María Zambrano
Hoy es julio todavía. De la comarca de fantasmas
sale una voz que me lleva al año 37. Está en una página de Juan Gil-Albert y
habla de “un castellano de nombre adusto”, cuya oratoria lo deslumbra. No la
encuentra académica, como algunos dicen, sino correcta y honda. El alcoyano
cita un pasaje de esa voz inmensa y revela una aflicción:
“Vendrá la paz y vendrá la victoria. Pero la
victoria será una victoria impersonal… No será un triunfo personal, porque
cuando se tiene el dolor… que yo tengo en el alma, no se triunfa personalmente
contra compatriotas, y cuando vuestro primer magistrado erija el trofeo de la
victoria, seguramente su corazón… se romperá, y nunca se sabrá quién ha sufrido
más por la libertad …”.
Al oír esas palabras –recuerda Gil-Albert- todos
sintieron “como si el dolor majestuoso del pueblo destrozado cayera sobre
nosotros”. Entonces, una mujer “con los ojos húmedos” exclamó:
“¡Don Manuel, don Manuel!”.
-“¿Quién es ella?”, le preguntó una persona a
Gil-Albert.
“Ella es María Zambrano”, respondió el poeta.
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Esta lectura tiene en la comarca de fantasmas
una marca de tragedia, pero también el límpido nombre de Manuel Azaña y la foto
de la filósofa-poeta.
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