Unamuno
Veo una escena que circula desde anoche en las
redes sociales y recuerdo a Vargas y a Carujo. También a un vasco universal. Por
eso, copio estas líneas de Hugh Thomas sobre el célebre enfrentamiento de ese
gran civil con la barbarie militar. Era el temple de la palabra firme y del gesto, frente a la fuerza bruta y
brutal:
“En esta
fecha, día de la Fiesta de la Raza, se celebró una gran ceremonia en el
paraninfo de la Universidad de Salamanca. Estaba presente el obispo de
Salamanca, se encontraba allí el gobernador civil, Asistía la señora de Franco.
Y también el general Millán Astray. En la presidencia estaba Unamuno, rector de
la Universidad. Después de las formalidades iniciales, Millán Astray atacó
violentamente a Cataluña y a las provincias vascas, describiéndolas como
“cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España,
sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano
libre de falsos sentimentalismos”. Desde el fondo del paraninfo, una voz gritó
el lema de Millán Astray: “Viva la muerte”. Millán Astray dio a continuación
los habituales gritos excitadores del pueblo (…). Todos los ojos estaban fijos
en Unamuno, que se levantó lentamente y dijo:
“Estáis
esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de
permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el
silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos
comentarios al discurso – por llamarlo de algún modo – del general Millán
Astray que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que
supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis,
nací en Bilbao. El obispo – y aquí Unamuno señaló al tembloroso prelado que se
encontraba a su lado – lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en
Barcelona”. Se detuvo. En la sala se había extendido un temeroso silencio.
Jamás se había pronunciado discurso similar en la España nacionalista.
¿Qué iría
a decir a continuación el rector?
“Pero
ahora – continuó Unanumo – acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva
la muerte”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la
ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la
materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán
Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es
un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en
España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto
habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray
pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca
de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible
alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor.”
En este
momento, Millán Astray no se pudo detener por más tiempo, y gritó: “¡Abajo la
inteligencia!” ¡Viva la muerte!”, clamoreado por los falangistas. Pero Unamuno
continuó: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote.
Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza
bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir
necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil
el pediros que penséis en España. He dicho.” Siguió una larga pausa. Luego con
un valiente gesto, el catedrático de derecho canónico salió a un lado de
Unamuno y la señora de Franco al otro. Pero esta fue la última clase de
Unamuno. En adelante, el rector permaneció arrestado en su domicilio. Sin duda
hubiera sido encarcelado, si los nacionalistas no hubieran temido las
consecuencias de tal hecho. Unamuno moría con el corazón roto de pena el último
día de 1936.”
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No se trata de caerse a golpes con nadie, menos
con los gorilas. Tampoco, de que todos seamos Unamuno, pero, sin duda, el viejo
poder de la palabra y de los gestos, es, desde luego, mucho mejor que su carencia.
¡Y cómo lo echamos de menos, aquí y ahora!
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