viernes, 10 de marzo de 2017

De la amistad (y también, de la servidumbre voluntaria)





 Estatua de Etienne de la Boètie en Sarlat-la-Canéda, Aquitania

Ocho de la mañana y unas páginas sobre la amistad leídas hace tiempo. Su recuerdo me vino al oír a una dirigente política hablar acertadamente de nuestro momento, en un espacio radial, que fue, por cierto, un suave avance sobre el machismo. Pensé en el Discurso sobre la servidumbre voluntaria y en aquello de que “la lógica de la libertad es distinta y contraria a la lógica de la dictadura”. De inmediato, volví a esta vieja anotación:

El ensayista hace un espacio entre sus páginas para iluminar lo que ha escrito (también lo que está por escribir). Pone en el centro de su lidia el recuerdo de Etienne de la Boètie. Siente ahora que su obra empieza a honrarse. Se dispone a ofrecerle los veintinueve sonetos de su amigo a la condesa de Guissen, pero antes de enviar a ese buen destino los más ingeniosos y gentiles versos salidos de la Gascuña, discurre un momento sobre la amistad, uno de sus temas más queridos, por haber conocido de cerca el más sublime ejemplo de la misma. Nos lleva, entonces, de paseo por los clásicos e ilustra su recorrido con citas admirables. Elijo una: la respuesta que un joven soldado le dio a Ciro, quien le preguntaba si cambiaría por un reino el caballo que acababa de hacerle ganar en las carreras. “Por un reino no, señor –dijo el joven-; yo lo cedería con gusto a cambio de un amigo, si hallase hombre digno de ello”.

El ensayista sabe que el fuego de la amistad es templado y uniforme y siempre está encendido. Seguro que Montaigne pudo decir de Etienne de la Boètie, lo que Borges afirmó bellamente de Manuel Peyrou: Suyo fue el ejercicio generoso de la amistad genial. Que es, sin duda, un ejercicio no tan frecuente, como lo recordaba el ensayista en su castillo.
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Y por sus resonancias, aquí y ahora, estas palabras de Etienne de La Boètie, para cerrar este recuerdo, tal como comenzó:

La amistad es algo sagrado, no se da sino entre gentes de bien que se estiman mutuamente. No se mantiene tan sólo mediante favores, sino también mediante la lealtad y una vida virtuosa. Lo que hace que un amigo esté seguro del otro es el conocimiento de su integridad. Tiene como garantía de ello la naturaleza de su carácter amable, su confianza y su constancia. No puede haber amistad donde hay crueldad, deslealtad, injusticia. Cuando se juntan los malos, siempre hay conspiraciones, jamás una asociación amistosa. No se aman, se temen; no son amigos, sino cómplices (...) Sería difícil encontrar en la vida de un tirano una sólida amistad, ya que, al estar por encima de todos y no tener iguales, se sitúa más allá de los límites de la amistad, que sólo se da en la más perfecta equidad, cuya evolución es siempre igual y en la que nada se enturbia.

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