martes, 3 de enero de 2017

Anotaciones sobre John Berger



John Berger, en su última visita a su adorado Museo del Prado. 2010

Velásquez y el agujerito de la eternidad

Cuenta el versátil John Berger que los visitantes vespertinos del Museo del Prado se confunden a veces con los personajes de los cuadros. Como lleva años tratando de captar el secreto de los bufones y enanos de Velázquez, ha comprobado que las salas del Museo en las últimas horas de la tarde, pueden alcanzar un ambiente semejante al de las Ramblas. Fue en una de esas ocasiones cuando Berger descubrió una pista segura para su pesquisa.

Después de saludar a Pablo de Valladolid, el menos “anormal” de los bufones, buscó a su predilecto, un adorable bizco a quien llaman equivocadamente Bobo de Coria, porque nada tiene de bobo ni de mentecato: Juan Calabazas, el ingenioso Calabacillas. Al estar frente a él, Berger recordó que Velázquez tuvo una discreta complicidad con los bufones y que ambos jugaban con las apariencias. Se acercó todo lo que pudo y lo miró a los ojos. Es el Calabazas que está sentado en el suelo y que tiene muy quietos los ojos. Su rostro, pura risa, señal de su talento.

Berger se fijó detenidamente en la mirada y vio en ella mucho más que el estrabismo. Pasó por alto el cuello de encaje y la armonía admirable de oscuros y de pardos que tan bien conoce. Sintió de pronto que ya tenía lo que buscaba, y escribió:

“Los ojos inertes de Juan Calabazas miran pasar la vida y nos miran a nosotros a través de un agujerito desde la eternidad. Este el secreto que me sugirió un encuentro en las Ramblas”.
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Esopo

John Berger mira un cuadro. Desde la primera vez que la vio, la imagen de ese hombre lo impresiona. Es Esopo, imaginado por Velázquez.

“¿Quién fue el modelo para este retrato histórico de un hombre que vivió dos mil años antes que el pintor?”. Después de conjeturar que pudo haber sido un liberto (“su presencia tiene el poder de los que no tienen poder”), un antiguo convicto o un esclavo de galeón “a quien Velázquez, como don Quijote, conoció en las calles”, refiere Berger que un historiador del arte afirmó que la fuente inspiradora del pintor fue un grabado de Giovanni Battista Porta. Berger duda y prefiere pensar en el recuerdo velazquiano de una vieja campesina.

(“Sus ojos son extraños, porque han sido pintados con menos énfasis que cualquier otro detalle del cuadro. Casi se diría que todo ha sido pintado excepto los ojos, que los ojos son el único resto virgen de la tela.

Y, sin embargo, todo en el cuadro, salvo el folio y la mano que lo sostiene, parece señalarlos. La expresión de los ojos está dada por el porte de la cabeza y por los otros rasgos: la boca, la nariz, el ceño. Los ojos actúan –miran, observan, nada se les escapa- , pero no reaccionan con un juicio. Este hombre no es un protagonista ni un juez ni un satírico”).

Para ganarse el pan y el techo, este hombre –dice Berger- debe contar historias.

Antes de partir hacia su público se mira en un espejo de Velázquez. 
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Ayer murió John Berger, en París. Tenía 90 años.

Paz a su alma.

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