lunes, 31 de julio de 2017

Dolor

María Zambrano

Hoy es julio todavía. De la comarca de fantasmas sale una voz que me lleva al año 37. Está en una página de Juan Gil-Albert y habla de “un castellano de nombre adusto”, cuya oratoria lo deslumbra. No la encuentra académica, como algunos dicen, sino correcta y honda. El alcoyano cita un pasaje de esa voz inmensa y revela una aflicción:

“Vendrá la paz y vendrá la victoria. Pero la victoria será una victoria impersonal… No será un triunfo personal, porque cuando se tiene el dolor… que yo tengo en el alma, no se triunfa personalmente contra compatriotas, y cuando vuestro primer magistrado erija el trofeo de la victoria, seguramente su corazón… se romperá, y nunca se sabrá quién ha sufrido más por la libertad …”.

Al oír esas palabras –recuerda Gil-Albert- todos sintieron “como si el dolor majestuoso del pueblo destrozado cayera sobre nosotros”. Entonces, una mujer “con los ojos húmedos” exclamó:

“¡Don Manuel, don Manuel!”.

-“¿Quién es ella?”, le preguntó una persona a Gil-Albert.

“Ella es María Zambrano”, respondió el poeta.
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Esta lectura tiene en la comarca de fantasmas una marca de tragedia, pero también el límpido nombre de Manuel Azaña y la foto de la filósofa-poeta.

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