Rómulo Gallegos
El novelista, en su casa particular de Los Palos
Grandes acaba de recibir la noticia de que el Palacio de Miraflores ha sido
ocupado por fuerzas militares comandadas por el teniente coronel Marcos Pérez
Jiménez y de que en pocos minutos vendrán por él para apresarlo. Es el 24 de
noviembre de 1948. Ya todos sus ministros han sido detenidos, salvo uno, el de
Defensa, quien, además de un golpe, ha perpetrado una traición personal.
Presidirá la Junta Militar que acaba de derrocar a su maestro y protector.
“Traidor pasivo”, dicen que lo llamó el novelista, aludiendo a que su dilecto
pupilo parece que hizo lo posible por evitar el nefasto desenlace y, desde
luego, intentando una inútil explicación para que su querido Carlos no quedase
tan mal parado ante la historia. Lo cierto es que dentro de pocos días, el
novelista, gallardo y digno como presidente, saldrá al destierro. En una carta
a Alberto Ravell, dirá:
“Se me hizo pasar por la plaza de El Silencio
–del silencio y de la soledad de esa tarde-, tal vez para que recordara aquello
de ‘así pasan las glorias del mundo’. La atravesé en la mejor compañía: la de
mí mismo, sin amarguras de tiempo perdido… Días después, un querido amigo mío
terminaba su vida murmurando: ‘¡Lo dejaron solo, lo dejaron solo!”.
Aunque muchas veces esté sola, la fuerza moral
de Rómulo Gallegos permanece. Hoy la recordamos de nuevo.
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