lunes, 2 de diciembre de 2019

Lección de César


El Enfermero anota sus sueños en el diario. Hoy dice que soñó con un jacarandá todavía pequeño. Caminaba con él desde la casa de la jardinera hasta la suya y de pronto se detuvieron en un lugar para buscar a alguien. Entraron. Era un auditorio repleto. En la primera fila estaba el amigo y les hizo señas para que esperaran. El jacarandá se quejó, pero no podía moverse porque el Enfermero lo tenía abrazado. En el escenario los actores hablaban latín y las hojas del jacarandá parecían entenderlos. Acá se interrumpe la anotación. Se supone que el Enfermero se despertó en ese momento o que simplemente el sueño se le hizo difuso como tantas veces. Sólo agregó que su amigo se llamaba Emilio y que aplaudía.  

En la entrada siguiente el Enfermero anotó que la noche anterior había leído un libro recomendado por su paciente predilecto. Se detuvo en las páginas en las que Julio César vela la agonía del poeta Catulo. En ellas, el estadista refiere este sueño:

“Caminaba de acá para allá frente a mi tienda, en medio de la noche, improvisando un discurso. Imaginaba haber congregado un auditorio de hombres y mujeres selectos, en su mayoría jóvenes, a quienes anhelaba revelar cuanto había aprendido en la poesía inmortal de Sófocles”.

Para César, los dioses, al no prestarle a Sófocles la ayuda que éste esperaba, terminaron por beneficiarlo. Afirma que de no haber permanecido ocultos, el poeta no los habría buscado tanto. Concluye diciendo que esa búsqueda -como la suya en sus viajes y en sus alegrías-  es lo que nos hace cabalmente humanos.

Todo eso lo glosó el Enfermero, a quien no podía escapársele esta cita final del diario epistolar de César para Lucio Mamilio Turrino, en la isla de Capri:

“Así he viajado yo, sin poder ver ni siquiera a un pie de distancia, por entre los picos más altos de los Alpes, pero jamás con paso tan seguro.

A Sófocles le basta con vivir como si los Alpes hubiesen estado allí.

Y ahora, también Catulo ha muerto”.

Concluye el Enfermero agradeciéndole al Lector que le haya aconsejado la lectura de “Los idus de marzo”, el formidable libro de Thornton Wilder que desde ahora visitará con frecuencia.

No sin candor, sospecha que el jacarandá de su sueño escuchó de César la lección sobre Sófocles. Sus palabras se movían como ramas serenas. 
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Al igual que en los sueños, en esta nota, una imagen inesperada. María Kodama, en Roma, frente al templo de César, corona a Borges con laurel.


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