George Steiner
Cuando ayer puse su nombre y el título de un
libro suyo en la breve bibliografía de un taller literario que pronto ofreceré,
pensé en que su presencia habitual en mis trabajos de este tipo ha sido
imprescindible. Nunca falta. Allí estaba su nombre, junto a Borges, Paz y
Gadamer. No podía faltar tampoco ese título ineludible que nos permite dialogar
con tantas voces: La poesía del
pensamiento. Del helenismo a Celan.
Hace unos minutos me enteré de que había muerto
ayer, en su casa, en Cambridge, Inglaterra. Este año habría cumplido 91. Hablo,
por supuesto, de George Steiner, a quien tuve y tendré como uno de mis guías
más queridos. Entre todos los autores de eso que llaman “literatura comparada”,
era para mí el único entrañable. Lo sentía –y siento- mucho menos “scholar”
que creador y mucho más memorioso que erudito. Sus reveladoras páginas
autobiográficas –como lo recordará mi amigo el Turco Najul- nos acompañaron en
los primeros talleres para docentes en aquella aventura académica (si el
oxímoron es posible) que ambos tuvimos en San Felipe hace poco más de dos
décadas. La poesía memorizada y la cultura respirable y viva, estaban en sus
páginas leídas siempre con asombro y fervor. No sólo nos transmitía un saber.
Intentaba contagiarlo. Hoy busco una vieja nota acerca del lector y la lectura,
para iniciar el pequeño homenaje doméstico a Steiner y volver a sus libros, que
ocupan uno de los estantes más amados de esta comarca de fantasmas. La
comparto.
Desde muy temprano creo haber estado dialogando
con un ensayo fascinante de George Steiner. Entre un párrafo y otro, la memoria
me ha traído imágenes de viejas lecturas, mejor dicho, de diversos momentos de
lectura, incluidos algunos que creo no haber recordado antes… A falta de
cálamo, con un bolígrafo fui dando cuenta de esas asociaciones imprevistas. Así
como el loco, “el lector no tiene hora fija” y me vi leyendo en madrugadas,
tardes y nochecitas, con libros abiertos y otros por abrir, sobre la mesa o en
la cama, y también, en la carretera o en el aire… y en las salas de algunas
bibliotecas públicas, especialmente de la “Pío Tamayo” de Barquisimeto, cuando
quedaba en la calle 26…
Steiner, en su iluminadora y perspicaz reflexión
acerca del lector clásico (a propósito del magistral cuadro de Chardin, en el
que un filósofo elegantemente vestido está leyendo) recusa sin contemplación
alguna a nuestra época, porque sus burdos y mecánicos sistemas educativos, han
atrofiado la lectura: “Ya no aprendemos de memoria. Nuestros espacios
interiores han enmudecido o están obstruidos por estridentes trivialidades”.
No podemos pasar por alto lo de la
“estridencia”. Es clave, porque con ella viene lo peor de la barbarie advertida
por Steiner: “No hay silencio posible” (por decirlo con un título del poeta
Efraín Cuevas), y si lo hay, es también una especie en extinción.
Steiner nos recuerda que, tanto para la lectura
como para la memoria, es imprescindible el silencio… Hagamos, por favor, el que
todavía pueda hacerse…
Que en paz descanse Georges Steiner, lector
iluminado.