Manuel Azaña frente al tablero
Hablando de esta tragedia, el Turco Najul me
recuerda una vieja recomendación de Toto de Lima, nuestro maestro: leer a
Azaña. Se imagina a Toto como una especie de Garcés (lúcido personaje de La
velada en Benicarló), en una mesa de la pastelería Natalia de la
avenida Victoria, repitiéndonos un parlamento de la obra cimera de Manuel Azaña:
“Ninguna
política puede fundarse en la decisión de exterminar al adversario. Es locura,
y en todo caso, irrealizable. No hablo de su ilicitud, porque en tal estado de
frenesí nadie admite una calificación moral. Millares de personas pueden
perecer, pero no el sentimiento que las anima. Me dirán que exterminados
cuantos sienten de cierta manera, tal sentimiento desaparecerá, no habiendo más
personas para llevarlo. Pero el aniquilamiento es imposible y el hecho mismo de
acometerlo propala lo que se pretende desarraigar. La compasión por las
víctimas, el furor, la venganza, favorecen el contagio en almas nuevas. El
sacrificio cruel suscita una emulación simpática que puede no ser puramente
vengativa y de desquite, sino elevada, noble. La persecución produce vértigo,
atrae como el abismo. El riesgo es tentador. Mucho puede el terror, pero su
falla consiste en que él mismo ‘engendra la fuerza que lo aniquile y al
oprimirla multiplica’ su poder expansivo”.
Nos pedía Toto -recuerda el Turco- que no
aplicáramos esas palabras de Garcés solamente al poderoso, sino que lo
hiciéramos primero como autocrítica. De no hacerlo, podríamos pasar, de
adversarios perseguidos por aquel, a
gendarmes de nuestros amigos, con las tristes consecuencias que esto
supone contra nosotros mismos.
“Mal andamos si somos sectarios de una idea.
Pero peor, si lo somos de una táctica”.
Así concluía Toto su lección, recuerda el
Turco.
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