Estatua de Etienne de la Boètie en Sarlat-la-Canéda, Aquitania
Ocho de la mañana y unas
páginas sobre la amistad leídas hace tiempo. Su recuerdo me vino al oír a una
dirigente política hablar acertadamente de nuestro momento, en un espacio radial,
que fue, por cierto, un suave avance sobre el machismo. Pensé en el Discurso
sobre la servidumbre voluntaria y en aquello de que “la lógica de la libertad
es distinta y contraria a la lógica de la dictadura”. De inmediato, volví a
esta vieja anotación:
El ensayista hace un
espacio entre sus páginas para iluminar lo que ha escrito (también lo que está
por escribir). Pone en el centro de su lidia el recuerdo de Etienne de la
Boètie. Siente ahora que su obra empieza a honrarse. Se dispone a ofrecerle los
veintinueve sonetos de su amigo a la condesa de Guissen, pero antes de enviar a
ese buen destino los más ingeniosos y gentiles versos salidos de la Gascuña,
discurre un momento sobre la amistad, uno de sus temas más queridos, por haber
conocido de cerca el más sublime ejemplo de la misma. Nos lleva, entonces, de
paseo por los clásicos e ilustra su recorrido con citas admirables. Elijo una:
la respuesta que un joven soldado le dio a Ciro, quien le preguntaba si
cambiaría por un reino el caballo que acababa de hacerle ganar en las carreras.
“Por un reino no, señor –dijo el
joven-; yo lo cedería con gusto a cambio
de un amigo, si hallase hombre digno de ello”.
El ensayista sabe que el
fuego de la amistad es templado y uniforme y siempre está encendido. Seguro que
Montaigne pudo decir de Etienne de la Boètie, lo que Borges afirmó bellamente
de Manuel Peyrou: Suyo fue el ejercicio
generoso de la amistad genial. Que es, sin duda, un ejercicio no tan
frecuente, como lo recordaba el ensayista en su castillo.
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Y por sus resonancias,
aquí y ahora, estas palabras de Etienne de La Boètie, para cerrar este
recuerdo, tal como comenzó:
La amistad es algo sagrado, no se da sino entre gentes de
bien que se estiman mutuamente. No se mantiene tan sólo mediante favores, sino
también mediante la lealtad y una vida virtuosa. Lo que hace que un amigo esté
seguro del otro es el conocimiento de su integridad. Tiene como garantía de
ello la naturaleza de su carácter amable, su confianza y su constancia. No
puede haber amistad donde hay crueldad, deslealtad, injusticia. Cuando se
juntan los malos, siempre hay conspiraciones, jamás una asociación amistosa. No
se aman, se temen; no son amigos, sino cómplices (...) Sería difícil encontrar
en la vida de un tirano una sólida amistad, ya que, al estar por encima de
todos y no tener iguales, se sitúa más allá de los límites de la amistad, que
sólo se da en la más perfecta equidad, cuya evolución es siempre igual y en la
que nada se enturbia.
Excelente
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