Juan Nuño. Foto de Jaime Ballestas. Cortesía de Ana Nuño
El tenaz sindicato de lectores anti-Nuño, que acostumbra
expresarse mediante irritadas cartas al diario El Nacional, tiene ahora la
oportunidad de su vida: un blanco de casi trescientas páginas con abundante
tela que cortar, denominado borgeanamente La veneración de las astucias (Monte
Ávila Editores, 1990). En él encontrarán los citados agremiados material
propicio para ejercer su oficio predilecto: disparar contra el filósofo y
rescatar de sus garras –su pluma- algunas creencias heridas, ciertos ídolos
ofendidos y una que otra ideología lacerada. No es permisible para esa
aguerrida corporación nacional la impunidad del iconoclasta que suele
despertarlos de algún bello sueño o tirar de la mullida alfombra que pisan
desde siempre. Si algo caracteriza a los integrantes del (co)mentado sindicato
es la persistencia en la carencia absoluta de humor. Ni una pizca de él, menos
para reírse de sí mismos. Nada que los distraiga de la seriedad “académica” o
de los férreos “principios” seculares. Nuño los saca de sus casillas (a las que
terminan tozudamente por volver), no sólo porque escribe lo que escribe, sino
porque, además, lo hace con gracia, con brillo expresivo impropio de los
profesores de filosofía, casi siempre secos y acartonados.
La veneración de las astucias es una invitación a
pensar. Tal como su maestro García Bacca afirmó en el prólogo del delicioso Elogio
de la técnica, para unos resultará un aperitivo y, para otros, un
insulto. Como todo libro escrito con inteligencia y agudeza, éste de Nuño es
capaz de sacudir, de agradar, de seducir, de provocar y de dejarnos inermes
ante algunos mitos.
Un filósofo que vuelve su mirada crítica al
mundo cotidiano, no puede resultar anodino para ningún lector. Se le rechaza de
entrada, para terminar doblegado por su lucidez o se le acepta desde el primer
momento para disfrutarlo, aunque en algún momento sintamos distancias menores
con su pensamiento. En todo buen lector quedará el sabor inconfundible de una
prosa que no nos da cuartel y que nos trata como si nosotros también fuéramos
Nuño, detalle nada insignificante que debe agradecérsele.
Pienso que no es el admirable arte de injuriar,
tan exaltado por Borges, arte oblicuo, semioculto o torvo, sino el dardo directo,
certero, casi inclemente el que maneja Nuño. La víctima pasa a ser otra, aunque
no deje de ser tan bueno como dramaturgo ni empeore ni mejore como libretista
de telenovelas, tal un caso reciente no incluido en el libro y que nos toca más
de cerca que Brecht. El receptor del dardo, digo, se torna otro, porque cesa la
veda en torno suyo. Nuño nos ha recordado que es mortal.
(…)
Esta noche, en el Museo de Barquisimeto,
tendremos los barquisimetanos la oportunidad de escuchar al autor de La
veneración de las astucias. Borges nos convoca.
FCC, Juan Nuño en el Museo.
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(Este
artículo fue publicado en El Impulso, el 16 de marzo de 1990. Acompañaron a
Juan Nuño en su conferencia, Rafael Arraiz Lucca, Gustavo Arnstein y Vicente
Guerrero).
Con retardo leo esta reseña sobre el admirado Prof. Nuño. Soy (creo), una de las pocas nostálgica de sus crónicas periodísticas...
ResponderBorrarGracias y saludos.
También con retardo leo tu comentario, América. Y te lo agradezco. Me alegra compartir contigo la nostalgia por los escritos periodísticos de Nuño. Saludos.
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