El Enfermero anota sus sueños en el diario. Hoy
dice que soñó con un jacarandá todavía pequeño. Caminaba con él desde la casa
de la jardinera hasta la suya y de pronto se detuvieron en un lugar para buscar
a alguien. Entraron. Era un auditorio repleto. En la primera fila estaba el
amigo y les hizo señas para que esperaran. El jacarandá se quejó, pero no podía
moverse porque el Enfermero lo tenía abrazado. En el escenario los actores
hablaban latín y las hojas del jacarandá parecían entenderlos. Acá se
interrumpe la anotación. Se supone que el Enfermero se despertó en ese momento
o que simplemente el sueño se le hizo difuso como tantas veces. Sólo agregó que
su amigo se llamaba Emilio y que aplaudía.
En la entrada siguiente el Enfermero anotó que
la noche anterior había leído un libro recomendado por su paciente predilecto.
Se detuvo en las páginas en las que Julio César vela la agonía del poeta
Catulo. En ellas, el estadista refiere este sueño:
“Caminaba de acá para allá frente a mi tienda, en
medio de la noche, improvisando un discurso. Imaginaba haber congregado un
auditorio de hombres y mujeres selectos, en su mayoría jóvenes, a quienes
anhelaba revelar cuanto había aprendido en la poesía inmortal de Sófocles”.
Para César, los dioses, al no prestarle a
Sófocles la ayuda que éste esperaba, terminaron por beneficiarlo. Afirma que de
no haber permanecido ocultos, el poeta no los habría buscado tanto. Concluye
diciendo que esa búsqueda -como la suya en sus viajes y en sus alegrías- es lo que nos hace cabalmente humanos.
Todo eso lo glosó el Enfermero, a quien no podía
escapársele esta cita final del diario epistolar de César para Lucio Mamilio
Turrino, en la isla de Capri:
“Así he viajado yo, sin poder ver ni siquiera a
un pie de distancia, por entre los picos más altos de los Alpes, pero jamás con
paso tan seguro.
A Sófocles le basta con vivir como si los Alpes
hubiesen estado allí.
Y ahora, también Catulo ha muerto”.
Concluye el Enfermero agradeciéndole al Lector
que le haya aconsejado la lectura de “Los idus de marzo”, el formidable libro
de Thornton Wilder que desde ahora visitará con frecuencia.
No sin candor, sospecha que el jacarandá de su
sueño escuchó de César la lección sobre Sófocles. Sus palabras se movían como
ramas serenas.
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Al igual que en los sueños,
en esta nota, una imagen inesperada. María Kodama, en Roma, frente al
templo de César, corona a Borges con laurel.
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