interminable frescura" que sentí en uno de mis versos ha vuelto como imagen. Cuando hace tres días firmé mi testamento y vino Luis de testigo, se lo dije: el alma de las cosas persiste en nosotros.  

Si bien los cisnes unánimes no son inagotables, sí lo es la serenidad de su lago. Hoy me consuela. Tiene un tono verde claro y una pequeña mancha de aceite, hermosa también. Me veo en una barca. Fumo una pipa y pienso en mi Nicaragua lejana.
--  

Al obispo de León acabo de decirle que creo en Dios. No le dije que ese Dios era la belleza del mundo. Lo es. Su impresión llena mi memoria en este instante.
--

04-02-16: ¿Más levitas? ¿No fue suficiente mi confesión con el Obispo? Ah, ya lo sé. Es el Padre Reguera. Seguramente cree que me va a aliviar con su mariguana, como lo hizo una tarde en el campamento de Carranza. No me acordaba que hace un rato pregunté por él y me dijeron que estaba ocupado, porque le faltaban tres por fusilar. No debería estar acordándome de esos fantasmas. Ojalá no me hagan caso. Que se queden en mis cuentos, como Rufo Galo.   
--   

05-02-16: No puedo más. Ya no oigo el agua de la fuente. Todo parece inanimado. Tráiganme el Cristo que me regaló Amado Nervo”. 

(A eso de las cinco repitió lo del Cristo. Se lo pusieron en el pecho y comenzó la agonía).
-- 

Nota: De la historia que se cuenta en la anotación del 06-01-16 tuve noticias por Horacio González, quien hasta hace pocos días fue el gran director de la Biblioteca Nacional de Argentina de los últimos tiempos. González la refiere magníficamente en su libro Restos pampeanos. Esa entrada del "diario" imaginario de Darío no es más que una glosa de las páginas de González.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario