Shibbolet, obra de Doris Salcedo en la Tate Modern, 2017// Sofía Imber y Doris Salcedo
Cuatro de la mañana. Cierro el libro de Diego
Arroyo Gil (La señora Imber. Genio y figura. Planeta, 2016) y siento que he
leído una novela. Repaso las imágenes y me quedo, por un momento, con la de los
tres viajes semanales, en tren, desde Bruselas a París, para verse con el
doctor Daniel Lagache, nada menos que durante cuatro años. Y repito una frase:
“angustia de nada”.
Poco después, en un libro de Graciela Speranza (Atlas
portátil de América Latina) encuentro a Paul Celan en medio de la
grieta que la gran artista colombiana Doris Salcedo abrió en un piso de la Tate
Modern, en el 2007. Su obra tiene el mismo nombre de un poema de Celan:
Shibbólet. Speranza lo transcribe en la traducción de José Luis Reina, que
publicó Trotta en el 99. Leo los
primeros versos:
Junto con
mis piedras,
crecidas
en el llanto
detrás de
las rejas,
me
arrastraron
al centro
del mercado,
allí
donde se
despliega la bandera, a la que
no presté
juramento
De pronto, el azar concurrente. Cuando estoy
revisando otras traducciones del poema de Celan, oigo la noticia de que Sofía
Imber ha muerto. Me duele. Desde los remotos años 60, he sentido por ella
enorme admiración. Al mismo Diego Arroyo Gil le ha tocado dar la triste
noticia. Abro de nuevo su “novela de Sofía” y leo:
Yo quiero
que el fuego me acompañe aun en las cenizas.
Repaso otras páginas y me uno al duelo del país.
Pongo una foto acá (y en Twitter) y las acompaño con esta frase:
Si pudiera
llevarme conmigo los cielos de Caracas o una imagen de la cara de mis hijos…
--
Vuelvo al poema de Celan y leo:
Pon tu
bandera a media asta,
memoria
Y también, estos versos:
Di a voces
el shibbólet
En lo
extranjero de la patria
Febrero,
no pasarán.
El “no pasarán” lo escribió Celan, así, en
español, con todas sus resonancias.
--
Miro ahora una foto de la grieta de Doris
Salcedo en la antigua Sala de Turbinas (Tate Modern Gallery) y pienso en “la
oscura aurora gemela” del poema de Celan, que ahora no está solo en Viena y en
Madrid, sino también en Caracas, y suena su flauta para despedir a Sofía, “la
luminosa”, como la llamó Meneses (y también Carlos Rangel, en su última carta).
Desde hoy, su formidable obra maestra (Museo de
Arte Contemporáneo) vuelve a llevar su nombre. Debe sonar así esa espiga
("shibbólet") que todavía nos interpela con su enigma y con su
gracia.
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